CSN Radiactividad ambiental: presencia invisible, realidad controlada - Alfa 62 Revista Alfa

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Alfa 62

El número 62 de la revista Alfa abre con un reportaje sobre el impacto de la biotecnología en la agricultura, destacando técnicas avanzadas como CRISPR-Cas9, el fenotipado de precisión y el uso de microorganismos beneficiosos. Investigadores españoles explican cómo estas herramientas permiten desarrollar cultivos más sostenibles, resistentes al clima y eficientes.

La publicación también se hace eco de la declaración de 2025 como Año Internacional de la Ciencia y la Tecnología Cuánticas por Naciones Unidas, y presenta el primer ordenador cuántico con tecnología completamente europea, desarrollado por el Barcelona Supercomputing Center.

En el ámbito técnico, Alfa 62 analiza los sistemas de habitabilidad de salas de control en centrales nucleares, claves para garantizar condiciones seguras durante emergencias. Además, profundiza en la nueva Instrucción de Seguridad IS-47, orientada a proteger frente al radón en entornos laborales.

Se dedica especial atención a la vigilancia de la radiactividad ambiental en España, destacando su robustez y el uso incipiente de inteligencia artificial para reforzar la detección y respuesta ante incidentes radiológicos.

La entrevista de este número está protagonizada por Ana María Crespo de las Casas, primera mujer en presidir la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales.

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Radiactividad ambiental: presencia invisible, realidad controlada

La radiactividad está ahí, aunque no se vea: desde partículas en el aire hasta residuos en el suelo. El control constante es clave para proteger a la población y al medioambiente. España cuenta con uno de los sistemas de vigilancia radiológica ambiental más sólidos de Europa, avalado por el Organismo Internacional de Energía Atómica. Un esfuerzo sostenido que combina tecnología, ciencia y prevención frente a un fenómeno que desata miedos en el imaginario colectivo. 

Texto: Jerónimo López

El Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) relaciona el concepto de radiactividad ambiental con la presencia de materiales radiactivos en el medioambiente, tanto de origen natural como artificial. La Organización Mundial de la Salud (OMS) añade un matiz acorde con su competencia: dicha presencia puede generar riesgos para la salud humana , aunque, por lo general, el hombre ha convivido con la radiactividad ambiental sin mayor problema. Además, conviene distinguir entre la radiactividad de origen natural y la de origen artificial. Según el Colegio Oficial de Físicos, la natural está presente desde el origen de la Tierra y emana del núcleo del planeta y de elementos como el uranio, el torio y el potasio, presentes en rocas y minerales. La artificial, por el contrario, es consecuencia de la actividad humana, como el uso médico de radiaciones, los ensayos con armas nucleares o el procesamiento de determinados minerales que liberan radionúclidos al entorno.

En condiciones normales, los niveles de radiactividad ambiental son muy bajos y no representan un riesgo. Solo en casos excepcionales – como accidentes o en regiones con radiactividad natural muy elevada– pueden alcanzarse umbrales que impliquen efectos sobre la salud.

En condiciones normales, los niveles de radiactividad ambiental son muy bajos y no representan un riesgo. Solo en casos excepcionales –como accidentes o en regiones con radiactividad natural muy elevada– pueden alcanzarse umbrales que impliquen efectos sobre la salud. Así, la monitorización y regulación de la radiactividad ambiental es clave para la protección de las personas y del entorno. Cuando se superan determinados niveles, en incidentes extremos muy ocasionales, puede alterar el funcionamiento de órganos y tejidos. Entre sus efectos agudos, figuran el enrojecimiento de la piel, la caída del cabello, quemaduras o el síndrome de irradiación aguda. A mayor exposición, mayores consecuencias. Así, la OMS indica que la dosis mínima para provocar este síndrome ronda 1 Sv (1000 mSv). En dosis más bajas, el riesgo disminuye, ya que el organismo dispone de mayores probabilidades para reparar el daño celular. En cualquier caso, la afectación y el desarrollo de patologías como el cáncer o las cataratas puede materializarse incluso décadas después. Estudios realizados en poblaciones expuestas a la radiación –como los supervivientes de los bombardeos atómicos o los pacientes sometidos a radioterapia– han demostrado que el riesgo de cáncer aumenta de forma significativa a partir de dosis superiores a 100  mSv, aunque se detectan efectos incluso en niveles más bajos, entre 50 y 100 mSv. 

Compañera de viaje

A pesar de los estragos que puede producir esta fuerza de la naturaleza cuando se descontrola, la humanidad vive en un entorno radiactivo y se ha desarrollado como especie en presencia de un campo de radiaciones naturales. Como detalla el catedrático de Física Atómica, Molecular y Nuclear de la Universidad de Sevilla, Manuel García León, «en determinadas zonas, por puras cuestiones geológicas, existen niveles de radiactividad natural altos o muy altos. Esas zonas deben identificarse, sus niveles deben controlarse y, si procede, establecer las medidas de protección necesarias».

Si bien este fenómeno es un verdadero compañero de viaje –fruto de la radiactividad natural y del flujo de radiación cósmica–, el ser humano ha contribuido a aumentar su presencia a través de actividades industriales, económicas y militares. «Con mucho, las detonaciones nucleares de los años sesenta fueron la causa más importante del incremento de la radiactividad en el medioambiente. Su contribución ha sido varios órdenes de magnitud superior a la de los accidentes de impacto global como el de Chernóbil (1986) y, en mucha menor medida, el de Fukushima (2011)», afirma. Además, existe un impacto potencial asociado a las actividades de todo el ciclo del combustible nuclear, aunque según confirma García León, «se está demostrando que hoy día es casi irrelevante. Aun así, el impacto existe y debe controlarse de forma constante».

La evolución del control de la radiactividad ambiental tuvo en el accidente de Chernóbil un punto de inflexión, a partir del cual los protocolos se perfeccionaron, se homologaron a los existentes en otros países y comenzaron a coordinarse entre sí. Desde el punto de vista científico, «cada vez tiene más presencia como un problema académico, con una mejora continua de técnicas y procedimientos. De hecho, son muchas las disciplinas que aprovechan la medición de la radiactividad ambiental para sus fines científicos, como la geología, la glaciología o la oceanografía», explica.

A pie de calle, la sociedad está cada vez más sensibilizada con el mantenimiento y control del medioambiente en el que vive, y la radiactividad se ha integrado como un elemento más en el control de contaminantes. Para García León, «hablamos de un fenómeno rodeado de cierto halo de misterio para la mayoría de la población y, sobre todo, sigue estando asociado a la forma tan terrible en que irrumpió la energía nuclear en nuestra historia: el bombardeo de Hiroshima y Nagasaki. Esa imagen persiste en el imaginario colectivo y es difícil desvincularla de los beneficios reales que obtenemos del uso ordenado de radionúclidos y radiaciones en nuestra vida cotidiana. Un ejemplo claro es su uso médico».

Medir lo que no se puede ver

La evaluación continua de la radiactividad ambiental es fundamental para garantizar la protección radiológica. El Consejo de Seguridad Nuclear (CSN) subraya que la vigilancia permite detectar la presencia y evolución de elementos radiactivos, identificar las causas de posibles incrementos en los niveles de radiación, estimar el riesgo radiológico potencial para la ciudadanía, establecer medidas preventivas o correctoras si fuera necesario y verificar que las instalaciones autorizadas cumplen con los requisitos establecidos.

El control insuficiente «es inaceptable en una sociedad moderna. Los programas de vigilancia radiológica ambiental son de obligado cumplimiento, a pesar de que los niveles de radiactividad ambiental sean irrelevantes. La ausencia de un programa de vigilancia impediría, por ejemplo, detectar a tiempo accidentes de carácter global o local, o vertidos incontrolados de sustancias radiactivas al medioambiente», sostiene el catedrático sevillano.

El CSN es la entidad encargada de garantizar la protección radiológica mediante la supervisión y el control de la radiactividad ambiental, ya sea de origen natural o procedente del funcionamiento de instalaciones nucleares y radiactivas. Además, gestiona la Red de Vigilancia Radiológica de Ámbito Nacional (REVIRA), constituida por estaciones automáticas y de muestreo.

Como órgano regulador, ha establecido procedimientos normalizados para la toma de muestras y la determinación de la radiactividad en distintas matrices ambientales, como la recogida en capa superficial de suelos, el muestreo específico de aerosoles y radioyodos, la toma de muestras de sedimentos y el protocolo para el muestreo, recepción y conservación de aguas, entre otros. De hecho, hay diecinueve procedimientos de muestreo y análisis publicados por el Consejo en su página web. Cabe reseñar que muchos de ellos se han transformado en normas UNE e ISO, que garantizan tanto la calidad y representatividad de las muestras como la fiabilidad de los resultados analíticos.

Para Manuel García León, «la mejora de la precisión de los datos, combinada con la rapidez de los métodos, son los desafíos que necesitan una respuesta más inmediata. En especial, porque la experiencia ha demostrado que son claves en situaciones accidentales».

Dado que el control de la radiactividad ambiental forma parte de un compromiso global, el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) asiste a los Estados miembros en la evaluación del impacto ambiental, la rehabilitación de lugares contaminados y la capacitación y el asesoramiento sobre programas de vigilancia. Así, el Laboratorio de Radioquímica del Medio Terrestre del OIEA proporciona apoyo técnico y científico en esta área.

En este sentido, España ha hecho los deberes. Recientemente, la misión de seguimiento del Sistema Integrado de la Revisión Reglamentaria (IRRS, por sus siglas en inglés) de este organismo ha reconocido el uso adecuado de la regulación, así como el empleo de los recursos que garantizan el control de las instalaciones y su supervisión. Tras un programa de revisión de ocho días, coordinado por el CSN, el jefe de equipo, Scott Morris, señaló que España demuestra su compromiso con la mejora continua del marco regulador nacional. «El equipo del IRRS ha revisado la implementación de las acciones establecidas en 2018 y felicita al CSN y a todas las instituciones españolas por el desempeño demostrado durante estos años», afirmó.

Por su parte, la Comisión Europea chequea periódicamente, a través de misiones verificadoras, los sistemas de vigilancia radiológica ambiental de los estados miembros, en virtud los artículos 35 y 36 del Tratado Euratom, que permiten el monitoreo de instalaciones nucleares o médicas, así como la vigilancia en caso de emergencia por radiación.

Entre 2004 y 2024, España ha recibido diez misiones que, en todas ellas, han destacado la buena labor realizada. Las dos últimas tuvieron lugar en 2021, con sendas misiones dirigidas a la central nuclear Santa María de Garoña y a las costas de Galicia y Cantabria. En el primer caso, entre otras conclusiones, la misión confirmó que Garoña cuenta con las instalaciones adecuadas para monitorear los niveles de radiactividad en el aire, agua y suelo en caso de una emergencia radiológica. Además, la Comisión pudo comprobar la disponibilidad de una parte importante de estas instalaciones y agradeció la excelente cooperación del personal implicado. De igual modo, en la segunda misión, verificó el correcto funcionamiento y la eficacia de las instalaciones que supervisan los niveles de radiactividad del litoral gallego y cántabro. 

Tecnología presente y futura

¿Hacia dónde se dirige la tecnología en este campo? García León predice que «veremos nuevos materiales de detección de radiación que trabajarán en modo más automatizado con un uso ya generalizado de electrónica digital. Se reducirán los sistemas de blindaje pasivo de detectores, sustituyendo su función de reducción de fondo por análisis de pulsos eléctricos mediante inteligencia artificial (IA); se mejorarán las capacidades de medida in situ, con algoritmos de calibración más sofisticados y precisos, y se avanzará en la robotización de sistemas para su trabajo en ambientes difíciles, lo que también obligará a la mejora en la transmisión segura de datos, con uso creciente del internet de las cosas (IoT)».

La miniaturización de los espectrómetros de masas también está ganando terreno, especialmente en el desarrollo de la espectrometría de masas con acelerador de baja energía (Low Energy Accelerator Mass Spectrometry), ámbito en el que García León trabaja desde finales de los noventa. El propósito pasa por hacer de la técnica un instrumento más accesible para los grupos de investigación, favoreciendo su uso generalizado.

La IA no podía quedar al margen. Cuestiones como la calibración de detectores, la reducción del fondo, el análisis de la función respuesta, el tratamiento de datos y la consecuente toma de decisiones son ya objeto de estudio mediante inteligencia artificial. «Esperamos que los procedimientos se automaticen y se dote de mayor fiabilidad al análisis de datos que se producen continuamente en las redes de vigilancia radiológica. De hecho, la incorporación de IA a los programas existentes de protección radiológica ambiental debe impulsarse», concluye García León. Un futuro que ya empieza a revelarse.