CSN Reconstruir los ecosistemas - Alfa 52 Revista Alfa

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Alfa 52

En busca de los límites de la tabla periódica

A lo largo de siete décadas, laboratorios de investigación nuclear de Estados Unidos, Rusia, Alemania y Japón han extendido el número de elementos químicos hasta el 118, ahora intentan crear los elementos 119 y 120. Con este tema abrimos el último número de Alfa de este 2022.

En los reportajes divulgativos, te damos las claves para adentrarte en el mundo del metaverso y de la nueva versión del supercomputador español MareNostrum, que en 2023 verá la luz y permitirá avances espectaculares en diferentes áreas de investigación, como química, aeronáutica, biología molecular e incluso fusión nuclear.

Sin perder de vista la actualidad, abordamos también el Tratado de No Proliferación Nuclear y la reunión mantenida el pasado agosto en Nueva York por sus países firmantes. 

A través del resto de reportajes podrás conocer las medidas de protección radiológica que se aplican en veterinaria y recorrer los ecosistemas que se comportan como complejos castillos de naipes, donde cada especie es una carta y cuando alguna desaparece, todo el edificio se viene abajo.

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Reconstruir los ecosistemas

Los ecosistemas se comportan como complejos castillos de naipes donde cada especie es una carta, y cuando alguna desaparece todo el edificio se viene abajo o al menos se tambalea y amenaza ruina. La urgencia de revertir esta degradación ha llevado a Naciones Unidas a declarar este como el Decenio sobre la Restauración de los Ecosistemas. La idea es devolver a los ecosistemas las piezas que han ido perdiendo, a través de la reintroducción de animales y plantas silvestres, y a veces incluso mediante traslocaciones. Es el as en la manga que los expertos están utilizando para recuperar los servicios que los ecosistemas nos aportan. 

Texto: Elvira del Pozo | periodista medioambiental 

La lombriz es el intestino de la Tierra. Forma un ejército compuesto por un millón de especies distintas capaces de culebrear, comer y defecar en casi cualquier suelo, volviéndolo apto para la agricultura. Es tal su papel en la supervivencia humana que los egipcios las consideraban dioses menores. Y, sin embargo, lo tendrá difícil con las condiciones climáticas que se esperan, lo que afectará a la producción de alimentos, alertaba el marzo pasado una investigación del Museo Nacional de Ciencias Naturales. Y no solo comida. La economía, los medios de subsistencia y la calidad de vida está amenazadas en todo el mundo por el actual declive de la diversidad biológica, añadía un reciente informe de la Plataforma Intergubernamental sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas (IPBES). “Cuando una especie desaparece, todo el ecosistema se altera; y como en un efecto dominó las consecuencias se extienden a las poblaciones humanas”, explica Ignacio Jiménez, miembro del Grupo de Translocación para la Conservación de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). La translocación con fines de conservación es mover especies silvestres de un lugar a otro para reponer aquellas extintas o en claro declive pero que cumplen roles clave. No se trata ya reintroducir la especie original sino otra semejante, que cumpla el papel de la extinguida. “Es como traer de vuelta las piezas que faltan”, puntualiza. Aunque no siempre es fácil. Hace dos años en Argentina, un país donde hay más vacas que personas, se reintrodujo el mayor depredador terrestre de América, el jaguar. Costó quince años que los ganaderos, y la sociedad en general, entendieran la importancia de volver a contar con este gran carnívoro, que tiene un papel esencial en controlar las presas, a sus captores y mantener así el frágil equilibrio de la biodiversidad. La misma virtud que investigadores del Consejo Superior de Investigaciones Científicas le atribuyeron al lince. En su publicación enfatizaron que el felino contribuye a mantener a raya las poblaciones de los voraces zorro y meloncillo, y de los aparentemente inofensivos conejos, cuya plaga ocasiona cuantiosas pérdidas a los hortelanos. Se contribuía, de algún modo, a aplacar la ansiedad de una población preocupada por tener de vecino a un depredador silvestre. En el caso argentino, funcionó “cambiar el miedo por la oportunidad, generando una economía que antes no existía”, cuenta Sofía Heinonen, directora de la fundación Rewilding Argentina, encargada del proyecto de translocación. Compraron tierras de pasto degradadas y consiguieron transformarlas en un destino turístico de naturaleza. “La gente entendió que si, además, hubiera un jaguar sería muy atractivo y atraería a más público; entonces fue la propia comunidad local la que pidió su reintroducción”. De momento, son pocos jaguares (cuatro adultos y otras tantas crías) en una espacio protegido de 750.000 hectáreas. Heinonen reconoce que a medida que crezca el número de individuos el conflicto con el ganado colindante será inevitable. De nuevo, “el apoyo social será esencial para aplacar —y compensar— el enfado del ganadero”, resalta. Jiménez coincide con su colega argentina. Tras décadas coordinando proyectos de gestión de fauna en Costa Rica, Nicaragua, Madagascar, el Salvador, Sudáfrica y Brasil, considera que “no solo se restaura lo que es ecológicamente necesario, sino lo que es viable social y políticamente: o conectas la conservación de la naturaleza con las necesidades de la gente que convive con ella, o ésta será imposible”. Visión que comparte la decena de conservacionistas que se dieron cita en el primer encuentro mundial de translocación, que se celebró recientemente en el Oceanogràfic de Valencia. Entre sus conclusiones se destaca que “no se trata de elegir entre conservación y desarrollo. No solo es que ambos sean compatibles, sino que una fomenta el otro”.

La belleza sí importa 

Un excelente ejemplo de éxito en la reintroducción de una especie lo tenemos en casa: es el caso del lince. Hace dos décadas, en 2002, había 94 ejemplares en España. Este verano, se contabilizaron más de 1.300. “Es toda una proeza y un caso paradigmático en nuestro continente”, puntualiza Jiménez. En parte se debe a que “no solo en España, sino en Europa, han aumentado los bosques, la superficie de espacios protegidos y las leyes ambientales; también es consecuencia del abandono rural”, destaca este explorador de National Geographic. También, “porque se trata de un animal grande y bonito, que queda bien en anuncios y con el que la gente empatiza”. Por lo mismo, pero al revés, no triunfan las campañas para proteger a otra especie icónica española, que también está en peligro: la avutarda. La avutarda es un pájaro de unos quince kilos y es el ave voladora más pesada del mundo. España alberga tres de cada cuatro ejemplares que existen en el mundo, aunque en los últimos tres lustros ha experimentado una disminución en su población del 30 %, según datos del Museo Nacional de Ciencias Naturales de Madrid (MNCN), del pasado junio. 8.000 ejemplares menos en quince años. Además de no quedar bien en cámara, juega en su contra que viven en espacios agrícolas tradicionales, desplazados por la proliferación de cultivos intensivos. En un intento de evitar su desaparición, varios centros de recuperación de fauna silvestre nacionales crían este animal en cautividad para reintroducirlo posteriormente en zonas de Cáceres, Granada, Alicante y en el Parque Nacional de Cabañeros, entre otras. El sisón, la alondra ricotí y, en general, la fauna pequeña asociada a la agricultura familiar, que dominó el paisaje europeo y español durante siglos está en crisis. Los insectos, con las mariposas y las polillas a la cabeza, son otros de los damnificados: la mitad de las especies están disminuyendo rápidamente y una tercera parte puede extinguirse, asegura una investigación de la Universidad de Sidney (Australia) publicada en la revista científica Biological Conservation. Los artrópodos son esenciales como alimento para otros y como polinizadores. Y, además, algunos juegan papeles ecológicos insospechados: en Australia, la falta de escarabajos peloteros que traten las boñigas de las reses hace que más de un millón de hectáreas esté actualmente cubierta de excremento de vaca. Como Navarra entera. Esto tiene un impacto económico claro porque hay menos pastos y, además, provoca un malestar generalizado debido a la proliferación de moscas y de malos olores. Desde 2017, los propios agricultores están financiando la reintroducción de estos coleópteros seleccionando “especies que no compiten con la fauna nativa, que prefiere los excrementos de los marsupiales”, contaba en una entrevista en El País el entomólogo Jean-Pierre Lumaret, que ha participado en el proyecto. El investigador francés recordaba otras translocaciones que no fueron tan rigurosas y que llevaron a que insectos introducidos en EE. UU. se dispersaran hasta llegar a Panamá, donde desplazaron a sus primos autóctonos, con los que compartían el mismo régimen alimentario. Para evitar estas intromisiones, la UICN dicta escrupulosos criterios de reintroducción. Entre ellos, establece salvaguardas cuando los ejemplares a introducir son genéticamente diferentes a los que existen o existieron en la zona. Lo que pasa es que, a veces, demasiadas limitaciones complican la conservación de animales al borde de la extinción. Por eso, también a veces,

 “se trabaja con lo que hay disponible, aunque no sea lo mejor”, enfatiza Jiménez. Es el caso del guepardo de la India, cuyo último ejemplar fue abatido en la década de los 50 del siglo pasado. Era codiciado como trofeo por los colonos, cazado por su valiosa piel y acorralado por la ocupación de su hábitat. Su translocación contaba con un gran problema: de la subespecie asiática Acinonyx jubatus venaticus solo quedan unos pocos individuos en peligro crítico y en una remota región de Irán. Así que hubo que buscar ejemplares de otro lado, en concreto en Namibia. “La cuestión era tener guepardos o no tenerlos”, subraya el conservacionista indio Yadvendradev V. Jhala. A principios de 2023, el equipo que dirige conseguirá dos importantes hitos: que su nación vuelva a tener a su felino emblemático tras llevar siete décadas extinto; y mover, por primera vez, un gran carnívoro de un continente a otro. El asunto de la escrupulosidad en las translocaciones tiene dividida a la comunidad científica. El pasado mayo, investigadores españoles, italianos y franceses publicaron una carta en la revista Science criticando que la reintroducción del águila pescadora en la Comunidad Valenciana se estuviera haciendo con ejemplares procedentes del centro y el norte de Europa porque “podría desvirtuar la genética de la especie local”. La réplica no se hizo esperar (ni la contrarréplica; que la hubo): si solo se puede contar con los pocos pollos arrebatados a las escasas familias que quedan de este ave en España, establecer una población a medio plazo es imposible. Además, defendía que incorporar nuevos genes puede ser positivo para lograr mayor resiliencia ante el cambio climático. 

Ecosistemas resistentes

Uno de los aspectos que se pretende cuando se realizan translocaciones para la recuperación de ecosistemas es que tengan una mayor resistencia ante cambios externos como la irrupción de especies invasoras, de clima, de los usos del suelo y hasta que pueda sobreponerse a incendios, todos ellos principales amenazas de la biodiversidad. Según un estudio de la Estación Biológica de Doñana, la Universidad de Cádiz y la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica), “a medida que la comunidad se  hace más compleja y que se reintroducen interacciones, mayor es la probabilidad de adaptación”. Por ello, no se suele reintroducir una única especie, sino varias. Un ejemplo de ello es el proyecto argentino, donde la vuelta del jaguar ha venido acompañada de la reintroducción de otras 13 especies de animales silvestres, cada una con un rol distinto dentro del ecosistema. Una es el guacamayo rojo, un ave de gran porte capaz de dispersar las semillas de vegetales autóctonos. Pero, también, se han incorporado herbívoros como los venados de las pampas, el oso hormiguero y la nutria gigante, entre otros. Como subraya Sofía Heinonen, “se trata del proyecto de reintroducción más completo de Sudamérica, concebido para que sea resiliente”. Y uno de los más costosos, ya que supone un millón de euros al año. En general, resulta más caro restaurar procesos ecológicos que preservarlos, pero, al menos, a la humanidad le queda siempre ese as en la manga. “Y aunque la translocación se suele reservar para situaciones muy desesperadas, es mejor no esperar a que sea demasiado tarde”, concluye Ignacio Jiménez.