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Alfa 51
Neutrones para iluminar la intimidad de la materia
En los reportajes divulgativos de este número, se incluye un análisis sobre la covid persistente, un fenómeno que ha sorprendido a los profesionales de la medicina. Nos adentraremos también en la instalación generadora de neutrones más potente del mundo, un centro de investigación multidisciplinar de última generación que entrará en funcionamiento en Suecia en 2027.
Podrás pasear con nosotros por el mundo del cine y la televisión y ver cómo se ha utilizado la energía nuclear para dar sentido científico a poderes extraordinarios como los que ostentan Godzilla, Hulk o Spiderman.
A través del resto de reportajes conocerás la historia de un reducido número de reguladores radiológicos y nucleares de países iberoamericanos que hace 25 años decidieron crear una de las primeras asociaciones en ese ámbito, el FORO. Además, abordamos la nueva definición del kilogramo a partir de la constante de Planck en el Sistema Internacional de Medidas.
Monstruos, apocalipsis y licencias poéticas

El mundo audiovisual de ficción se ha sentido atraído, principalmente, por el lado más destructivo de la energía nuclear. Así, en las películas de James Bond el malo siempre parece tener a su disposición armamento nuclear para poder destruir el mundo, y los accidentes nucleares nos han dado algunos de los monstruos más icónicos de la historia del cine, caso de Godzilla, aunque también a varios superhéroes, véase Hulk (o La Masa, como era conocido en España en sus orígenes). Desde la crisis de los misiles de Cuba, a principios de los sesenta, siempre que alguien se ha imaginado un futuro apocalíptico, este ha llegado tras una guerra nuclear. Texto: Sergio Ariza | periodista
Los escritores de ficción siempre han tendido a capitalizar la ignorancia generalizada sobre las radiaciones para poder utilizarla como la base para poder crear todo tipo de criaturas espeluznantes y de sucesos catastróficos, sobre todo después de que las bombas de Hiroshima y Nagashaki enseñaran al mundo el terrible poder de destrucción de la energía nuclear. Tiene cierta justicia poética que fuera en Japón, el país castigado con las dos bombas, donde surgiera el primer monstruo radiactivo de la historia, Godzilla. Un lagarto que debido a la radiación de una bomba nuclear crece y aterroriza al país mediante sus superpoderes. Su mero aliento atómico es capaz de destruir todo lo que toca.
El mismo año de su estreno, 1954, en EE. UU. se realizó La humanidad en peligro (Them!), en la que el ejército norteamericano realiza unas pruebas atómicas en un desierto de los Estados Unidos y, como resultado de las radiaciones, unas hormigas sufrían una mutación que las hacía crecer hasta alcanzar gigantescas dimensiones, con los insectos mutantes dirigiéndose hacia las ciudades más cercanas para destruirlas. Este tipo de monstruos radiactivos se multiplicaría durante aquella década. Apenas un año después aparecería el pulpo gigante de Surgió del fondo del mar; en 1957 se sufrió El ataque de los cangrejos gigantes, con dos crustáceos que no solo crecían de manera gigantesca debido a la radiación, sino que, además, eran capaces de asimilar la inteligencia de los seres humanos. También ese año, en Beginning of the End, varios saltamontes gigantes intentan destruir Chicago tras comer unos vegetales radiactivos. En cambio, en El increíble hombre menguante pasaba al revés, un hombre comenzaba a hacerse increíblemente pequeño después de verse afectado por una nube tóxica.
Y así se puede forjar una idea de lo que ocurría en decenas de películas de ciencia-ficción, en las que los guionistas trataban de visualizar el miedo que sentía la población a un posible ataque nuclear y a sus consecuencias, sobre todo la temida e invisible radiación. Eso sí, a principios de los 60 varios artistas de cómic como Stan Lee o Jack Kirby utilizaron la exposición a la radiación para dar poderes a muchos de sus superhéroes; Bruce Banner se convirtió en Hulk debido a la exposición accidental a los rayos gamma durante la detonación de una bomba experimental y Peter Parker lograba subirse por el techo como Spiderman después de ser mordido por una araña radiactiva. También los 4 Fantásticos encuentran sus poderes tras recibir una exposición de rayos cósmicos. Todos tendrían, con el paso de los años, sus propias adaptaciones cinematográficas.
El apocalipsis se acerca...Y será nuclear
Eso sí, en la década de los 60, tras la crisis de los misiles cubanos de 1962, en la que la Unión Soviética y EE. UU. estuvieron a punto de reventar al mundo con bombas nucleares, los guionistas comenzaron a imaginarse qué podría pasar si se llegaba a ese punto. El más mordaz, certero y caustico fue Stanley Kubrick, que en modo comedia negrísima imaginaba en Teléfono rojo, ¿volamos hacia Moscú? a un militar estadounidense que, convencido de que los soviéticos estaban contaminando el agua, lanzaba un ataque nuclear contra Rusia que acabará con el apocalipsis nuclear en medio de la suave voz de Vera Lynn. El director daba rienda suelta a un genio de la comedia como Peter Sellers, que entregó la actuación de su vida interpretando tres papeles distintos, un militar inglés, el presidente de los EE. UU. y el mítico Doctor Strangelove del título original, un personaje tan siniestro y, a la vez, divertido que Kubrick no encontró una sola toma válida en la que alguno de los otros actores no se estuviera riendo. Pero lo interesante de la cinta es que lo que cuenta no tiene ni pizca de gracia, el mundo se podría haber acabado así, sin demasiados problemas. Estrenada al poco de la crisis de los misiles de Cuba, Kubrick nos viene a decir que la estupidez humana nos llevará a nuestra autodestrucción y, cuando esto pase, muchos lo harán encantados, cabalgando a lomos del arma que inicie la mecha.
Ese mismo 1964 Sydney Lumet estrenaba Punto Limite, con Henry Fonda y Walter Matthau en el reparto, que puede verse como una especie de reverso de Teléfono rojo, aunque esta vez, en otro de los finales más brutales de la historia del cine, en vez de desencadenarse el holocausto nuclear tras el bombardeo nuclear de Moscú, el presidente de los EE. UU. accederá a destruir Nueva York, a cambio de conseguir la paz, a pesar de que la Primera Dama y toda la familia del piloto encargado de tirar la bomba están allí.
Otra película fascinante en la que se juega con ese apocalipsis nuclear y lo que viene después es la hermosa El muelle (La Jetée) de Chris Marker, una de las experiencias cinematográficas más fascinantes de la historia, un mediometraje de 28 minutos, sobre imágenes fijas y voces en off, sobre viajes en el tiempo, al que su director bautizó como fotonovela y que sirvió de inspiración para el 12 Monos de Terry Gilliam. La película comienza con el recuerdo de una imagen que no ha podido olvidar el protagonista, mientras estaba con sus padres en el Aeropuerto de Orly vio como asesinaban a alguien. Luego la película nos transporta a un futuro en el que, tras la Tercera Guerra Mundial, la humanidad se enfrenta a su extinción. Mejor no saber mucho más del argumento y sumergirse en esta fascinante obra en la que se cuenta, además, una rocambolesca historia de amor y recuerdos.
También están Akira, y su Neo-Tokio, construido sobre las ruinas de la antigua capital japonesa destruida tras la Tercera Guerra Mundial; Cuando el viento sopla, con una pareja de ancianos británicos reaccionando a un ataque nuclear de la URSS; las diversas películas de Mad Max, aunque solo en La Cúpula del Trueno se específica que ha habido una guerra nuclear; dos de Los sueños de Akira Kurosawa tratan sobre el holocausto nuclear, incluido uno en el que los millonarios y los miembros del Gobierno han sufrido una mutación en la que les sale un cuerno que les causa un dolor inaudito; o la más impactante de todas, la icónica El planeta de los simios y su inolvidable final con Charlton Heston gritando "¡Maníacos! ¡Lo habéis destruido! ¡Os maldigo a todos!" ante los restos de la Estatua de la Libertad.
Como no podía ser de otra forma son también los años en los que todos los villanos del mundo parecen tener una obsesión por las armas nucleares, desde el conocido Dr. No de las películas de James Bond hasta el propio Goldfinger, pasando por ese maletín que es mejor no abrir en El beso mortal.
Realismo a partir de Three Mile Island
Una película mucho más realista iba a influir en la opinión pública más que todos los monstruos, villanos y apocalipsis anteriores. Se trataba de El síndrome de China y trataba sobre una casi fusión nuclear en una central eléctrica, que amenazaba con hacer inhabitables enormes trozos de tierra. Se estrenó en 1979 con Michael Douglas, Jane Fonda y Jack Lemmon, y estos dos últimos fueron nominados al Oscar gracias a la enorme repercusión que tuvo la película. Y es que trece días después de su estreno la realidad casi copió a la ficción con el accidente de la central nuclear de Three Mile Island, en el que el combustible nuclear se sobrecalentó y parte del núcleo se fundió.
Pero, sin duda, el mayor varapalo que se llevó la energía nuclear fue cuando en Chernóbil, Ucrania, se produjo el peor desastre nuclear de la historia, en abril de 1986. Este accidente también sería llevado con mucho éxito a la pantalla en la miniserie de HBO Chernóbil, estrenada en 2019, una maravilla creada por Craig Mazin, basánda en el libro Voces de Chernóbil de Svetlana Alexiévich, en la que se hace una representación minuciosa, desde múltiples puntos de vista, de lo acontecido tras el accidente de esa central nuclear. Una poderosa y angustiosa recreación de algo muy grave que pudo ser mucho peor. La serie es una maravilla en todos sus aspectos, tanto técnicos como artísticos, pero encuentra su corazón en la relación de dos de sus personajes, el brillante Valery Legasov, interpretado por Jared Harris, y el tecnócrata Boris Shcherbina, recreado por Stellan Skarsgård. Su grado de precisión histórica es increíble, pero lo que la eleva de la simple recreación es el haber proporcionado alma a sus personajes.
También habría que nombrar en esta categoría a la película de animación de Isao Takahata La tumba de las luciérnagas, con la icónica imagen en la que Seita transporta a su hermana Setsuku a la espalda, que está ambientada en los bombardeos de Kobe y basada en una imagen real de un niño que llevaba a su hermano muerto a un crematorio después del bombardeo de Hiroshima.
La poética de Stalker y Soy Cuba
Alejadas de ese realismo y de los elementos pulp de los monstruos de los 50 y los apocalipsis posteriores se encuentran dos películas únicas y fascinantes, Soy Cuba y Stalker, dirigidas por sendos directores soviéticos, Mikhail Kalatozov y Andrei Tarkovsky. No pueden ser más distintas entre sí, pero las une su increíble calidad cinematográfica y su relación con las catástrofes nucleares. La primera no trata específicamente sobre eso, pero se comenzó a rodar una semana después de que los misiles soviéticos abandonasen Cuba dando por terminado el momento en el que el mundo estuvo más cerca de una guerra nuclear.
Nunca hubo un cambio más poético que este, misiles por cámaras, destrucción por arte, y es que lo que Kalatozov y su equipo de cubanos y soviéticos consiguieron fue una verdadera maravilla visual, una de las películas con algunos de los planos más asombrosos desde la aparición de Ciudadano Kane. El caso es que la película estaba hecha con un propósito de propaganda, para atacar el impacto y la decadencia que Occidente, principalmente EE.UU., había mostrado en la Cuba de Batista. Se desarrollaba en cuatro episodios que iban desde las vivencias de una prostituta en los nightclubs llenos de ricachones yanquis hasta unos granjeros que ayudan a los guerrilleros en Sierra Maestra, pero la película se elevaba por encima de su argumento con un trabajo de cámara asombroso, una increíble poesía visual en la que se transmite más con mareantes movimientos de cámara y efectos sonoros que lo que las palabras pueden expresar.
Lo curioso del caso es que la película fue un fracaso en su tiempo, vista con sospecha tanto desde Moscú como desde La Habana, pero fue recuperada posteriormente cuando, en los 90, gente como Martin Scorsese o Francis Ford Coppola comenzaron a cantar sus alabanzas. Algo normal para una película que incluye un increíble plano secuencia que comienza en la azotea de un edificio donde toca una banda de rock & roll y hay un concurso de belleza, la cámara sigue todo y baja dos pisos hasta las hamacas del hotel, donde los gordos capitalistas se mezclan con las bellezas locales, y acaba metiéndose en el agua siguiendo a una de estas últimas, donde cambia el sonido de la banda sonora, todo ello sin cortar en ningún momento el plano.
Pero quizás la película más poética que se ha filmado nunca en relación con un accidente nuclear sea Stalker, del aclamado director ruso Andrei Tarkovsky. Se trata de una película reflexiva y lenta, pero también mágica e hipnótica. Tarkovsky narra el viaje de tres hombres (el Stalker del título, una especie de guía hacia el lugar prohibido en el que ha habido un accidente nuclear; un escritor, representando la ficción, y un profesor, representando a la razón) a la Zona, un lugar que, según dicen, alberga un lugar llamado la Habitación, donde los sueños se hacen realidad. Tarkovsky coge la realidad y la deforma a su favor, en una Unión Soviética en la que desde los 50 existían lugares cerrados, con pueblos enteros abandonados, donde se realizaban oscuras pruebas atómicas. En cierto modo, Stalker se adelantó a la tragedia de Chernóbil. No en vano, años después, a los merodeadores que se colaban en la amplia zona de exclusión que quedó tras el desastre en Ucrania se les conocería como stalkers.
No es de extrañar la enorme fascinación que provoca esta película, sus planos son largos y evocadores, avanzando poco a poco, pero, desde luego, no es para todos los paladares. Antes de entrar en la Zona hay una larga escena en la que se ve a los tres protagonistas en las vías sin que pase mucho más, está hecho para provocar una especie de trance, de preludio a la entrada al sueño que es la Zona; hay un corte abrupto y de repente ya estamos allí en ese mundo de magia y sueños. El sepia del principio es sustituido por el color (como ocurría en El Mago de Oz), nuevamente la dualidad entre realidad y fantasía. La radiación vuelve a ser algo mágico, pero también terrorífico y allí, dentro de la Zona, la película alcanzará su maravillosa conclusión, con los que sean capaces de llegar al final del viaje siendo recompensados con una excelente escena final.
Epílogo
Pero ahora que parece que estamos al borde de una nueva guerra fría, quiero acabar este artículo con el que considero uno de los mejores finales de la historia del cine, uno en el que se refleja toda la estupidez humana; se trata del de Teléfono rojo, ¿volamos hacia Moscú? Con el mundo al borde de la destrucción, vemos a los grandes hombres de las mayores potencias haciendo planes, intentando sacar ventajas del apocalipsis para su lado; nadie piensa en lo que es mejor para todos, solo para sí mismos, entonces el científico nazi, supuestamente reformado, que trabaja para los estadounidenses (alguien que ya ha propuesto meter a los más poderosos en búnkeres anti radiación con varias mujeres por barba para poder repoblar la Tierra) se levanta de su silla de ruedas y comienza a decir “señor, tengo un plan...”, pero en ese momento se da cuenta del milagro y exclama “¡Mein Führer, puedo caminar!”. Entonces Stanley Kubrick corta a lo bruto y mete un montaje con todas las explosiones atómicas posibles y sus icónicos hongos, mientras Vera Lynn canta “We’ll Meet Again” Es el agridulce fin de la humanidad. Esperemos que siga sirviendo de aviso...