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Alfa 58
ALFA dedica su portada al Laboratorio Subterráneo de Canfranc, dirigido por Carlos Peña Garay y con Juan José Gómez-Cadenas como responsable de uno de sus principales experimentos. Le siguen dos interesantes reportajes sobre el “atlas del cerebro” y la ciberseguridad. Pilar Paneque, directora de la Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación, responde a las preguntas de la revista del CSN que pretenden explicar el nuevo sistema de acreditación estatal para el profesorado universitario.
La sección técnica llega de la mano de Victoria Aceña Moreno, que realiza un análisis de las dosis recibidas por el público, debido a las actividades de transporte de material radiactivo en España, e Ignacio Calavia e Isabel Villanueva, que estudian la exposición a la radiación cósmica del personal de tripulación de aeronaves. Este número dedica también un espacio al Organismo Internacional de Energía Atómica, con el propósito de conocer mejor el objetivo de una entidad que trabaja en favor del uso pacífico de la tecnología nuclear para garantizar la paz y la seguridad internacional. ALFA rinde homenaje a Marietta Blau, excepcional investigadora nominada dos veces al Nobel, cuyas aportaciones permitieron entender mejor las reacciones nucleares y distinguir las huellas que producen los protones y las partículas α en emulsiones fotográficas adaptadas para ello.
Marietta Blau y las emulsiones nucleares
Einstein decía que era«una doctora en física de talento excepcional […] No se trata de un caso común sino de una persona verdaderamente valiosa, capaz de promover vida científica en cualquier lugar con recursos modestos» y Schrödinger la nominó dos veces al premio Nobel. Sus aportaciones permitieron entender mejor las reacciones nucleares y distinguir las huellas que producen los protones y las partículas α en emulsiones fotográficas adaptadas para ello.
Texto: Isabel Robles
Marietta Blau nació el 29 de abril de 1894 en el seno de una familia judía acomodada de Viena. En la entonces capital del imperio austrohúngaro –uno de los centros culturales, financieros y científicos de Europa–, Marietta defendió en 1919 su tesis doctoral sobre la absorción de rayos gamma. En 1921 se trasladó a Berlín, donde comenzó a trabajar en una empresa que se dedicaba a la fabricación de tubos de rayos X. Sin embargo, renunció a ese empleo en cuanto logró obtener un puesto de asistente en el Instituto para los Fundamentos Físicos de la Medicina de la Universidad de Fráncfort, donde tuvo la oportunidad de estudiar los efectos de los rayos X.
En 1923 su madre enfermó y Blau tuvo que regresar a Viena para cuidarla, lo que supuso abandonar un puesto con remuneración en Alemania por otro, sin sueldo, en el Institut für Radiumforschung. Aunque intentó acceder a una de las posiciones remuneradas de docente, un profesor aseguró que ser mujer y judía era demasiado disonante para la época, por lo que tuvo que conformarse con un papel periférico. Fue aquí donde conoció a Hans Pettersson, que se convertiría en su mentor y le sugirió utilizar emulsiones fotográficas expuestas a radiación ionizante para detectar partículas emitidas en las reacciones nucleares. Blau lo logró en 1925. Sin embargo, se dio cuenta de que para detectar las partículas más débiles tendría que mejorar tanto la emulsión como el procedimiento, por lo que a partir de 1932 aceptó a Hertha Wambacher como ayudante.
Su trabajo le permitió obtener una beca internacional para estudiar en Gotinga y, en 1933, Marie Curie la invitó a utilizar en sus experimentos fuentes radiactivas como el plutonio en el Institut du Radium de París. En 1934, Blau volvió a Austria y se enfrentó a las críticas que científicos como H. J. Taylor hicieron sobre su método, que continuó mejorando, hasta que en 1937 recibiera el premio Ignaz L. Lieben, junto con Wambacher.
Los años de la guerra
Para entonces, el clima político de Europa era tenso. Las ideas del nazismo se extendieron por la sociedad austriaca y Wambacher se unió al movimiento. Cuando el 11 de marzo de 1938 los alemanes entraron en Viena, Blau estaba en un congreso en Oslo como invitada de Ellen Gleditsch. Con parte de su trabajo confiscado por los nazis, logró rescatar a su madre de Viena y, gracias a una recomendación de Einstein, que conocía su situación, fue contratada como profesora de estudios avanzados en el Instituto Politécnico Nacional de México, donde llegó en otoño del mismo año. Aunque emigrar la salvó de una Europa desgajada por la guerra y el antisemitismo, también hizo que su trabajo como investigadora quedara en un segundo plano. Sin las instalaciones adecuadas y con un contrato en el que se estipulaba que debía impartir veinticuatro horas de clases a la semana, vio cómo se desvanecía la posibilidad de fundar y dirigir el laboratorio de física de la Universidad de Morelia. De hecho, en 1941, expresó la frustración de no poder demostrar su talento en una carta remitida a Einstein.
Tras el fallecimiento de su madre, en 1943, decidió irse a Estados Unidos, donde trabajó en la Universidad de Columbia como investigadora hasta que la Comisión de Energía Atómica decidió trasladarla al Laboratorio Nacional de Brookhaven en 1950. Allí pudo continuar sus investigaciones con las emulsiones y participar en el diseño de detectores de centelleo.
Regreso a Viena
En 1960, necesitada de una operación de vista que no podía permitirse en Estados Unidos y tras varios problemas personales con otros miembros de Brookhaven, decidió regresar a Viena. A pesar de que recibió algunas distinciones, como el premio Schrödinger de la Academia de Ciencias, pudo comprobar que las cosas no habían cambiado demasiado en el Institut für Radiumforschung: aquellos que habían prosperado al amparo del nazismo eran catedráticos mientras que su puesto seguía sin tener remuneración. Con una serie de problemas de salud causados por la exposición a la radiación durante sus experimentos, murió de cáncer en 1970, en Viena, sin haber recibido el reconocimiento que merecía una científica de su talla.