CSN El tratado de no proliferación de armas nucleares - Alfa 52 Revista Alfa

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Alfa 52

En busca de los límites de la tabla periódica

A lo largo de siete décadas, laboratorios de investigación nuclear de Estados Unidos, Rusia, Alemania y Japón han extendido el número de elementos químicos hasta el 118, ahora intentan crear los elementos 119 y 120. Con este tema abrimos el último número de Alfa de este 2022.

En los reportajes divulgativos, te damos las claves para adentrarte en el mundo del metaverso y de la nueva versión del supercomputador español MareNostrum, que en 2023 verá la luz y permitirá avances espectaculares en diferentes áreas de investigación, como química, aeronáutica, biología molecular e incluso fusión nuclear.

Sin perder de vista la actualidad, abordamos también el Tratado de No Proliferación Nuclear y la reunión mantenida el pasado agosto en Nueva York por sus países firmantes. 

A través del resto de reportajes podrás conocer las medidas de protección radiológica que se aplican en veterinaria y recorrer los ecosistemas que se comportan como complejos castillos de naipes, donde cada especie es una carta y cuando alguna desaparece, todo el edificio se viene abajo.

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El tratado de no proliferación de armas nucleares

La proliferación nuclear ha vuelto a primera línea de los informativos en los últimos meses por causa de la agresión rusa sobre Ucrania, si bien la amenaza de un conflicto nuclear estaba latente. El mundo parecía más o menos estable antes de las crisis económicas y de la pandemia; dábamos por hecho una situación de calma tensa e, incluso, el statu quo de Crimea y el Dombás. Pero el 24 de febrero pasado se inició en Europa una nueva guerra tras la invasión, de Ucrania por la Rusia de Putin y las consiguientes amenazas al mundo occidental de desatar una guerra nuclear, a pesar de ser muy consciente de que eso nos llevaría a una DMA, siglas de “destrucción mutua asegurada”, que se hicieron tristemente famosas durante la Guerra Fría y que, sin duda, es un concepto muy actual.

Texto: Alfredo Rodríguez | director del Máster Universitario en Estudios de Seguridad Internacional de la UNIR 

L a amenaza nuclear no dejó nunca de existir desde el final de la II Guerra Mundial, alimentada por países como Irán y Corea del Norte, que tratan, de forma velada el primero y de forma evidente el segundo, de añadirse al club de los estados con armamento nuclear. La proliferación nuclear es el mayor desafío existente para la seguridad mundial y el temor a un conflicto interestatal de esta naturaleza fue la gran obsesión de la Guerra Fría, pero actualmente la amenaza es tan real como entonces, agravada por la mayor potencia y alcance de los misiles nucleares. Y es precisamente en esta situación mundial en la que, durante el pasado agosto, se celebró en la sede de Naciones Unidas en Nueva York la Décima Conferencia de las Partes encargada de examinar el Tratado sobre la No Proliferación de Armas Nucleares, programada para 2020 y aplazada por la pandemia. Esta décima conferencia de revisión congregó a los 191 Estados parte para revisar la implantación del Tratado y vio algunos cambios de fechas hasta su celebración. 

La conferencia se desarrolló en un escenario mundial que presenta importantes desafíos para el régimen de seguridad internacional y para la arquitectura de no proliferación. Las continuas amenazas del autócrata ruso no solo a Ucrania sino también a sus vecinos, que en su mayoría forman parte de la OTAN y de la Unión Europea, ha devuelto al debate la posibilidad de un conflicto nuclear cuyos resultados serían catastróficos, más de lo que ya están siendo para Ucrania, Europa y el resto del mundo. 

Tras la Segunda Guerra Mundial, se puso sobre el tablero internacional un instrumento que trataba de evitar este problema y que llevaría al mundo de bloques a la ya mencionada DMA; se trata del Tratado sobre la No Proliferación de Armas Nucleares (TNP), que nació como un instrumento esencial para prevenir la propagación de estas armas y la tecnología armamentística, para promover la cooperación en la utilización de la energía nuclear con fines pacíficos e impulsar el objetivo de lograr el desarme nuclear y el desarme general y completo. Se trata del único tratado multilateral que representa un compromiso vinculante para los Estados poseedores de armas nucleares respecto del objetivo del desarme; sin embargo, ello no impide al presidente ruso mantener la continua amenaza de usar las armas nucleares, al presidente de Corea del Norte perseguir con ahínco la nuclearización del país y a Irán intentar engañar al mundo sobre sus objetivos. 

Los orígenes del tratado

El nuevo orden mundial surgido tras la II Guerra Mundial dividió el mundo en dos partes, el liberal y el que se escondía tras el telón de acero, que se disputaban la preminencia y dio paso a la Guerra Fría y a la era nuclear, tras el lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, que ha sido uno de los mayores desastres de la humanidad. Pronto se hizo evidente que el desarrollo de capacidades nucleares permitiría a los Estados emplear la tecnología para fabricar armas de este tipo, y comenzó una carrera desenfrenada para avanzar en su desarrollo y mejora. 

La prevención en el uso de estas armas pasó a ser un asunto principal en los debates sobre el empleo de energía nuclear. Todos los intentos por crear un sistema internacional para que los Estados pudieran acceder a la tecnología nuclear con fines pacíficos, que se iniciaron en 1946 y se prolongaron durante casi tres años, fracasaron debido a las diferencias políticas entre bloques y, sobre todo, entre las dos grandes potencias. En ese final de la primera mitad del siglo pasado, Estados Unidos y la Unión Soviética ya habían ensayado la tecnología nuclear y la habían añadido a sus arsenales, que no dejaban de incrementarse como amenaza permanente a la otra parte. 

El 8 de diciembre de 1953, el presidente de los EE. UU., Dwight Eisenhower pronunció el célebre discurso “Átomos para la paz” ante la Asamblea General de las Naciones Unidas, en el que pedía que se creara una organización internacional para propagar el uso de la tecnología nuclear con fines pacíficos e impedir a terceros países la capacidad de producir armas nucleares. 

Antes de asumir la presidencia de Estados Unidos, Eisenhower había sido jefe del Estado Mayor y primer comandante supremo aliado en Europa (SACEUR) de la OTAN, por lo que era perfectamente consciente de los dos grandes problemas a los que debía enfrentarse como comandante en jeje de los ejércitos: la impopularidad de incrementar el gasto militar, en un momento en el que la Unión Soviética había desarrollado un programa de armas nucleares y diseñado su primera bomba de hidrógeno, y la desconfianza que mostraban sus aliados europeos ante esta desbocada carrera nuclear. 

El fondo de su intervención ante la Asamblea era la Guerra Fría y la carrera armamentística nuclear, pero en lugar de ceñirse a los peligros de la guerra atómica, Eisenhower habló también de la parte cívico social: las aplicaciones de la tecnología nuclear en los más diversos aspectos de la vida, como la agricultura, la medicina y la energía. Por ello, lanzó la propuesta de crear un organismo para fomentar el uso pacífico de la energía nuclear en beneficio de la humanidad. Esta propuesta fue la base para la creación del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) en 1957, iniciando su actividad en 1958. Con sede en Viena, pertenece al Sistema de Naciones Unidas y es un foro de cooperación científica y técnica que busca la seguridad en el uso de la energía nuclear para la paz, la salud y la prosperidad. 

El principio de no proliferación se discutió en Naciones Unidas desde ese mismo año y tomó fuerza al inicio de la década los 60, a medida que quedaba clara la peligrosidad de estas armas y la necesidad de redactar un acuerdo para minimizar el riesgo. En 1968 se alcanzó el consenso para elaborar un tratado contra la proliferación de las armas atómicas, facilitar la cooperación para el uso de esta energía con fines pacíficos y fomentar el desarme de las potencias nucleares. 

El artículo X del tratado establecía que se celebrara una conferencia 25 años después de la entrada en vigor para de40 | alfa 52 terminar si era conveniente que permaneciese vigente de modo indefinido o si era preferible su prórroga por períodos preestablecidos. Para ello, se convocó en mayo de 1995 la Conferencia de Examen y Prórroga del TNP, en la que los Estados que forman parte del tratado tomaron, sin necesidad de votación, una decisión intermedia pero adecuada: la prórroga indefinida del tratado y la revisión de su texto cada cinco años. 

El TNP

El Tratado sobre la No Proliferación de las Armas Nucleares fue el principal esfuerzo mundial destinado a evitar la expansión de este tipo de armas. Contempla la eficacia de las acciones de los organismos internacionales gubernamentales y la cooperación decidida para acabar con la propagación de las armas de destrucción masiva, lo que implica a su vez la prevención, disuasión, detención y eliminación de los programas de proliferación, así como el compromiso de evitar el acceso a grupos terroristas y delincuencia organizada a materiales peligrosos, no solo en el ámbito nuclear y radiológico sino también en el biológico y el químico, así como el control de la exportación de materiales y tecnologías de doble uso en relación con este tipo de armas. 

El TNP se firmó inicialmente en 1968 y está vigente desde el 5 de marzo del año 70. Actualmente forman parte del mismo 191 Estados, siendo el tratado que mayor número de adhesiones tiene en este ámbito. De acuerdo con sus disposiciones, se distingue entre las Partes a aquellos Estados poseedores de armas nucleares a los que hayan fabricado y hecho explotar un arma nuclear u otro dispositivo bajo esta tecnología antes del 1 de enero de 1967, condición que cumplen cinco Estados: China, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y Rusia. 

España, firmó el TNP en 1987 y el Protocolo adicional en 2003, y dentro de la Unión Europea, es EURATOM el organismo que aplica las salvaguardias, mientras que el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) se reserva el derecho de supervisar la aplicación de las medidas pertinentes, por un acuerdo entre este organismo y los estados de la Unión. 

En el marco de este tratado, los Estados suscriptores se comprometen a: Quienes tengan armas nucleares no traspasarán a nadie dichas armas ni ayudarán a terceros Estados a fabricarlas ni a comprarlas. 

Los que no las tengan, se obligan a no recibirlas de nadie, a no fabricarlas, y a no solicitar ayuda a nadie para ello. También a no proporcionar materiales básicos (como uranio y torio) ni materiales nucleares especiales (como uranio enriquecido y plutonio) a ningún país no poseedor de armas nucleares sin que tales materiales queden sometidos a salvaguardias. 

Cada país no poseedor de armas nucleares acepta las salvaguardias (básicamente obligación de entrega de información y de aceptar el régimen de inspecciones) del OIEA, estipuladas en acuerdos formalizados bilateralmente.

Además, en 1998 se firmó un protocolo adicional en el que se añadía a los materiales controlados por el TNP, a efectos de las salvaguardias mencionadas, una gran cantidad de equipos, detallados en listas muy específicas, que se pueden emplear para actividades no pacíficas. 

Los países que tienen en su poder este tipo de armamento están sometidos al TNP, pero de una forma concreta que les permite seguir con los programas militares; estas denominadas potencias nucleares han ido adhiriéndose a diferentes tratados para prohibir las pruebas nucleares en la atmósfera, en el espacio o en el mar y para reducir los arsenales. Estos acuerdos se van cumpliendo y se está procediendo a desmantelar numerosos artefactos y utilizar su material fisionable en reactores comerciales. Es motivo de grave preocupación, sin embargo, la sospecha de que determinados países no poseedores de armas nucleares llevan a cabo programas militares nucleares, lo cual quedó demostrado hace unos años por las pruebas realizadas por India y Pakistán. 

Otro actor en esta ecuación complicada es el Grupo de Suministradores Nucleares, compuesto por los países firmantes del tratado que pueden proveer a países no firmantes materiales y equipos relacionados en el Protocolo Adicional que ya conocemos, siempre que el Estado receptor acredite que va a emplear siempre y en todo caso esos materiales o equipos en instalaciones concretas dentro del acuerdo de salvaguardias del OIEA; es decir, que su empleo va a ser pacífico y no armamentístico. 

Sin embargo, este grupo es más importante que todo eso. Los principales países suministradores, que lo forman, han firmado un acuerdo que hace que los suministros requieran la aceptación por el país receptor de un régimen conocido como de Salvaguardias de Alcance Total, que afecta a todas las instalaciones nucleares del país.

Este acuerdo, que España firmó en 1988, impide la exportación de materiales y equipos de unas listas similares a las del Protocolo Adicional a países no firmantes del TNP, como son India, Pakistán o Israel, o firmantes, como Irán o Corea del Norte. Últimamente India ha obtenido un reconocimiento más favorable, reconociéndosele que es un país poseedor de armas nucleares, pese a haber llegado a esta posición después de la fecha del TNP.

Fracaso de la reunión La conferencia de revisión celebrada en el pasado mes de agosto, ante la evidente amenaza nuclear actual, especialmente por parte de Rusia, pero sin olvidar otros focos de conflicto, dejó un regusto amargo. El secretario general de la ONU, António Guterres, señaló su gran decepción por no haber podido alcanzar un consenso. Las cuatro semanas que duró el encuentro, que tuvo lugar en la sede de Naciones Unidas en Nueva York, terminaron a finales de agosto sin un documento final porque Rusia se opuso a un texto que abordaba su control de las instalaciones nucleares ucranianas. Eso significaba dejar de hacer frente a lo fundamental en la reducción de la amenaza nuclear a través de este tratado que cuenta con 52 años de antigüedad. Ha sido la segunda vez consecutiva que la Conferencia de Revisión no logra el objetivo, y ello refleja una crisis en la arquitectura de la no proliferación y el desarme y la fragilidad del Tratado. 

Los analistas internacionales sabían de antemano que las posibilidades de conseguir avances en esta conferencia de revisión eran escasas, dadas las divergencias entre los participantes, que se han visto aumentadas tras la invasión de Rusia sobre Ucrania, lo que ensombreció la reunión. A pesar de que el borrador final del documento se había debilitado mucho sobre la versión inicial para facilitar el consenso, Rusia se negó a aceptar la versión final y la conferencia terminó sin ese necesario acuerdo. La negativa se justificaba en que los párrafos referidos a la situación en la central nuclear de Zaporiyia no reflejaban la realidad; a pesar de que no se hacía ninguna mención explícita.