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El criptógrafo español que ayudó a descifrar la máquina Enigma

En 1968, con casi 70 años, aquel hombre se instaló en Jaca tras el exilio que le tuvo alejado de España por ser republicano. Durante una década, los sábados por la tarde su sobrino Luis iba a buscarle en su seiscientos para recorrer juntos los pueblos del Pirineo. Y fue en esos largos paseos donde desveló los detalles de un secreto que ha permanecido oculto durante lustros: que él era Antonio Camazón, el jefe del grupo de criptoanalistas españoles que trabajó con Rejewski y Turing durante la Segunda Guerra Mundial para descifrar, entre otras, la máquina Enigma de la Alemania nazi. Pero, con su muerte, llegó el olvido. Hasta que un cúmulo de casualidades lo han rescatado para reivindicar el papel que tuvieron los españoles exiliados en el fin de la contienda europea.

Texto: Elvira del Pozo | Periodista científica

Nada se sabía de la participación de criptoanalistas españoles exiliados en el bando aliado durante la Segunda Guerra Mundial. Hasta 1973, cuando el jefe del servicio de información del ejército francés de aquel entonces, el general George Bertrand, publicó sus memorias (Plon, París, 1973). En ellas contaba que, en 1939, con el objetivo de interceptar los mensajes en clave que se intercambiaban los alemanes y las autoridades de los regímenes afines —los de Mussolini y Franco, principalmente—, captó a criptógrafos hispanos y polacos huidos de sus países. Los primeros formaron el equipo D y los segundos el Z. Hubo que esperar una década más para saber que fueron exactamente siete los integrantes españoles y que su cabecilla era un tal “Camazone”. Lo mencionaba el militar e historiador polaco Wladyslaw Kozaczuk en su libro Enigma (Arms and Armour Press, Londres, 1984), tras entrevistar a Rejewski, matemático de los Z. Además, aportaba una foto inédita de ambos equipos en el castillo de Fouzes, en Úzes (al sur de Francia),donde fue su centro de operaciones durante parte la Guerra. De todos las personas que aparecían solo se detallaban los nombres de los espías polacos. Durante otros 10 años, no hubo más pistas. Hasta que una mañana de 1995, como cada día, Luis Ballarín ojeaba el periódico en la biblioteca de su pueblo, Sabiñánigo (Huesca). Le llamó la atención un reportaje que se hacía eco de un libro polaco en el que hablaba de unos criptoanalistas españoles desconocidos. Sólo mencionaba un nombre: “Camazón”. Y supo entonces que se trataba de su tío Antonio. Ballarín recordó entonces cómo fraguó una profunda amistad con ese familiar desconocido del que antes de volver del exilio sólo sabía que vivía en París. “Cuando él regresó a España, en 1968, yo tenía 34 años y me acababa de comprar un seiscientos; a mí me fascinaba escuchar a un hombre tan extraordinario, con ese cerebro y esa vida tan fascinantes, así que cuando me decía los sábados por la tarde “Luís, vente y nos tomamos un café”, cogía el coche y nos íbamos a conocer pueblos y monumentos de la zona”, recuerda. Fue en esos paseos donde le contó toda una historia que muy pocos conocían: que había sido jefe del grupo de siete criptoanalistas españoles republicanos que trabajaron con el matemático Marian Rejewski y el criptógrafo Alan Turing durante la Segunda Guerra Mundial para descifrar, entre otras, la máquina Enigma de la Alemania nazi. Y que lo consiguieron.

A la muerte de Camazón, en 1982, Ballarín intentó dar a conocer su figura, pero “no pareció interesarle a nadie ni la criptografía, ni Enigma ni la participación que tuvieron los españoles exiliados en el fin de la guerra europea”, dice. Tuvo que esperar 14 años hasta encontrar a quien quisiese divulgar la hazaña: el profesor de física de la Universidad de Granada Arturo Quirantes, especializado en historia de la codificación. “Arturo, conocedor de los libros de Bertrand y Kozaczuk, llevaba años editando la revista digital Enigma, en la que hablaba de Camazón, del que sólo sabía que fue el líder del equipo D, y pedía ayuda a través de la red para recabar más datos”, cuenta Manuel Vázquez, matemático de la Universidad de Zaragoza (UZ), especializado en criptografía. Fue con esa publicación con la que se topó en internet un concejal de Sabiñánigo al que Ballarín le había contado la historia de su tío. La carambola acabó en 2006 con un encuentro en el pequeño pueblo oscense, al que el profesor llevó la fotografía de los criptoanalistas del llamado Puesto de Control Cadix (PC Cadix) en el libro polaco. Ballarín señaló sin dudar al tercero por la derecha. Por fin se le ponía cara —y vida— al “tal Camazón”, rememora el investigador. La presentación en sociedad de nuestro aventurero fue en 2008 con dos reportajes, uno en el número 63 de la Enigma de Quirantes y otro en El Heraldo de Aragón, por Ramón J. Campo. Aunque la consagración como personaje de interés le llegó 11 años después al convertirse en el protagonista del documental Equipo D: los códigos olvidados, producido por Televisión Española y Playmedia Producciones. En él, además se desvela por primera vez el nombre de los otros seis acompañantes de Camazón. “Faltaba hacer justicia y reivindicar la parte del mérito que tuvimos los españoles en que se acabara la Segunda Guerra Mundial”, explica su director, Jorge Laplace.

El policía políglota

A pesar de tanta investigación, se conoce poco de Faustino Antonio Camazón (Valladolid, 1901–Jaca, 1982). Se sabe que nació en la capital vallisoletana a principios del siglo pasado y que sus padres tenían una tienda de ultramarinos. Con tan solo 12 años se escapó de casa e intentó huir a Colombia como polizón en un barco, pero no debió conseguirlo porque se le sitúa años más tarde en Madrid, hasta donde se trasladó con su familia. “Se cree que se le daban bien los acertijos y que tal vez comenzó la carrera de matemáticas; que, en todo caso, no concluyó porque no he encontrado su expediente de licenciado en los archivos de la Universidad Central”, explica Pedro J. Miana, matemático y divulgador de la Universidad de Zaragoza, que investigó los primeros años que Camazón pasó en Madrid antes de la Guerra Civil. Desde su época de estudiante, se sintió muy atraído por los idiomas. Tenía facilidad para aprenderlos porque fue profesor de inglés y francés en la Casa de los Gatos, asociación cultural madrileña ya desaparecida. Además, también sabía alemán. “Era muy inquieto y curioso y asistía a las charlas que organizaba la agrupación con personalidades de alto nivel sobre literatura y ciencia”, resalta el profesor Miana.

Fue comisario de policía en la España republicana y ahí es cuando entró en contacto con la criptografía, “que se convirtió, junto con el aprendizaje de lenguas, en la ilusión de su vida”, recuerda Ballarín. De ahí pasó a los servicios secretos republicanos, aunque “nunca fue el típico criptoanalista que utilizara métodos matemáticos; lo que tenía era conocimiento porque leía mucho y era muy intuitivo: infería detalles a partir de la caligrafía y de la psicología de las personas”, explica José Ramón Soler, uno de los mayores expertos en historia de la criptografía española. En esta época, algunas fuentes le sitúan durante las guerras coloniales en el norte de África, donde aprendió árabe. Al estallar la Guerra Civil, fue nombrado jefe del servicio de inteligencia de la policía y empieza a familiarizarse con la máquina de codificación de mensajes Enigma, ya que Hitler le vendió a Franco algunas unidades. En esas fechas, también conoció y se casó con María Cadena, una enfermera aragonesa, con la que huyó en 1939 a Francia, donde fue recluido en uno de los campos de refugiados al sur del país.

¿Criptoanalista brillante o espía?

No se sabe con certeza cómo llegó a parar a los servicios secretos franceses. Algunos autores creen que conoció a Bertrand en África y que Camazón le hizo llegar un mensaje para que viniera a buscarle al campo. Una versión demasiado cinematográfica para Soler, quien recuerda que nuestro personaje era tan solo un mando intermedio de los servicios de inteligencia y que, por tanto, ve improbable tanto el encuentro africano con el general galo, como que hubiera acudido a su rescate ante una misiva de Camazón. El servicio de información de la República y el cuerpo de criptoanálisis militar estaban encabezados respectivamente por los hermanos Estrada, Manuel y Carmelo. Así que es más probable que el general galo hubiera acudido a ellos en busca de los nombres de los candidatos para su equipo, así como de los campos de concentración donde debía buscarlos. ¿Por qué no fue alguno de los Estrada el jefe del grupo de españoles reclutado? “Porque los dos emigraron a Méjico, así que Camazón, que hablaba francés —lo que facilitaba enormemente la comunicación—, ocupó el puesto”, imagina Soler. Otra posibilidad es que nuestro hombre fuera un espía francés. Él le contó a su sobrino que tenía un “muy buen amigo galo al que le pasaba información durante la Guerra Civil”. Fue este alto cargo el que le convenció de exiliarse en el país vecino y al que tenía que avisar en cuanto cruzara la frontera. Y así hizo, según la versión de Ballarín: “ante la sospecha de que interceptarían su carta dentro del campo de concentración, pidió a uno de sus compatriotas encargado de sacar la basura que se la echara en un buzón externo al recinto. Y a los pocos días, vinieron a buscarle”. Esta posibilidad encajaría con la personalidad de Antonio, que “estaba muy bien relacionado y que sabía moverse, sobre todo en las altas esferas”, señala Soler.

Enigma español y el alemán

“El Gobierno francés no tenía mucha fe en la inteligencia de cifras lo que da aún más valor al hecho de que Bertrand consiguiera crear el grupo de escucha PC Bruno, a las afueras de París; corría el mes de octubre de 1939 y los siete españoles republicanos fueron los primeros en llegar”, cuenta Paz Jiménez, profesora en la Universidad de Zaragoza de teoría de las permutaciones, las matemáticas que se esconden tras la criptografía de Enigma. En total, eran cinco oficiales y dos policías, uno de ellos Camazón; a los que se les sumaron quince integrantes del servicio de criptoanalistas de Polonia, huidos tras la invasión nazi del país. También había nueve franceses y algún inglés. El núcleo duro estaba formado por los matemáticos polacos Marian Rejewski, Jerzy Rózycki y Henryk Zygalski, que habían sido los primeros en romper el código de Enigma en 1933, mucho antes de la contienda europea. Polonia, por su posición geográfica —entre los dos polvorines de Rusia y Alemania— creía prioritario conocer las comunicaciones de estos dos países. Pero en 1938 los alemanes complicaron la máquina de encriptación al añadirle dos rotores más —en total cinco— y “aunque consiguieron descubrir las matemáticas detrás del cifrado, carecían de los recursos suficientes para construir réplicas capaces de descifrar los mensajes en un tiempo razonable”, explica Jiménez. En la misma línea de opinión se encuentra Vázquez, quien considera que la única manera de poder seguir leyendo los mensajes del cada vez más amenazante Tercer Reich era cooperar con otros servicios de inteligencia. Al final, eso se materializó al entrar en el PC Bruno. Mientras, los de Camazón se dedicaron principalmente a romper códigos manuales de comunicaciones españolas e italianas, codificadas con la máquina Enigma comercial que les vendió Hitler y que era más sencilla que la versión militar alemana. “Muchas veces se obtiene información más valiosa interpretando mensajes menores”, explica Soler. En concreto, por parte de España era “vital” conocer si finalmente se uniría a la guerra en el bando de Hitler, señala. Así PC Bruno acabó convirtiéndose en la vanguardia de la inteligencia militar francesa durante la Guerra y consiguió descifrar, junto con la sede inglesa en Bletchley Park de Alan Turing, mensajes emitidos por las potencias del Eje (Alemania, Japón e Italia) y de países afines. Los dos centros de escucha, de uno y otro lado del canal de la Mancha, “estaban en contacto y se repartían el trabajo en un porcentaje de 80–20 entre ingleses y franceses”, puntualiza Vázquez. En enero de 1940, el famoso matemático y criptoanalista inglés visitó a sus colegas en Francia. Se cree que fue en ese momento cuando debió conocer a Camazón.

Entre barcos de pescadores

Cuando Hitler entra en París en junio de 1940, el grupo de criptoanalistas fue evacuado a la zona no ocupada, al sur de Francia. El nuevo puesto, el PC Cadix, resistió dos años, hasta que en 1942 el territorio fue invadido finalmente por tropas italianas y alemanas. Los polacos se dispersaron y Bertrand trasladó a Argelia lo que quedaba del servicio de inteligencia aliado, entre los que estaban los españoles, con Camazón a la cabeza. “En Argel se camuflaron en un almacén de pescadores y trabajaban entre los barcos”, recuerda Ballarín. Su tío le contó que varias veces las tropas alemanas —que ya habían llegado también hasta el norte de África— registraron el lugar. “Nunca les cogieron porque les daban el chivatazo antes y salían sin ser vistos por una puerta que había en la parte trasera”, cuenta. En 1943, tras la victoria del ejército aliado en el Magreb, se cree que los criptoanalistas españoles volvieron a Europa junto con las tropas aliadas y se unieron a ellas hasta el fin de la guerra. Según su sobrino, esto le permitió a Camazón acompañar a los soldados que liberaron los campos de concentración nazis. “Entonces pudo ver el horror del exterminio judío que tantas veces había leído en los mensajes que interceptaban”, recuerda. Después de la guerra, el Gobierno galo le contrató como traductor en su Ministerio de Exteriores, en París, “aunque extraoficialmente siguió trabajando en el servicio de inteligencia francés 28 años más, hasta que se jubiló en 1966”, cuenta Ballarín. Dos años más tarde, tras asegurarse de que su vida no correría peligro, volvió a España y se instaló en Jaca, el pueblo de la familia de su mujer, donde llevó una vida sencilla y discreta hasta su muerte, el 18 de octubre de 1982. “Me puedo imaginar lo frustrante que debió ser haberse jugado la vida en dos guerras intentando restablecer los derechos humanos y regresar a la España franquista, que seguía igual, y tener que permanecer callado mientras los países de su alrededor despertaban”, se imagina Jiménez. Naciones que reconocieron a sus compañeros polacos, franceses e ingleses, y los encuentras en los nombres de las calles y los museos. Como señala Soler, “Antonio Camazón debió ser un buen criptógrafo que ayudó a romper Enigma” y, sin embargo, “hasta hace bien poco no tenía ni una entrada en la Wikipedia”, señala el cineasta Jorge Laplace, al que le resultó muy complicado encontrar información sobre los integrantes del Equipo D para su documental. “Frecuentemente se considera que España ha sido ahistórica en la Europa reciente, algo injusto que tenía que ser reparado y visibilizado.”