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El escudo roto
Según la Plataforma Intergubernamental sobre la Biodiversidad y los Servicios de los Ecosistemas (IPBES), impulsada por Naciones Unidas, una de cada ocho especies está en riesgo de desaparecer en las próximas décadas. Lo peor es que con su pérdida se deterioran los ecosistemas de los que dependemos también nosotros, porque la biodiversidad es un escudo para nuestra especie. La comunidad científica asegura que estamos viviendo en directo la sexta extinción masiva de la historia del planeta. La anterior, ocurrida hace 65 millones de años y provocada por la caída de un meteorito, se llevó por delante a los dinosaurios. Esta vez el meteorito somos nosotros y nuestras actividades. Pero quizás en nuestro pecado llevemos nuestra penitencia: ¿En qué lado estaremos los humanos, con los desaparecidos mamuts o con las supervivientes cucarachas? Texto: Elvira del Pozo | Periodista de ciencia
Rinoceronte de Java, tortuga laúd, gorila de montaña, tigre, mariposa monarca, panda gigante, pingüino de Magallanes, atún rojo. Son algunos de los protagonistas involuntarios de la Lista roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), que contiene las especies más amenazadas del planeta. Una lista cada vez más larga, porque una de cada ocho especies está en riesgo de extinguirse en las próximas décadas, alerta el último informe de la Plataforma Intergubernamental sobre la Biodiversidad y los Servicios de los Eco sistemas (IPBES), organismo independiente impulsado por la ONU.
Hasta ahora, y en solo 50 años, se han perdido dos tercios de la fauna salvaje de la Tierra, avisa el “Informe Planeta Vivo 2020” de WWF. Se trata de un “declive grave y continuado” como lo califica el reciente informe sobre el estado sobre la biodiversidad Europea de la Agencia Europea de Medio Ambiente (AEMA).Tal es la reducción de la biodiversidad que la comunidad científica ya habla de que estamos inmersos en la sexta extinción masiva de especies en la historia de la Tierra. Las anteriores, antes de la aparición del hombre, acabaron con entre el 60 y el 95 por ciento de todos los seres que existían.
La pérdida de especies es irreversible y su impacto va mucho más allá de acabar con un volumen único de una valiosa biblioteca, como ocurrió con los papiros de la biblioteca de Alejandría. Así lo denunciaba el ecólogo de la Universidad de Arizona (EE UU) Donald Falk: “Las especies son como ladrillos en la construcción de un edificio. Podemos perder una o dos docenas de ladrillos sin que la casa se tambalee. Pero si desaparece el 20 % de las especies, la estructura entera se desestabiliza y se derrumba”.
“La idea de biodiversidad es difícil de captar por la población en general, más allá de entender que especies concretas están en peligro, muchas de ellas carismáticas como el oso polar y el lince ibérico. Pero eso es solo una parte muy pequeña”, explica Unai Pascual, investigador del Centro Vasco sobre Cambio Climático y uno de los autores del Informe de la Evaluación Mundial sobre la Diversidad Biológica y los Servicios de los Ecosistemas de IPBES.
La biodiversidad engloba al conjunto de seres vivos que viven en un mismo lugar, entre los que se incluyen animales, plantas, hongos y microorganismos. Todos se relacionan entre ellos y con su entorno, y de manera conjunta forman los ecosistemas. El término engloba también la diversidad genética de los individuos respecto a otros de su misma especie y con otras distintas. Y aun va más allá: la biodiversidad no solo son seres sino también los procesos que se generan mediante su interacción.
“La reducción de biodiversidad afecta a la funcionalidad de ecosistemas, lo que no solo tiene impacto en la naturaleza sino en la sociedad a corto y largo plazo porque dependemos de ellos para nuestro bienestar e incluso nuestra supervivencia”, apunta Pascual. Se refiere a que producen muchos de los servicios que necesitamos como el aire limpio, el agua dulce, suelos fértiles, cultivos polinizados y mitigación de peligros naturales, entre otros muchos.
Las plantas trasforman la energía solar en tejido, que es la base alimentaria del resto de formas de vida. Los microorganismos descomponen la materia orgánica en nutrientes que se incorporan al suelo donde son aprovechados por la vegetación para crecer. Los insectos polinizadores son esenciales en su reproducción, lo que garantiza nuestra producción de alimentos. Las zonas verdes y los mares son grandes sumideros de carbono, que evitan el sobrecalentamiento de la Tierra. De ellos también depende el ciclo del agua.
Somos la causa
“La evidencia científica es tan contundente, que está fuera de discusión: las actividades humanas son el impulsor de la masiva pérdida de biodiversidad y, además, el modelo socio-económico actual está acelerándolo”, resume Pascual una de las principales conclusiones del informe de IPBES tras revisar décadas de investigaciones en todo el mundo. A la misma idea llega la publicación científica de la organización ecologista WWF, que va por su decimotercera edición y cuenta con datos desde 1970.
“La principal causa directa es el deterioro del hábitat por cambios del uso del suelo debido a la construcción de infraestructuras, a la agricultura intensiva y a la sobreexplotación de recursos hídricos, entre otros muchos”, cuenta Gema Rodríguez, responsable del programa de especies amenazadas de WWF España. Los estudios reflejan que el 75 % de la superficie terrestre libre de hielo ha sido gravemente modificada por los humanos; un tercio de ella por el sector agrario.
Además, está la sobreexplotación —pesca, caza, tráfico de especies— y la contaminación, principalmente de las aguas y por plásticos, señala el informe de WWF. También identifica otras dos causas que han ido adquiriendo protagonismo en las últimas décadas. Por un lado, están las especies invasoras, que desplazan a las autóctonas y que “son responsables de la desaparición del 16 % de las especies en todo el mundo”, señala Rodríguez.
Por último, estaría el cambio climático, que “puede estar causando directamente la desaparición de especies, pero actúa principalmente como vector indirecto, exacerbando otras amenazas como son las enfermedades, las sequías y los cambios de usos del suelo”, apunta la activista.
Lo que no se ve
Detrás de estos cinco impulsores directos, que son fáciles de medir, están los indirectos, “que son los más importantes”, explica Pascual. Se trata de los sistemas económicos y de gobernanza, y por tanto de las normas, políticas, reglas que regulan los mercados nacionales e internacionales, la demografía... y, aún más profundo, subyacen los valores sociales, culturales y sobre salud, entre otros muchos, “que parecen invisibles, pero tienen un gran efecto sobre nuestro comportamiento y las acciones que impactan sobre la naturaleza”, puntualiza.
“Los valores que tenemos sobre la naturaleza, son múltiples y complejos y son los que realmente hacen que nuestra relación con ella sea de una forma u otra; interactúan con los impulsores indirectos y son los responsables últimos de llevar a la naturaleza a unos límites no sostenibles”, añade el investigador. Además, “los ritmos en la toma de decisiones a nivel político son demasiado cortoplacistas comparados con los más largos de la naturaleza, desde el clima hasta la regeneración de cualquier ecosistema”. Los ciclos electorales tienen una duración insignificante frente al inmenso tiempo que necesita un entorno para recomponerse tras ser degradado.
Pascual está actualmente dirigiendo a unos 300 expertos de todo el mundo para elaborar un nuevo informe de IPBES sobre los múltiples valores de la naturaleza, que ayude a entender estas pulsiones que mueven el mundo y así poder trabajar sobre ellas. Aunque los resultados verán la luz el año que viene, el investigador adelanta que “que la crisis climática y de biodiversidad son la punta del iceberg de una crisis socio ecológica estructural en la cual la degradación de la naturaleza está íntimamente ligada a una fe ciega en el crecimiento económico como base del desarrollo”.
Cuidar la casa común
Rodríguez, de WWF, señala que “además de hacer un especial esfuerzo de conservación con las especies amenazadas, la solución pasa por incluir en cada planificación, a cualquier nivel, la variable de la biodiversidad. Que toda decisión política y económica respete los límites del planeta”. En Europa, esto es lo que pretende la Estrategia sobre Biodiversidad para 2030. Su cumplimiento es optativo por lo que la transición a estos modelos necesita de leyes o marcos legales específicos que integren esta manera de producir y consumir más sostenible.
Este es uno de los principales escollos en el actual debate europeo y nacional de la Política Agraria Común (PAC) 2023-2027. “Pedimos una PAC más verde para que los usos agrarios no contribuyan a la extinción de especies, que se usen menos pesticidas, y que la degradación de hábitats de especial valor ambiental no esté financiada con dinero público”, cuenta la activista.
Pero la eficacia de las medidas locales provoca a veces que se desplace el impacto a otro lado, apuntaba recientemente en un artículo de EFE Verde la ecóloga Sandra Díaz, Premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento 2021 en Ecología y Biología de la Conservación. Estudios publicados en las revistas científicas Nature y PNAS corroboran esta idea y aseguran que “la tercera parte de las amenazas a especies animales y alrededor del 40 % de la extracción de recursos naturales en el mundo están relacionadas con el comercio internacional; es decir, son propulsadas por consumidores en países distintos de aquel donde el factor de riesgo se manifiesta físicamente”.
Para enfrentar el problema a nivel global, el próximo octubre se celebrará en China la Conferencia de las Naciones Unidas sobre la Diversidad Biológica, donde se decidirán los objetivos para los próximos 10 años sobre la conservación de la biodiversidad en todo el mundo. Se renovarán así las 20 metas para 2011-2020, que se firmaron durante la COP 10 sobre biodiversidad que se llevó a cabo en la provincia de Aichi, Japón, en 2010.
Díaz, que colabora frecuentemente con Pascual, insiste en que “sirve de poco actuar en sectores de manera aislada, requiere un esfuerzo integral y a todos los niveles, desde lo individual hasta lo intergubernamental”. En la misma línea opina el también premiado Rei Jaume I 2021 en la categoría de Protección del Medio Ambiente, Fernando Valladares. En una charla TED proclamaba que “evitar la colisión del humano contra sí mismo requiere una transformación real de la sociedad y de los modelos económicos; todo lo demás es poner parches con los que ni siquiera se gana tiempo. Entonces, el sacrificio no va a venir por el cambio de vida, sobre todo en los países que más recursos tienen y que tienen más capacidad de cambio, sino de los impactos cada vez más frecuentes e intensos que vamos a experimentar”.
Pascual comparte esa visión de urgencia y oportunidad aunque considera que no se trata tanto de un sacrificio como de una inversión. “La biodiversidad es el seguro de vida más importante que tiene la humanidad e invertir en ella va a aportarnos muchos beneficios”, señala. “Tenemos las herramientas, tenemos el conocimiento, tenemos los recursos económicos; todo lo necesario para darle la vuelta a esta situación. Lo que necesitamos es que a nivel social y a nivel político exista un deseo genuino de querer cambiarlo; y hacerlo de manera coordinada, compartida y justa”, concluye.