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María Martinón, directora del Centro Nacional de Investigación sobre la Evolución Humana
Atapuerca es hoy un nombre clave en la investigación sobre los orígenes y evolución de nuestra especie de todo el mundo, que ha proporcionado las mayores y mejores concentraciones de homínidos de diferentes etapas del último millón de años. A su calor, la cercana ciudad de Burgos alberga dos instituciones punteras ligadas a los yacimientos, el Museo de la Evolución Humana y el Centro Nacional de Investigaciones en Evolución Humana (CENIEH). Este último está dirigido en la actualidad por María Martinón Torres (Orense, 1974), una licenciada en Medicina por la Universidad de Santiago de Compostela que desde el inicio de su actividad profesional se orientó hacia la paleoantropología. Aún no había terminado la carrera cuando, de la mano del catedrático Ángel Carracedo, se inició en la extracción de ADN de restos óseos antiguos. Luego hizo un máster en Antropología y Evolución Humana en Bristol (Reino Unido). El siguiente paso lo dio tras conocer a José María Bermúdez de Castro, codirector del Proyecto Atapuerca, que dirigió su tesis doctoral, junto a Carracedo, sobre Evolución del aparato dental de los homínidos. A lo largo de su trayectoria ha realizado aportaciones clave, como el hallazgo de un metatarso humano de 1,8 millones de años de antigüedad y el molar de un homínido que vivió hace dos millones de años, el resto humano más antiguo hallado fuera de África, ambos en Georgia. Luego, en diferentes trabajos en Asia, África y Europa, sobre todo en Atapuerca y especialmente sobre Homo antecessor, supuesto antepasado común de neandertales y Homo sapiens. Uno de los más recientes, el estudio de un niño de tres años de edad que fue enterrado en una cueva en Kenia hace 78.000 años, el caso más antiguo de enterramiento hallado en África.
“De alguna manera, la compasión también fosiliza”
PREGUNTA: ¿Qué le aporta a una paleoantropóloga haber estudiado medicina?
RESPUESTA: Yo creo que proporciona un conocimiento base para entrar luego en un campo más específico, con aspectos como la anatomía, la fisiología, la embriología, la bioquímica, que son fundamentales en paleoantropología para ‘devolver la vida’ a los fósiles. Porque lo que intentamos es saber cómo eran cuando vivían. Nosotros hacemos una especie de deconstrucción hacia atrás en el tiempo. Y también aportamos una noción clave, que es la identificación de las enfermedades, una perspectiva que siempre ha sido vista como anecdótica pero que es crucial porque te proporciona una visión directa en el registro fósil de la lucha por la adaptación y la supervivencia. La identificación de sus patologías nos dice cuáles eran las debilidades de cada grupo humano.
P: De la enfermedad trata también su libro, recién aparecido, Homo imperfectus ¿no?
R: Trata del papel de lo que a veces llamamos imperfecciones o defectos, que esconden claves adaptativas y muestran el desajuste entre nuestro estilo de vida y el ambiente en que se originó nuestra especie, ya no somos cazadores recolectores que viven al aire libre. Y también habla de por qué la selección natural no ha eliminado todos esos defectos, por qué sigue habiendo cáncer o enfermedades neurodegenerativas. Son efectos colaterales de la evolución relacionados metidos a ambientes nuevos, con exposición a toxinas y teratógenos que no existían y nuestro cuerpo no ha tenido tiempo para adaptarse. Y explica por qué hay tantas alergias. Probablemente porque nuestro sistema inmune está optimizado para defendernos de parásitos que ahora ya han desaparecido y queda un exceso de respuesta colgando.
P: La diabetes también es consecuencia de esos cambios.
R: En especies longevas, como humanos y también delfines, se ha visto que ese alargamiento de la vida ha sido a costa de una mayor vulnerabilidad en el ciclo de regulación de la insulina, y además son más propensas a padecer alzheimer. Ocurre que algunas mutaciones pueden significar un beneficio para la especie, aunque sea un perjuicio para algunos individuos. Son los aranceles a pagar por la longevidad conseguida. Los cambios que hemos introducido han sido tan rápidos que subsisten mecanismos adaptativos que hoy no tienen sentido, como la fobia a las arañas y las serpientes. Se han hecho experimentos con niños de entre unos meses y dos años, a los que se muestran imágenes diversas y reaccionan con alerta ante la foto de una araña. Es algo instintivo, heredado, que no han aprendido.
P: Usted está especializada en restos dentales y resulta sorprendente la cantidad de información que se puede obtener de ellos.
R: Los dientes son los restos más abundantes, porque el esmalte es el tejido más duro del cuerpo y por tanto son los que mejor se preservan. En muchos casos únicamente disponemos de dientes. Y eso nos permite hacer un recorrido muy completo y amplio en el tiempo y en la geografía. Además, en los dientes no existe lo que se llama remodelación ósea; es decir, los huesos largos van a cambiar según con la longevidad, porque están fuera de la selección natural al afectar a etapas post-reproductivas. Vivimos muchos más años que cualquier otra especie de primate, algo que sí ha propiciado la selección natural, pero también estamos sometidos a ambientes nuevos, con exposición a toxinas y teratógenos que no existían y nuestro cuerpo no ha tenido tiempo para adaptarse. Y explica por qué hay tantas alergias. Probablemente porque nuestro sistema inmune está optimizado para defendernos de parásitos que ahora ya han desaparecido y queda un exceso de respuesta colgando.
P: La diabetes también es consecuencia de esos cambios.
R: En especies longevas, como humanos y también delfines, se ha visto que ese alargamiento de la vida ha sido a costa de una mayor vulnerabilidad en el ciclo de regulación de la insulina, y además son más propensas a padecer alzheimer. Ocurre que algunas mutaciones pueden significar un beneficio para la especie, aunque sea un perjuicio para algunos individuos. Son los aranceles a pagar por la longevidad conseguida. Los cambios que hemos introducido han sido tan rápidos que subsisten mecanismos adaptativos que hoy no tienen sentido, como la fobia a las arañas y las serpientes. Se han hecho experimentos con niños de entre unos meses y dos años, a los que se muestran imágenes diversas y reaccionan con alerta ante la foto de una araña. Es algo instintivo, heredado, que no han aprendido.
P: Usted está especializada en restos dentales y resulta sorprendente la cantidad de información que se puede obtener de ellos.
R: Los dientes son los restos más abundantes, porque el esmalte es el tejido más duro del cuerpo y por tanto son los que mejor se preservan. En muchos casos únicamente disponemos de dientes. Y eso nos permite hacer un recorrido muy completo y amplio en el tiempo y en la geografía. Además, en los dientes no existe lo que se llama remodelación ósea; es decir, los huesos largos van a cambiar según el estilo de vida que tengamos: no es lo mismo el fémur de una persona que hace ejercicio que el de otra que no. Los dientes solo cambian por rotura, caries y desgaste. Tienen una serie de cúspides y surcos que son heredados y que son bastante conservadores en ese sentido y que no cambian con el estilo de vida. Esas características, que nosotros estudiamos minuciosamente reflejan su carga genética; podemos comparar individuos y deducir el nivel de parentesco, y como son muy conservadores, nos permiten caracterizar la especie a la que perteneció, que sería la taxonomía, y cómo se relaciona con otras especies, que sería la filogenia.
P: Incluso permiten saber que el chico de Gran Dolina al final resultó ser chica.
R: Claro, eso es muy interesante, porque eso es una línea que estamos desarrollando ahora, donde la medicina también me ha aportado mucho y que sería una aplicación forense. Los dientes están formados por dos tejidos, el esmalte y la dentina, que está debajo del esmalte. Hoy sabemos que la proporción de esos tejidos es característica y diferente en los grupos. Los neandertales tienen un esmalte relativamente muy fino y mucha dentina y nosotros, los sapiens, al contrario. Al estudiar esas proporciones de forma minuciosa vimos que también hay diferencias entre hombres y mujeres, de manera que los hombres tienen, como los neandertales, un esmalte relativamente fino sobre una dentina más grande y las mujeres tienen una dentina más pequeña y un esmalte relativamente más grueso. En el Grupo de Antropología Dental hemos desarrollado fórmulas para poblaciones actuales que permiten determinar el sexo de un resto con una certeza del 90%. Ahora estamos trabajando para ver si permite también determinar la edad.
P: Los dientes también permiten saber la alimentación que tenían ¿no?
R: Sí, podemos estudiar la dieta a partir del tipo de desgaste y micro desgaste. Dependiendo del uso que se haga de él se producen diferentes tipos de estrías microscópicas que quedan en la superficie. El esmalte permite saber si consumía mucha carne o tenía una dieta más vegetal. Además, el esmalte atrapa isótopos estables que nos indican si las plantas consumidas eran del tipo C3 o C4 (dos vías metabólicas de la fotosíntesis características de diferentes tipos de plantas) y por tanto el ambiente en el que se desenvolvía esa especie. Las plantas de tipo C3 se dan sobre todo en ecosistemas de altitudes altas y latitudes elevadas, como árboles, arbustos y plantas herbáceas, mientras que las de C4 son de ambientes más tropicales. Nos dan mucha información sobre el ambiente, la alimentación y los patrones de movilidad.
P: Resulta sorprendente que de hallazgos aparentemente sencillos se puedan sacar conclusiones de tipo cultural o de creencias. Por ejemplo, que a partir de un bifaz hallado en la Sima de los Huesos se deduzca que era una forma de ritual. ¿No es excesivamente especulativo?
R: Estudiar cosas que por sí no fosilizan es uno de los grandes retos que tenemos. El comportamiento no fosiliza el cerebro no fosiliza, la compasión no fosiliza. ¿O sí? Porque puede hacerlo a través del impacto que tiene en la evidencia que nosotros encontramos. En el caso de la Sima de los Huesos, tras estudiar las marcas que hay en los huesos de la treintena de cuerpos acumulados, si están completos o partidos, si han sido comidos por un animal o están mordidos, y estudiando la geología del yacimiento, se puede deducir que es una acumulación intencional. Y que aparezca una única herramienta de piedra singular, la hipótesis más parsimoniosa es la excepcional, es decir, que podría haber algo de ritual. La manera en la que aparece un cuerpo o el contexto en el que aparece ya te va a dar información sobre el comportamiento de ese grupo.
P: En el caso del niño enterrado en Kenia hace 78.000 años, la evidencia es más concluyente ¿no?
R: En el caso de la Sima de los Huesos estamos hablando de hace entre 300.000 y 400.000 años y no podemos hablar de enterramiento, que es un esfuerzo deliberado de crear un espacio, de tapar, de cubrir. Pero si te encuentras un cuerpo de un niño en una cavidad que podemos demostrar que ha sido excavada exprofeso, que luego ha sido cubierta, porque el análisis de la tierra indica que es diferente, y sabemos que es una descomposición in situ, porque hemos visto la alteración que tienen los huesos y el sedimento, los productos químicos de desecho de las bacterias necrófagas, sabemos que ese cuerpo se ha depositado allí, no ha sido movido, en una posición flexionada, decúbito lateral con una almohada, con un sudario a un niño… Todo te está hablando de un comportamiento más evolucionado, de una población que tiene ya capacidad de introspección, empatía y que dedica a la muerte más tiempo y esfuerzo del que requeriría una necesidad práctica. A través de lo que parecen simplemente huesos y piedras, puedes inferir una serie de atributos humanos. La compasión, de alguna manera, también fosiliza.
P: ¿Tenemos acumuladas ya suficientes piezas de la evolución de los homínidos durante los últimos seis millones de años como para tener a grandes rasgos nuestro árbol genealógico?
R: Yo creo que sabemos bastante, sobre todo de determinados períodos, pero nos falta muchísimo más por saber. Me gustaría que aparecieran fósiles para cubrir esos periodos, pero mientras tanto, con lo que hay, se trata de hacer el retrato más coherente que explique la evidencia disponible. Trabajamos con hipótesis y si un nuevo dato no encaja hay que cambiar esa interpretación, pero eso también es un avance en el conocimiento. Por ejemplo, cuando le dijimos a Bermúdez de Castro que según los datos que habíamos obtenido, Homo antecessor no venía de África sino de Asia, él no solo lo aceptó, como debe hacer un científico, sino que se le veía incluso ilusionado con el cambio de perspectiva.
P: Sobre Homo antecessor, se ha cuestionado que realmente sea un antepasado común de neandertales y sapiens, ¿cómo esta ahora esta cuestión?
R: Es una hipótesis que se propuso en 1997, hace ya 25 años y creo que ahora está ampliamente aceptada. En 2020 se publicó el primer proteoma de la especie, en Nature, a partir del material más antiguo que se ha recuperado y el análisis de esas proteínas le colocan en el análisis filogenético muy cerca de lo sugerido a partir de la evidencia fósil, el nodo del que saldrían sapiens, neandertales y denisovanos.
P: ¿Podemos decir que el antecessor que tenemos en Burgos, es el que dio lugar a sapiens y neandertales?
R: No, La paleontología no funciona así. Lo que estamos viendo es que este antecessor de aquí pertenece a una población que o está en el nodo del que salieron sapiens y neandertales o muy cerca. Realmente nunca vamos a encontrar grupos puros, poblaciones que van evolucionando y se convierten en otra cosa.
P: ¿Se han localizado otros restos de antecessor en el mundo?
R: Hay diferentes yacimientos, en China y en Italia, con fósiles que potencialmente podrían ser de Homo antecessor. El problema que tenemos es que básicamente estos fósiles son calotas craneales y precisamente en Gran Dolina lo que nos falta son cabezas de adulto, por el canibalismo, sobre todo con niños. Y tenemos realmente pocos fósiles que puedan ser directamente comparados. Pero son fósiles que ocupan, digamos, el mismo espacio filogenético que antecessor. Son restos que empiezan a tener lo que nosotros hemos definido como la cara moderna. Esperamos que en los próximos años pueda aparecer aquí en Atapuerca, en la Gran Dolina, un cráneo completo de adulto para poder hacer esas comparaciones directas.
P: El primer resto hallado de antecessor tenía 800.000 años. ¿Han aparecido otros de mayor antigüedad?
R: En la Sima del Elefante apareció una mandíbula humana y una falange de una mano que tienen 1,2 y 1,4 millones de años. Cuando se publicó la mandíbula, que fue portada de Nature, le asignamos provisionalmente a antecessor, por una característica en el interior de su mandíbula, lo que llamamos una síntesis muy vertical, un toro alveolar muy pronunciado y esta mandíbula no lo tenía y antecessor tampoco. Ahí vemos un vínculo, una característica nueva común. Una mandíbula sola es una evidencia insuficiente para poder decir que pertenecen exactamente a la misma especie, pero comparten cosas en común y posiblemente ambas estén emparentadas.
P: La genética y los restos fósiles no siempre ofrecen conclusiones similares. ¿Ha mejorado el encaje entre ambas fuentes?
R: Cada vez más. Hubo un período demasiado largo en el que no había una comunicación fluida entre ambos campos. Es decir, la evidencia genética se interpretaba como la prueba de la verdad contra la que los otros paleontólogos teníamos que contrastar nuestros datos. Nos pasaba, por ejemplo, con Homo sapiens, que la genética dice que la salida de África fue hace 50.000, pero yo te estoy enseñando fósiles que tienen 80.000 y son de Homo sapiens que están fuera de África. Lo mismo ocurría cuando la genética databa la divergencia de sapiens y neandertales en 300.000 años cuando teníamos en la Sima de los Huesos restos de 400.000 con características neandertales. Ahora estamos en un momento mucho más positivo que hace una década. Hay un diálogo para ver las hipótesis, porque las estimaciones genéticas también son hipótesis, y tratar de encajar lo que dicen ambas fuentes.
P: En toda la historia de estos seis o siete millones de años siempre ha habido varias especies de homínidos conviviendo, ¿por qué desde hace más de 30.000 años solo hay una?
R: Bueno, es muy difícil saberlo. Esta es una de las preguntas del millón. Creo que la clave para que pudiera haber varias especies en el mismo territorio físico es que cada una ocupaba un nicho ecológico, un modo de vida diferente y por tanto no compiten. Hay espacio para todos. Eso lo vemos, por ejemplo, cuando el género homo coexistió un tiempo en África con el parántropo, que era una especie exclusivamente vegetariana, muy especializada en frutos secos, tubérculos, raíces, etcétera. Y probablemente no molestaba al sapiens, que era más generalista. Es lo que ocurre en la vida actual, en el día a día. Competimos con aquel que quiere lo mismo que nosotros. Homo sapiens es una especie con una capacidad de adaptación tan extensa que no deja prácticamente ningún nicho ecológico sin invadir. Así es muy difícil que deje espacio para otra especie.
P: El caso que siempre se esgrime es el de neandertales y sapiens.
R: No digo que sea necesariamente un tema de confrontación violenta. De hecho, sabemos que hubo hibridación entre sapiens y neandertales, que se ha cuidado de esa descendencia, si no, no tendríamos el ADN neandertal. No necesitamos pensar en una extinción por confrontación violenta, pero probablemente Homo sapiens le fue comiendo el terreno a una especie que no estaba pasando su mejor momento, porque llevaba cientos de miles de años aislada en Europa y progresivamente castigada por el frío y la endogamia genética. Ahora me parece difícil pensar que Homo sapiens, con un estilo de vida capaz de adaptarse prácticamente a cualquier ecosistema, deje espacio para otra especie humana