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Alfa 40
En septiembre de año pasado el Consejo de Seguridad Nuclear licenció, por primera vez en nuestro país, una instalación destinada a la protonterapia. En este número 40 de la revista ALFA hacemos un recorrido sobre cómo funciona este tipo de infraestructuras que buscan luchar contra el cáncer de una forma segura y efectiva para los pacientes.
Aprovechamos esta edición de ALFA para echarla vista atrás y repasarlos nombres que han formado parte de la investigación atómica en España con el artículo Los precursores del átomo. Relacionado con las centrales nucleares, este número 40 nos acerca a una de los mecanismos más novedosos de este tipo de instalaciones: la gestión de los gases combustibles a través de los recombinadores autocatalíticos pasivos. Las páginas de la entrevista están dedicadas a Carlos Alejaldre, director del Centro de Investigaciones Energéticas y Medioambientales (CIEMAT). En los reportajes divulgativos de ALFA podemos encontrar la historia de la primera central nuclear flotante. Además, nos pondremos al día en cuanto a las investigaciones relacionadas con las baterías.
Eduardo Torroja, el genio más allá del tablero
Dentro de las disciplinas científicas, es indudable que la ingeniería goza de una posición un tanto peculiar; su relación de hermanamiento con una de las Artes con mayúscula, como es la arquitectura, tiende a difuminar el concepto en la mente popular, mezclando una cosa y otra, cuando lo cierto es que muchos campos de la ingeniería no tienen ninguna relación con el diseño y la edificación de estructuras. Y, cuando sí la tienen, el esplendor de sus mejores logros cubre el ingente trabajo científico que se hizo imprescindible en su consecución. Las grandes obras de la ingeniería civil configuran un museo al aire libre que se extiende por todos los rincones de una ciudad o un país. La ciudad de Jerez de la Frontera es conocida, no sin razón, por los tópicos de los caballos, el flamenco y los vinos. No tanto, en cambio, por albergar el acueducto de Tempul, situado en las afueras; pero a su manera constituye un referente tan atractivo como son los otros tres para el gran público, ya que esta estructura que salva el vano de 60 metros del río Guadalete, fue la primera gran obra concebida por Eduardo Torroja.
Texto: Vicente Fernández de Bobadilla | Periodista
En palabras atribuidas a Frank Lloyd Wright,“el más grande ingeniero vivo”, y no fue la única autoridad internacional que se refiriera a él en términos similares. Hay mucha distancia en su vida entre sus primeros proyectos y las obras mayores que cimentarían su reputación; la misma que puede percibirse entre dos conocidas fotografías suyas, una tomada en su juventud, donde parece surgir de una niebla en sepia, mirando al fotógrafo con unos ojosfrenados porla timidez y la aprensión, y otra de sus últimos años, donde aparece imponiendo una estética más creativa que científica, recurriendo al lugar común de la mirada pensativa, pero sobre todo por su atuendo, un sencillo jersey sin camisa, en unos tiempos donde la respetabilidad, también académica, estaba encorsetada por el traje y la corbata. Para entonces, Torroja llevaba décadas superando todas las expectativas, que en su caso, dado su entorno familiar y social, se pueden considerar especialmente altas.
Nació en Madrid en 1899, y la ciencia le antecedió y creció a su lado: su padre, Eduardo Torroja Caballé (1847-1928), destacó como geómetra, ostentando, entre otros cargos académicos, el deCatedrático de Geometría Descriptiva en Madrid desde 1876. Su hermano José María fue ingeniero de caminos, astrónomo y topógrafo; otro hermano, Antonio, ingeniero de minas, doctor en Matemáticas y rector de la Universidad de Barcelona; y Juan, el tercero, doctor en Ciencias Físicas y colaboradordeLeonardoTorresQuevedo. La página web de la Fundación Eduardo Torroja señala que tanto JoséMaría comoAntonio fueron, como su padre, miembros de la Real Academia de Ciencias. Esta panoplia de títulos y altas especialidadesseñala una concentración de vocaciones difícil de igualar, incluso en el caso de otrasfamilias de científicosfamosos. Eduardo no tardó en reclamar su propio espacio, dentro del campo de la ingeniería civil. En 1917 se matriculó en la Escuela Especial de Madrid, donde obtendría, en 1923, la licenciatura como Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos, y uno de sus profesores, José Eugenio Ribera, le contrató casi de inmediato para su empresa Hidrocivil. El primer encargo llegó al poco tiempo: sustituir el puente del acueducto de Tempul, en Jerez de la Frontera, arrasado por una crecida en 1917. Sorprende que su profesor y jefe confiara en un recién llegado –aunque no plenamente, pues eltrabajo se realizó en colaboración con el ingeniero jerezano Francisco Ruiz Martínez–, pero la elección resultó acertada, yTorroja se metió de lleno en innovaciones como la técnica del hormigón pretensado –fue la primera obra española donde se utilizó–, patentada en 1920 por Eugène Freyssinet, porla que el hormigón essometido a esfuerzos de compresión introduciendo en él cables o barras de acero que se tensan antes de que coja consistencia sólida. La idea inicial de construirtres vanos de 20 metros de luz, tuvo que abandonarse cuando los exámenes geotécnicos desvelaron la mala calidad delterreno, que habría hecho necesario enterrarlos pilares centrales a mucha más profundidad de la prevista. La solución fue crear un único vano central de 60 metros, soportado por dostirantes de acero hormigonado.
Nuevos caminos
Los siguientes años fueron tiempos de cambios personales y profesionales. Torroja hizo una pausa en una actividad creciente para casarse conCarmenCavanillas Prosper y, en 1927, abandonó Hidrocivil para establecerse porsu cuenta, fundando la empresa Eduardo Torroja, Oficina Técnica; un nombre tan falto de florituras que escondía una ambición por abrir nuevos terrenos en su especialización y por no perderse los que se abrían en otros países. En 1928 se había celebrado en Suiza el primer Congreso Internacional de Arquitectura Moderna impulsado por Le Corbusier, donde se sentaron las bases de la transformación de esta disciplina en un movimiento social y cultural que podría jugar un papel clave en el diseño de la sociedad. Lasideas promulgadas porlossucesivos congresos, cristalizadas en la llamada Carta de Atenas de 1930, serían absorbidas y puestas en práctica por Torroja cuando en el futuro le correspondiera liderar el Instituto de Ciencias de la Construcción y delCemento (ITCC).
Antes que todo eso, llegaron algunos proyectos emblemáticos: en 1927,su antiguo profesor y jefe, José Eugenio Ribera, requirió su colaboración en el Gabinete Técnico que, dirigido por Modesto López Otero, construiría la Ciudad Universitaria de Madrid. Torroja participaría en el diseño de lasfacultades deCiencia,Medicina y Farmacia, pero también en el de la Residencia de Estudiantes o el Hospital Clínico. Diseñó también tres viaductos para el entorno universitario: el de los Deportes, el de los Quince Ojos y el del Aire, este último quizá elmás espectacular, condos arcos gemelos de 36 metros de luz y 18 de altura; el propio Torroja escribió que aquella edificación, destinada a salvar el arroyo de Cantarranas, se iba a realizar sobre “uno de los valles más hermosos de la ciudad”, con lo que extremó su cuidado para “no perturbarla armonía del paisaje”. La mala fortuna se cebaría con lostres en distintos grados: el Viaducto delAire acabaría enterrado cuando se prescindió delservicio de tranvías que circulaba por él; el de los Deportes fue reconvertido en vestuarios de lasinstalaciones deportivas de la Complutense; y del de los Quince Ojos, trece de ellos están cegados y son utilizados como almacén; los dossupervivientessiguen en activo, facilitando el paso de vehículos bajo la autovía A6.
Otras obras de esa época han disfrutado de una existencia más perdurable: la Central Térmica para la Ciudad Universitaria le valió, en 1932, el Premio Nacional de Arquitectura, recibido junto al arquitecto del proyecto, Manuel Sánchez Arcas; o el Mercado deAlgeciras –hoy rebautizado con su nombre–, con su espectacular cúpula de 47,80 metros sin apoyos internos.De la importancia que este edificio tuvo para Torroja dan fe las palabras de su hijo José Antonio:“En 1933, mi padre tuvo doshijos.Uno, elmercado deAlgeciras, que en dos añoslo terminó, y otro, yo mismo”.Menossuerte tuvo el FrontónRecoletos de Madrid (1935), dañado durante la Guerra Civil y reconstruido en 1940 en una maniobra casi de remiendo hasta que fue finalmente demolido en 1973.
Todo este trabajo del día a día se combinaba con la investigación en el desarrollo de materiales. En lasjornadas con motivo del trigésimo aniversario de la muerte de Torroja, el profesor Álvaro García Meseguerrecordó cómo este ledescribió ladiferencia entre serinvestigador y ser otra cosa: “Pues la diferencia que hay entre el Seiscientos y el Mercedes, poco más o menos”. Edificios tan representativos como los descritos anteriormente –y una de sus obras cumbre, el Hipódromo de la Zarzuela– se fraguaron en las oficinas de la empresa Investigaciones de la Construcción (ICON), fundada por Torroja y otros arquitectos e ingenieros. Su sede albergaría trabajos de experimentación realizados sobre modelos en microhormigón, que permitirían estimar el rendimiento de unas estructuras laminares en unos tiempos en que no existían para ello otros métodos fiables de cálculo. En 1934, la empresa daría lugar al Instituto Técnico de la Construcción y la Edificación (ITCE), del que fue nombrado secretario.
Solo dos años después, las cosas cambiaron. Quizá la mayor pesadilla de un ingeniero sea ver cómo el azar de obuses y bombas puede arrasar en segundoslo que llevó años construir, cómo las ecuaciones que determinan la resistencia de una edificación concebida para durarsiglosson papel mojado ante la ferocidad destructiva de las ofensivas militares; esa pesadilla sería vivida, entre 1936 y 1939, por Torroja y todos sus compañeros de profesión, que tendrían que asistir a la desaparición no sólo de edificios erigidos con orgullo en la década anterior, sino casas, barrios y, en ocasiones, pueblos enteros.
Tras la guerra
Cuando se posó la última mota de polvo, el paisaje que quedó ante lossupervivientesles mostró una situación fría y precaria, con compañeros desaparecidos por la muerte o la ausencia: García Reyes se había exiliado en Colombia, y los dos arquitectos que habían creado con Torroja el Hipódromo de la Zarzuela, Carlos Arniches y Martín Domínguez Esteban,se vieron obligados, el primero al exilio enCuba y el segundo, al exilio interior, en trabajos alimenticios por debajo de su talento.
Torroja se encontró más sólo pero, paradójicamente, másreclamado que nunca. Mientras otras vacantes eran rellenadas con cargos distinguidos más porsu fidelidad a la dictadura que porla excelencia de su curriculum, él, uno de los pocos verdaderos científicos de renombre que quedaron en el país, quedó en primera fila de uno de los terrenos donde el talento era necesario de manera inmediata. Había mucho que reconstruir y, dada la escasez reinante, había que hacerlo sacando de donde no había.
En 1939 ocupó la plaza de profesor de Cálculo de Estructuras de la Escuela de Caminos, y al año siguiente dirigiría el LaboratorioCentral de Ensayo de Materiales de Construcción adscrito a la Escuela. Sus jornadas quedaron divididas entre su estreno en la docencia, su dedicación al Laboratorio y sus nuevos proyectos. Quedó, de momento, en una relativa segunda fila su trabajo en elITCE; pero aquella institución privada iba a conocer una metamorfosis que la convertiría en piedra angular de la nueva ingeniería civil española. En 1946, el Instituto se adhirió al Patronato Juan de la Cierva del CSIC, y en 1949 se fusionó con el Instituto del Cemento para crear el Instituto Técnico de la Construcción y del Cemento (ITCC). Nunca hubo dudas de quién sería su director, aunque Torroja estableció dos condiciones: contar con un nuevo laboratorio más completo y amplio para elInstituto, y diseñar dicho laboratorio él mismo.
Su construcción le permitió llevar a la práctica los principios establecidos en su libro Razón y ser de loscuerpos estructurales:“El nacimiento de un conjunto estructural,resultado de un proceso creador, fusión de técnica con arte, de ingenio con estudio, de imaginación con sensibilidad, escapa del puro dominio de la lógica para entrar en lassecretasfronteras de la inspiración”. Si esta prosa transpira una calidez muy alejada de la asepsia de los cálculos sobre la mesa de diseño, elsentido práctico no pudo estar ausente de la puesta en marcha del edificio: estuvo –y todavía está– en El Bosque, en Chamartín-Costillares, una zona privilegiada siempre que se supieran salvar los fuertes desniveles del terreno.Torroja buscó adaptarla estructura a la complejidadque planteabansusdistintas áreas, y prever las necesidades que surgirían en los años siguientes. La solución fue una estructura modular que albergaba un conjunto de volúmenes, rica en detalles que reflejan tanto la especial dedicación de su autor como su búsqueda de soluciones a un tiempo modernas y atemporales: el comedor circular, el depósito de agua, Los Sietes y, como símbolo de todo el conjunto, elsilo de carbón diseñado en forma de dodecaedro. Inaugurado en 1953, y hoy rebautizado con su nombre, el laboratorio le serviría de base desde la cual dictar las normas porlas que se iba a regirla ingeniería civil de España en la segunda mitad del siglo XX. Sus publicaciones aparecían en revistas internacionales en un tiempo enque la ciencia española se destacaba por una presencia casi inexistente fuera de nuestras fronteras. El historiador Lino Camprubí, en su libro Los ingenieros de Franco (Crítica, 2017),señala que Torroja “no trabajaba ‘bajo’ el régimen ni ‘a pesar’ de él, sino que, en cierto sentido, utilizaba las estructuras estatales para sus propios proyectos”. Muy seguros tuvieron que estar, sin embargo, los integrantes del ITCC, para organizar en 1956 una cena compuesta únicamente de costillas, como homenaje al apodo del edificio, fundando en la misma la Nueva Orden del Dodecaedro Blanco en lo que Camprubí ha considerado “una parodia del simbolismo masón”, en unos tiempos en los que cualquier referencia, paródica o no, a la masonería, podía acarrear serias consecuencias.
Los discípulos de Torroja recuerdan de esos años su carácter distante, y al mismo tiempo cercano; una relativa sequedad –“nunca encontré palabras para expresar los más hondos sentimientos de mi corazón; este ha sido siempre uno de mis defectos”, escribió él mismo– atenuada por su carencia de afectación. Nunca se situó en ningún pedestal, y por ello pudo reunir a su alrededor un fiel equipo de profesionales. Continuó dejando muestras de su genio en distintos puntos de la geografía española y extranjera, pero al mismo tiempo convirtió el ITCC en un centro de investigación de primer orden para los análisis de estructuras y los nuevos conceptos de seguridad. Se establecieron líneas de colaboración con otros centros europeos, y enla revista Informes de la Construcción, editada por el Instituto,se presentaban los avances conseguidos fuera de nuestras fronteras, y se ilustraban sus páginas con la labor de contemporáneos legendarios.
Una actividad que terminó el 5 de junio de 1961, cuando Eduardo Torroja murió trabajando en su despacho. El fallecimiento llegó de sopetón, pero no era inesperado: los testimonios de quienes trabajaron con él hablan de una cierta premonición, que se traslucía en sus comentarios sobre la necesidad de concluir proyectos pendientes, de dejarlo todo listo. La evidencia más contundente llegó en la carta que dejó a sus colaboradores, encontrada tras su muerte: “El camino tiene sus altos y bajos, sus escollos que rodear, pero no importa, la marcha unida y constante en una misma dirección, con un mismo ideal, acaba por imponerse, el tiempo no importa, cuidad vuestra unión como yo la cuidé y pensad que el fruto de vuestros desvelos no es para vosotros, sino para todos, agradézcanlo o no”.
Esta carta fue leída en la Sala de Conferencias del CSIC, donde se instaló la capilla ardiente, antes de que el féretro partiera llevándose todo lo que Eduardo Torroja aún hubiera podido aportar; entre las anotaciones que dejó destacan estas palabras donde definía lo que consideró la semilla de la que germina cualquier obra sobresaliente:“Ha quedado demostrado que en España era posible crear unas organizaciones en las que existe una perfecta convivencia entre las diferentes profesiones, entre los de arriba y los de abajo, en la que todos se han acostumbrado a una vida de elevado rango humano, de caballerosidad, de respeto y ayuda mutuos, de máxima dignidad personal”.