CSN La Tierra es una estrella - Alfa 58 Revista Alfa

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Alfa 58

ALFA dedica su portada al Laboratorio Subterráneo de Canfranc, dirigido por Carlos Peña Garay y con Juan José Gómez-Cadenas como responsable de uno de sus principales experimentos. Le siguen dos interesantes reportajes sobre el “atlas del cerebro” y la ciberseguridad. Pilar Paneque, directora de la Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación, responde a las preguntas de la revista del CSN que pretenden explicar el nuevo sistema de acreditación estatal para el profesorado universitario.

La sección técnica llega de la mano de Victoria Aceña Moreno, que realiza un análisis de las dosis recibidas por el público, debido a las actividades de transporte de material radiactivo en España, e Ignacio Calavia e Isabel Villanueva, que estudian la exposición a la radiación cósmica del personal de tripulación de aeronaves. Este número dedica también un espacio al Organismo Internacional de Energía Atómica, con el propósito de conocer mejor el objetivo de una entidad que trabaja en favor del uso pacífico de la tecnología nuclear para garantizar la paz y la seguridad internacional. ALFA rinde homenaje a Marietta Blau, excepcional investigadora nominada dos veces al Nobel, cuyas aportaciones permitieron entender mejor las reacciones nucleares y distinguir las huellas que producen los protones y las partículas α en emulsiones fotográficas adaptadas para ello.

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La Tierra es una estrella

La contaminación lumínica tiene una característica que lo distingue de los demás problemas ambientales conocidos: nadie lo concibe como tal. La luz artificial se asocia a progreso, modernidad, seguridad o diversión. Sin embargo, es un agente contaminante muy peligroso por su capacidad para propagarse en todas las direcciones y la alta velocidad que alcanza: 300 000 kilómetros por segundo.

Texto: Alicia Santiago

La contaminación lumínica es un fenómeno progresivo. Cada año, la superficie mundial iluminada y la intensidad de brillo artificial del cielo nocturno crece en torno a un 2,2 %, aunque estudios recientes apuntan a que este porcentaje podría ser mayor. En 2021, el IAA-CSIC, a través de su Oficina de Calidad del Cielo, participó en un estudio que puso de manifiesto que la contaminación lumínica se ha incrementado en torno a un 50 % en los últimos veinticinco años. Otros trabajos que no utilizan información de satélites, sino que utilizan datos tomados desde tierra, apuntan a un crecimiento del 9,6 % anual.

Alicia Pelegrina es doctora en Ciencias Ambientales en el Instituto de Astrofísica de Andalucía (IAA-CSIC). Experta en temas de contaminación lumínica, trabaja desde 2016 en la Oficina de Calidad del Cielo del IAA. «Cuando hablamos de contaminación lumínica nos referimos a la alteración de los niveles naturales de luz que tenemos en nuestro entorno durante la noche. Alteración provocada por esa farola cuyo resplandor entra por nuestra ventana y no nos permite dormir, las luces que iluminan fachadas de monumentos apuntando hacia el cielo, la iluminación de carreteras desiertas en las que a las cinco de la madrugada parece ser de día, etc. La contaminación lumínica impacta fundamentalmente en cuatro ámbitos: el equilibrio de los ecosistemas, las observaciones astronómicas, el patrimonio cultural y nuestra salud», advierte.

La solución requiere un cambio de concepto en cuanto al uso de la luz. La contaminación lumínica se produce a partir del mal uso de la luz artificial y las soluciones pasan por revisar la forma de utilizarla. «Mientras que, como sociedad, no reclamemos modelos de iluminación más sostenibles para nuestros pueblos y ciudades, las políticas y el desarrollo normativo frente a esta problemática serán insuficientes», mantiene.

El deterioro de la vida

Los ciclos de luz y oscuridad han marcado la historia de la vida en el planeta y son esenciales para los seres vivos. La luz natural es como «un árbitro que garantiza la buena marcha del partido, porque controla mecanismos y funciones biológicas como la reproducción, la búsqueda de alimento, la migración o la floración. La artificial rompe esos patrones cíclicos provocando el desequilibrio de los ecosistemas. Las tortugas al nacer confunden las luces de los paseos marítimos de las zonas costeras con la luz de la luna sobre el mar. Al eclosionar los huevos, inician un rumbo equivocado y terminan siendo víctimas de predadores o de la deshidratación. Las luciérnagas están desapareciendo porque la sobreiluminación imposibilita el encuentro de los amantes: los machos son incapaces de reconocer la luz que emite la hembra –llamada bioluminiscencia– y cada vez nacen menos crías. Las aves migratorias ven alterada su hoja de ruta, están desorientadas por las luces de las grandes ciudades… Y así un largo etcétera de consecuencias negativas para nuestro entorno», alerta la experta del IAA.

Los insectos constituyen el grupo de seres vivos más abundante en el planeta y uno de los más vulnerables a la contaminación lumínica. Los nocturnos identifican la luz como una señal de seguridad y orientación. Eso explica que queden «cautivos» volando alrededor de una farola y mueran quemados por la bombilla caliente, por agotamiento debido al vuelo continuo, o depredados. Las luces artificiales se convierten así en un muro de contención en los movimientos migratorios de insectos y el desplazamiento de organismos que se alimentan de ellos.

Un problema de salud global

La presencia de luz artificial durante la noche tiene dos consecuencias directas e inmediatas en el ser humano: la alteración del reloj biológico y la supresión de la síntesis de melatonina. Nuestro organismo posee un reloj interno que regula una serie de procesos biológicos que no son constantes, varían en función de si es de día o de noche. Se conocen como ciclos circadianos (circa diem, alrededor de un día). La secreción de cortisol y melatonina o la presión arterial presentan un ciclo circadiano.

«El principal sincronizador de nuestro reloj interno es la alternancia que se produce entre la luz natural y la oscuridad en un periodo de veinticuatro horas, por tanto, los niveles de luz insuficiente durante el día o la excesiva exposición a la luz artificial durante la noche alteran el funcionamiento de nuestro reloj interno porque impiden que se sincronice con el entorno; cuando esta sincronización no se produce, los ciclos circadianos se alteran y nuestro organismo entra en caos, lo que se conoce como cronodisrupción. Existen varios estudios epidemiológicos que muestran una relación estadísticamente significativa entre cronodisrupción y aumento de alteraciones metabólicas (que incrementan el riesgo de padecer hipertensión, diabetes u obesidad o el nivel de colesterol en sangre), de enfermedades cardiovasculares, deterioro cognitivo, trastornos afectivos y envejecimiento acelerado», explica Alicia.

Respecto a la melatonina, se trata de una hormona que desempeña importantes funciones en el organismo. Es la encargada de transmitir el mensaje del reloj interno al resto del organismo y un importante agente antioxidante que inhibe el crecimiento de células cancerígenas disminuyendo el riesgo de aparición de tumores. Pelegrina apunta hacia los radicales libres como los culpables de un efecto devastador: «aparecen como residuos de las reacciones de óxido-reducción, a través de las cuales nuestro organismo obtiene la mayor parte de energía que necesita, pueden dañar nuestras macromoléculas (lípidos, proteínas, hidratos de carbono y ácidos nucleicos). Estos daños pueden alterar procesos celulares claves, como la funcionalidad de las membranas, la producción de enzimas, la respiración celular, etc., dando lugar a enfermedades como la arterioesclerosis que es uno de los factores desencadenantes de un ictus, el envejecimiento prematuro, la hipertensión arterial y la demencia senil, entre otras. Muchas enfermedades debilitantes, como el alzhéimer o el párkinson, especialmente en ancianos, incluyen como parte de su proceso degenerativo la acumulación de daño oxidativo por radicales libres. Por eso es tan importante la capacidad antioxidante de la melatonina: para neutralizar estos radicales libres tan dañinos para nosotros».

La melatonina solo se segrega durante la noche y requiere condiciones de oscuridad. Sin embargo, la luz le envía a nuestro reloj interno el mensaje erróneo de que es de día y suprime la síntesis de esta hormona. La capacidad que tiene la luz artificial de inhibir la producción de melatonina, teniendo en cuenta las funciones claves de esta hormona en el organismo, la convierte en un agente contaminante muy peligroso para la salud.

Situación de España

España es uno de los países de Europa con más contaminación lumínica. Los valores medios de consumo de electricidad por habitante y año se cifran en 116 kilovatios-hora (kWh), frente a los 43 que se consumen en Alemania o los 91 de Francia (datos de 2018) . Sin embargo, quedan algunos reductos donde es posible contemplar un cielo estrellado, como el Parque Nacional de la Caldera de Taburiente, en la isla de Palma; Montec, en Lleida; el Parque Natural del Alto Tajo o Sierra Morena, en Andalucía.

La tecnología LED ha supuesto un avance en cuanto a la reducción del gasto energético, pero triplica la contaminación lumínica. «Cuando aparecieron en el mercado, las lámparas tipo LED se vendieron como solución frente al despilfarro energético del alumbrado público. Y es cierto. Se fabricaron leds blancos que ahorran mucha energía en comparación con las lámparas de vapor de sodio que antes inundaban las calles. Sin embargo, la luz blanca es más contaminante, pues se dispersa con mayor facilidad en la atmósfera y afecta más al equilibrio de los ecosistemas y a la salud humana. Por esta razón se concluyó que no era la más adecuada. Había que buscar leds de un color más cálido. Hoy se ha comprobado que los LED ámbar, más anaranjados y cálidos, tienen prácticamente la misma eficiencia energética que las lámparas de vapor de sodio de alta y de baja presión anteriores», expone la experta del CSIC.

Energía basada en el ahorro

La pregunta es si ha servido para algo el cambio a una energía basada en el ahorro. «Desde el punto de vista de la contaminación lumínica, el cambio a lámparas led blancas ha agravado el problema. Y desde el punto de vista de la eficiencia energética ha provocado un efecto rebote. El ahorro energético de esta tecnología ha llevado a los responsables del alumbrado público a instalar más puntos de luz o a mantener más tiempo encendidos los que ya existían. Si queremos evitar la contaminación lumínica hay que utilizar lámparas LED ámbar, para al menos poder beneficiarnos de las ventajas que tiene esta tecnología frente a las lámparas de vapor de sodio que se utilizaban antes».

Una de las ventajas que presentan las LED ámbar es que se puede escoger el color de luz que emiten. «Esto permite diseñar espectros a la carta. Podríamos definir el más adecuado, por ejemplo, para un espacio natural protegido en el que haya una especie de ave migratoria específica, que tiene una sensibilidad especial a una longitud de onda X del espectro. Así disminuirían los impactos negativos de la luz en algunas especies», destaca la doctora del IAA.

La segunda ventaja es que al apagarse y encenderse alcanzan su actividad máxima muy rápido. «Existen otro tipo de lámparas que, desde el encendido hasta que alcanzan un nivel adecuado de iluminación, requieren un tiempo. Esto nos permite utilizar otro tipo de sistemas complementarios como los sensores de presencia o los reguladores de intensidad, que hacen que las luces no tengan que estar permanentemente encendidas; pero, cuando se necesitan están a su máxima potencia».

Por último, la tercera ventaja del LED es que se puede regular su intensidad. «Podemos adaptar el sistema de iluminación a las diferentes horas del día y a la actividad que estemos haciendo, evitando así que las calles sin transeúntes estén iluminadas como si fueran las doce del mediodía». 

Una responsabilidad compartida

La contaminación lumínica es una problemática ambiental con un alcance global que requiere de una aproximación directa. «No vale con medidas indirectas derivadas de estrategias que hagan frente a otros retos. Por supuesto que todo suma, pero no nos podemos quedar aquí. Necesitamos trabajar y aunar esfuerzos en pro de una iluminación responsable que garantice un cielo suficientemente oscuro. Lo necesitamos tanto para preservar nuestra salud y la de nuestros ecosistemas, como para garantizar el desarrollo científico y del conocimiento. Debemos cuidar especialmente los cielos de los observatorios astronómicos, nuestras ventanas al universo. Y tampoco podemos olvidar que el cielo puede convertirse en motor de desarrollo sostenible en zonas rurales como activo turístico», argumenta Pelegrina.

La responsabilidad ante este reto ha de ser compartida. «Comunidad científica, políticos y agentes económicos y sociales deben asumir su parte de responsabilidad. El alumbrado exterior de pueblos y ciudades debe ayudar a caminar sin tropiezos, evitar posibles accidentes, garantizar la seguridad, favorecer la actividad económica en las horas sin sol o realzar la belleza de los edificios más emblemáticos, pero nunca debe alterar la actividad científica de los observatorios astronómicos, impedirnos disfrutar del espectáculo de un cielo estrellado, alterar nuestra salud o el equilibrio de los ecosistemas», señala.