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Carbono teñido de azul
Los manglares, las praderas marinas y las marismas pueden recoger dióxido de carbono de la atmósfera y almacenarlo durante miles de años. Esto es una solución que suma a la imperativa reducción global de emisiones pero, si estos hábitats no se protegen, puede tener el efecto contrario y liberar el carbono acumulado. Los proyectos de carbono azul buscan apoyar la preservación y restauración de estos ecosistemas, mermados por la acción humana, ayudándose de iniciativas como los bonos de carbono en los mercados de compensación.
Texto: Patricia Ruiz Guevara | periodista de ciencia
Cuando se piensa en sostenibilidad, medio ambiente o economía circular, el color asociado que viene a la mente es el verde. Verde césped, verde musgo, verde pino. Pensamos en la naturaleza relativa a los bosques y las plantas como la parte del planeta que hay que proteger y cuidar, pero hay una porción de la Tierra mucho mayor cubierta por otro color: más de un 70% de la superficie da nombre al planeta azul, y también alberga organismos vegetales. No es solamente un porcentaje que salvaguardar; también puede ser una herramienta de preservación.
El impacto de las emisiones de dióxido de carbono en la Tierra es señalado como el principal desencadenante del cambio climático. Exceptuando 2009, con la crisis y la recesión económica mundial, y 2020, un año marcado por la pandemia en el que la vida se detuvo, las emisiones mundiales de CO2 de los combustibles fósiles y la industria no han dejado de crecer. En el ensayo El planeta inhóspito: la vida después del calentamiento, David Wallace-Wells recoge que el ritmo en que se añade carbono a la atmósfera "es cien veces más rápido que en cualquier momento de la historia de la humanidad antes del comienzo de la industrialización: ahora mismo hay un tercio más de carbono en la atmósfera que en cualquier otro momento de los últimos 800.000 años".
Pero hay unos ecosistemas costeros que pueden tener un gran peso en la batalla contra el cambio climático: los sumideros de carbono azul pueden secuestrar carbono y almacenarlo en los sedimentos oceánicos de manera más rápida y eficiente que la tradicional fotosíntesis de los bosques terrestres. Desafortunadamente, muchos de estos hábitats están bajo la amenaza de desaparición por la acción humana: el turismo, la urbanización costera, la pesca de arrastre o por capricho estético. Las marismas no se consideraban un paisaje hermoso, nadar entre praderas marinas no es lo que buscan los cazadores de fotos de Instagram. Acabar con estos sumideros no solo provoca que dejen de absorber carbono: también se corre el riesgo de que vuelva a la atmósfera el que ya habían capturado.
Para apoyar que se integren políticas de protección y restauración de estos ecosistemas, están surgiendo metodologías para calcular y medir cuánto carbono pueden secuestrar. Así se pueden generar proyectos para empresas y organizaciones que integren créditos de este carbono en los mercados de compensación. Bienvenidos a la sostenibilidad azul.

Una parte de los ecosistemas marinos puede capturar dióxido de carbono de la atmósfera, almacenándolo en forma de biomasa y sedimentos. "Los pastos marinos acumulan elementos químicos de la columna de agua, tanto en los tejidos superficiales como subterráneos (por ejemplo, hojas, raíces y rizomas). Cuando estos tejidos mueren, una parte de ellos se acumula en el suelo contribuyendo a la acumulación vertical del sustrato", explica Cristian Salinas, investigador del Centro de Investigación de Ecosistemas Marinos de la Facultad de Ciencias de la Universidad Edith Cowan, Australia. Esto da como resultado la acumulación de depósitos ricos en materia orgánica durante miles de años, "lo que contribuye al secuestro a largo plazo de elementos biogeoquímicos, como es el caso del dióxido de carbono", completa.
Estos ecosistemas marinos de carbono azul son principalmente manglares, marismas de marea y praderas marinas; estas últimas almacenan los mayores depósitos de carbono. Lo mejor es que sus cifras de éxito son mucho mayores que las de los bosques terrestres. Según la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos (NOAA), son capaces de secuestrar CO2 con mayor rapidez que los bosques, incluso aunque sean de menor tamaño. Aunque los ecosistemas de carbono azul cubren menos del 0,5% de la superficie marina mundial, pueden almacenar entre tres y cinco veces más carbono que los bosques tropicales e, incluso, hasta por diez veces más tiempo.
Esto repercute en el cambio climático. El carbono azul puede reducir en un 3% las emisiones mundiales de dióxido de carbono, según el estudio Blue carbon as a natural climate solution, publicado en noviembre de 2021 en la revista Nature Reviews Earth & Environment, de la iniciativa australiana Blue Carbon Lab de la Universidad Deakin. En un año, pueden secuestrar una cantidad de carbono similar a casi la mitad de las emisiones generadas por el transporte a escala mundial.
En general, entre un 2% y un 7% de almacenamiento de carbono azul se pierde cada año. Según el proyecto The Blue Carbon Initiative, en el caso de los manglares se reduce un 2% de su superficie por año, y esto libera hasta un 10% de las emisiones de la deforestación a nivel mundial. En las marismas, su tasa de reducción va de un 1% a un 2%; ya han perdido más del 50% de su extensión global histórica.
Si ese carbono lleva encerrado ahí milenios, ¿cómo no se ha protegido antes? "En la década de 1990 empezamos a estudiar el ciclo del carbono en praderas marinas", recuerda Miguel Ángel Mateo, investigador titular del Centro de Estudios Avanzados de Blanes (CEAB) del CSIC y una autoridad en la materia. "Nos dimos cuenta de que formaba sedimentos muy orgánicos y que había acumulaciones de miles de años. A raíz de esto empezamos a hacer estimaciones más globales de cuánto podía representar todo ese carbono y nos dimos cuenta de que había una cantidad significativa", continúa. En los últimos diez años han proliferado los estudios y proyectos sobre carbono azul en distintas partes de la geografía mundial.
Cuánto y cuánto tiempo
Contabilizar cuánto carbono acumulan estos sumideros azules y durante cuánto tiempo lo hacen es esencial para poder justificar su preservación. "Como el carbono está enterrado en la tierra, lo que hacemos es colocar tubos en el sedimento y sacar muestras. Utilizamos técnicas de análisis con isótopos radiactivos, como Plomo 210. Podemos encontrar sedimentos de hace unos 100 años a 30 o 40 centímetros, así como calcular su concentración de carbono", explica Nuria Marbà, investigadora del Instituto Mediterráneo de Estudios Avanzados. Pero hay más profundidad, y muchas de esas praderas llevan acumulando carbono desde hace 4.000 o 5.000 años. Para averiguarlo, "datamos con Carbono-14 de la materia orgánica y hacemos estimaciones".
Una colaboración entre la Universidad Autónoma de Madrid (UAM) y la Universidad Rey Juan Carlos (URJC) ha logrado cuantificar el carbono acumulado y representar cartográficamente el proceso en las praderas oceánicas de España (exceptuando la demarcación marina de la costa española del Atlántico Norte) por primera vez. Para ello, han utilizado el modelo de InVEST Blue Carbon de la Universidad de Stanford. "Un píxel del territorio se entiende como una unidad de superficie, una imagen fotográfica que da información de varios datos y se pueden superponer varias capas de esa información. Sobre eso, se aplican matemáticas y algoritmos", explica Alberto González-García,investigador en la Universidad de Grenoble Alpes. El modelo permite alterar los escenarios futuros para ver qué sucede en caso de que desaparezcan estos ecosistemas.
"Con técnicas de modelización y predicción, vemos cómo pueden cambiar en base a las presiones a las que están sometidos. Por ejemplo, si en el año 2020 tenemos una pradera que en el 2050 podría desaparecer por la acumulación de presiones que está sufriendo, el modelo dará como resultado que no está habiendo una acumulación, sino una emisión de carbono", explica González-García. Con estos modelos, han trabajado en tres escenarios de cara a 2050: futuro sin cambios respecto a la actualidad; futuro sostenible; y futuro no sostenible. Gónzalez-García alerta de que "ninguno de los tres escenarios supone una mejora sustancial, y el escenario actual presenta una pérdida de en torno al 24% del carbono; hay que tomar medidas".
Mercados de carbono
A quien no le parezcan suficientes los motivos medioambientales puede evaluar los económicos, porque la preservación de los sumideros de carbono azul es una cuestión de sostenibilidad, pero también de dinero. Por ejemplo, en España, "el impacto económico de perder estos ecosistemas equivale a 17.974 millones de euros, alrededor del 1,6% del PIB español", detallan los autores de la investigación UAM-URJC.
La posibilidad de monetizar da oportunidad a la inversión y el beneficio. Muchos de los proyectos mencionados tienen algo en común: tanto Life Blue Natura, como Vida Manglar en Colombia y la iniciativa del Gobierno de Australia buscan de una manera u otra certificar acciones relativas a la reducción de emisiones de carbono mediante créditos de carbono; en este caso, azules.El mensaje para las empresas es claro: no contaminar, no emitir. Pero, donde no se llega, está la oportunidad de compensar con los bonos de carbono. Para hacerlo de manera oficial, hay que utilizar los mercados regulados (controlados por gobiernos e instituciones), donde sí se pueden desgravar emisiones: un bono de carbono representa el derecho a emitir una tonelada de dióxido de carbono.
Pero hasta ahora aquí entran solo los bonos verdes, los de bosques terrestres. Los azules quedan, de momento, relegados a los mercados de carbono voluntarios, donde las empresas se autoexigen cumplir unos parámetros de emisión, pero no los pueden compensar oficialmente. Por ahora, "el único rédito que puede obtener una empresa mediante la realización de créditos de carbono azul en los mercados voluntarios es prestigio y estar alineado con sus valores de responsabilidad social corporativa", afirma Mateo, del Centro de Estudios Avanzados de Blanes (CEABCSIC).
Así, una empresa puede decidir voluntariamente recuperar o replantear un ecosistema que capte dióxido de carbono y pagará el precio por esa tonelada. "En el caso del proyecto de compensación en el Parque Natural Cabo de Gata con Life Blue Natura, la tonelada se contabilizaba a 500 euros. En los mercados regulados, está a 50", indica Mateo. Es una decisión cara, que, ahora mismo, solo sirve para mejorar la reputación. Pero si algunos países lo encuentran positivo "pueden implementar algún beneficio o ventaja fiscal en el mercado voluntario de carbono azul", añade. Por eso, es vital transmitir que "una hectárea de Posidonia oceanica o marisma es mucho más valiosa ecológicamente hablando que una hectárea de pino o una de un bosque de eucalipto".
"Yo creo que las empresas nunca van a poder compensar de manera oficial usando el carbono azul, es poco rentable y muy difícil de verificar", zanja Mateo. Sin embargo, se intentan dar pasos para regularlo lo máximo posible. En el caso de Life Blue Natura, se ha redactado el primer estándar de carbono azul de Andalucía, España y Europa. "El proyecto es absolutamente pionero porque hemos partido de cero, hemos hecho el inventario de cuánto CO2 está acumulado en praderas marinas con mucho rigor científico y hemos creado el estándar que uno tiene que seguir para que ese proyecto sea aceptado en los mercados de carbono (requerimientos, muestras, analíticas)", afirma el investigador y colaborador de la iniciativa. Los dos experimentos piloto, en Cádiz y Almería, sirven de ejemplo para ese estándar, y han convencido a la Junta de Andalucía de que esto debe incorporarse en el sistema andaluz de compensación de emisiones.
La pescadilla se muerde la cola
Los ecosistemas de carbono azul capturan emisiones de CO2 , pero tienen muchísimos más beneficios. "Es una zona de cría, estabiliza el sustrato y mantiene vivo y en equilibrio el ecosistema; por ejemplo, en el caso de las praderas marinas, si las perdemos también perderemos un tercio de todas las especies del Mediterráneo, que pasan parte de su vida allí", afirma Manuel Marinelli, del Proyecto Manaia.
Esto, a su vez, puede influir "en la actividad pesquera y marisquera y la supervivencia de comunidades costeras, al desaparecer ese hábitat y, por tanto, sus especies", añade Barbà. Salinas añade otro beneficio: "Los pastos marinos contribuyen a la protección de las áreas costeras al generar, estabilizar y atrapar sedimentos". Por ejemplo, contra las tormentas y el aumento del nivel del mar. A la postre, no proteger los ecosistemas marinos es además un círculo vicioso de empeoramiento del cambio climático.
Por un lado, Salinas recuerda que "el aumento de la frecuencia y la intensidad de los fenómenos meteorológicos extremos (como olas de calor, ciclones o inundaciones) en el escenario de cambio global actual es una amenaza crítica para las praderas marinas, y muchas de estas nuevas amenazas naturales son el resultado del calentamiento global". Por otro, los hábitats marinos son fundamentales para paliar precisamente estos efectos. Por eso, hay que visibilizar la importancia de estos ecosistemas. "Abordarlos de una manera más innovadora puede ser un primer paso, que además tendrá muchos efectos en cómo los percibe la sociedad y provocará cambios en otros sectores", afirma Alberto González-García.
En esta línea, Marinelli se lamenta del poco valor que se da a los tesoros oceánicos: "Muy poca gente mete la cabeza en el agua y toma conciencia de las maravillas que hay bajo la superficie. Un arrecife de coral es impresionantemente bello, mientras que las praderas marinas pueden parecer espeluznantes a primera vista y a la gente no le gusta nadar en ellas, pero son mucho más que eso".
Para apoyar esta concienciación, los créditos de carbono azul pueden ser un aliciente entre el abanico de propuestas que se necesitan por parte de los propios países, las organizaciones, las empresas y la sociedad para proteger fieramente los ecosistemas de carbono azul.