CSN Ciencia con nombre de mujer - Alfa 61 Revista Alfa

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Alfa 61

El número 61 de Alfa, está dedicado a reconocer la labor de las mujeres científicas a lo largo de la historia y a analizar las implicaciones del aprendizaje automático en diversos sectores. Este nuevo número, el primero de 2025, destaca la trayectoria de mujeres que, a pesar de los obstáculos y la invisibilización, han dejado una huella imborrable en la ciencia.  Además, explora el impacto del aprendizaje automático en la era de la transformación digital. Gracias a algoritmos capaces de reconocer patrones en grandes volúmenes de información, se entrenan sistemas para tomar decisiones o realizar tareas de manera autónoma.

La parte más técnica se dedica a analizar las novedades que presenta el Reglamento sobre instalaciones nucleares y radiactivas (RINR) y otras actividades relacionadas con la exposición a las radiaciones ionizantes. También se aborda una figura introducida en el CSN desde 2019, definida como «comunidades del conocimiento» y entendida como agrupaciones de personas interesadas en una materia técnica específica que buscan la creación de un espacio para compartir y evolucionar el conocimiento.

La radiografía nos acerca los cambios que el RINR también ha introducido en la regulación de las licencias de operador y supervisor. Entre otros contenidos, as páginas de la entrevista están ocupadas por Elvira Moya de Guerra, una de las primeras mujeres en destacar en la física nuclear española, cuyo testimonio sirve de inspiración para futuras generaciones de investigadoras. 

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Ciencia con nombre de mujer

Marie Curie, la primera persona que obtuvo dos premios Nobel —y la única galardonada en dos categorías diferentes— por sus trabajos en el campo de la radiactividad, es el nombre que más suena cuando se habla de mujeres científicas. No obstante, no es la única mujer que se interesó por la ciencia. Matemáticas, médicas, biólogas e investigadoras brillantes contribuyeron con su trabajo a explicar el mundo y hacer avanzar todos los campos del saber a pesar de los obstáculos que tuvieron que sortear en su camino. Invisibilizadas, excluidas y, en el mejor de los casos, menospreciadas, sin ellas no existiría el mundo tal como lo conocemos.

Texto: Isabel Robles | Ilustración: Carmina Canseco

Cuando hace más de cuatro mil años la sacerdotisa Enheduanna observaba las estrellas que brillaban en el cielo nocturno de Mesopotamia, no podía imaginar que su nombre sería el primero de una lista que, desde entonces, no ha dejado de crecer.

La suma sacerdotisa de Ur e hija de Sargón de Acadia dejó su nombre en más de treinta tablillas de escritura cuneiforme repletas de poesías que han llegado hasta nuestros días. Sin embargo, también destacaba por sus habilidades administrativas y astronómicas. Fue la encargada de crear el calendario basándose en los ciclos de la luna, con todos los astrónomos de la corte a su cargo, por lo que ha sido reconocida como la primera científica y escritora de la historia. Siglos más tarde, la escuela de los pitagóricos, que aceptaba mujeres como alumnas, dejó otro nombre para la posteridad: Teano de Crotona, discípula de Pitágoras y maestra de su escuela que escribió tratados sobre matemáticas, física y medicina. Estudió, entre otras materias, la proporción áurea, los poliedros regulares y la cosmología. 

No fue la única. Aglaonike de Tesalia –denostada en escritos de autores clásicos, como Virgilio, que no concebían que las mujeres pudieran tener conocimientos matemáticos– era capaz de predecir eclipses, e Hipatia de Alejandría, la más famosa de las científicas de la Antigüedad, estudió álgebra y creó instrumentos científicos, como un astrolabio plano o un higrómetro.

En busca del conocimiento

La caída de Roma en el siglo V y los cambios en la sociedad de Europa Occidental provocaron que, en el mundo cristiano, el saber se desarrollara fundamentalmente en centros religiosos, como los monasterios. En 1098, diez años después de la creación de la Universidad de Bolonia –uno de los centros de estudios superiores más antiguos del mundo, aunque superado por la Universidad de Al Qarawiyyin fundada por Fatima Al-Fihri en Fez–, nacía Hildegard von Bingen. Monja desde muy joven, su trabajo científico se centró en describir las propiedades curativas de las plantas y su efecto en el ser humano, reflejado en sus obras, Physica y Causae et Curae.

Es precisamente en el siglo XI, cuando el conocimiento sale del ámbito la Iglesia y se funda en Salerno la primera escuela médica laica, que admitía mujeres. En ella se formó Trotula, cuyo tratado de medicina, Passionibus Mulierum Curandorum, se estudió en las universidades hasta el siglo XVI. Considerado «demasiado avanzado» para haber sido escrito por una mujer, fue atribuido a su marido.

A partir de la Edad Moderna, emergen nombres como el de María Gaetana Agnesi, que ocupó la cátedra de Matemáticas en la Universidad de Bolonia en pleno siglo XVIII; Caroline Herschel, la primera científica mujer que descubrió un comenta, o Marie Lavoisier, que junto con su marido sentó las bases de la química moderna en la Francia revolucionaria. No obstante, fue en el siglo XIX cuando las contribuciones femeninas a la ciencia comenzaron a ganar reconocimiento. Figuras como la matemática Mary Somerville y su discípula Ada Lovelace, Sophie Germain o Sofía Kovalévskaya empezaron a brillar en diferentes ámbitos científicos y anticiparon un mundo en el que el conocimiento con nombre de mujer ocupara posiciones más igualitarias.

Del siglo XX a la actualidad

El descubrimiento del polonio y el radio, el planteamiento del teorema de Noether, la creación de lenguajes de programación basados en comandos de palabras y el desarrollo de la amplificación de pulso gorjeado tienen sello de mujer. Marie Curie, Emmy Noether, Grace Hopper y Donna Strickland son algunas celebridades que han pasado a la historia de la humanidad por sus aportes al progreso. Aunque no lo tuvieron fácil.

El acceso a estudios superiores ha estado vetado a la inmensa mayoría de las mujeres hasta épocas recientes (el siglo XIX les abrió con timidez las puertas de las universidades estadounidenses para estudios en medicina, pero las restricciones continuaron a lo largo del XX), en especial, a los considerados más Christiane Nüsslein-Volhard Linda B. Buck Rita Levi-Montalcini Gertrude Elion 1986 1995 1988 2004 arduos, aquellos no relacionados con los cuidados o que conducían al ejercicio de una profesión liberal. Las mujeres tituladas se encontraban con la resistencia y la oposición de gran parte de la sociedad, lo que provocaba que se tuvieran que embarcar en largos procesos legales para cambiar las leyes vigentes, algo que, en ocasiones, no se hizo hasta después de la Segunda Guerra Mundial. Aparecieron químicas, físicas, biólogas, botánicas, matemáticas y microbiólogas, entre otras, con aportes tan destacados como el descubrimiento de nuevos elementos –polonio y radio por Marie y Pierre Curie, renio por Ida y Walter Noddack, y francio por Marguerite Perey–, la radiactividad artificial –Irène Joliot-Curie–, las propiedades terapéuticas de las sulfonamidas –Thérèse Tréfouël– o el procedimiento mediante el cual el glucógeno se convierte en ácido láctico –Gerty Cori–.

También destacan el desarrollo de la cristalografía de proteínas –Dorothy Hodgkin– y el del modelo de capas nucleares –Maria Goeppert-Mayer–. En el ámbito de la física, la descripción de la primera fisión nuclear la hizo Lise Meitner; el radioinmunoensayo de péptidos pequeños para medir hormonas como la insulina en la sangre lo desarrolló Rosalyn Yalow, y la preparación de la primera muestra pura de uranio-235 en un laboratorio fue obra de Elda Emma Anderson. Tampoco faltan ejemplos de mujeres sobresalientes que registraron las patentes de los resultados de su trabajo: es el caso de Stephanie Kwolek, que inventó el poliparafenileno tereftalamida; Edith Clarke, que creó un calculador gráfico para solucionar los problemas de líneas de transmisión de energía, o Hedy Lamarr, quien, además de ser una extraordinaria actriz, inventó un sistema de comunicación secreta que utilizaba cambios de frecuencia de ondas de radio y fue el precursor de la tecnología Bluetooth actual.

Científicas españolas

Casandro Mamés de la Marca y Araioa es el anagrama con el que la zaragozana María Andresa Casamayor de La Coma firmó su Tyrocinio Arithmetico en 1738, destinado a enseñar las cuatro operaciones matemáticas básicas. Tras su publicación, el número de españolas que ponen a disposición de la ciencia su tiempo y su conocimiento no ha dejado de crecer. Entre ellas, aparecen químicas, físicas, matemáticas o bioquímicas, como Dorotea Barnés, experta en la aplicación de la espectroscopia para estudiar moléculas biológicas; Josefa Molera, que construyó el primer cromatógrafo de gases de España, y Marta Bruix, que estudió las interacciones intermoleculares por resonancia magnética nuclear.

Entre tan destacada nómina, emerge con fuerza Margarita Salas. Bioquímica, miembro de la Real Academia de Ciencias Exactas y primera mujer española que formó parte de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos, sus aportaciones más importantes a la ciencia son la determinación de la direccionalidad durante el proceso de replicación del ADN y, sobre todo, el descubrimiento de la ADN polimerasa del fago φ29, que en la actualidad constituye una de las formas más útiles para amplificar ADN de forma rápida y sencilla. Entre sus discípulas se encuentra Marisol Soengas, investigadora especializada en los melanomas, galardonada con múltiples premios. 

Las científicas españolas también han estado presentes de manera activa en proyectos e investigaciones internacionales, como el que dio lugar al descubrimiento del bosón de Higgs en el CERN, en el que participaron Teresa Rodrigo y Alicia Calderón, o la clasificación de superálgebras de Jordan simples finito dimensionales en característica prima, llevada a cabo por Consuelo Martínez López en colaboración con Efim Zelmanov. En los últimos años, la calibración del instrumento MIRI en telescopio infrarrojo James Webb, realizada por Macarena García Marín, o el diseño de una nueva generación de metalofármacos con actividad antitumoral y antibacteriana, realizado por Sandra García Gallego, son proyectos que también llevan rúbrica española.

A pesar de estos ejemplos inspiradores, sigue existiendo menor presencia femenina en el ámbito STEM (Science, Technology, Engineering y Mathematics) en España. Ya durante el bachillerato, el porcentaje de mujeres que optan por la rama científico-técnica es menor que el de sus compañeros varones y, una vez superada la prueba de acceso a la universidad, las mujeres que eligen grados STEM no alcanza el 50 % de las personas matriculadas en casi ningún caso. Esta presencia es particularmente baja en grados como Matemáticas (36 %), Física (27 %), Telecomunicaciones (23 %) e Informática (13 %). Transferido al ámbito laboral, solo el 5,5  % de las mujeres ocupadas trabajan en el ámbito STEM, frente al 13 % de los hombres.

Este panorama precisa fomentar la participación de las niñas y adolescentes en actividades STEM, donde se den a conocer referentes femeninos actuales y sus trabajos, en especial, el de las jóvenes investigadoras. Nombres como el de Sara García, bióloga molecular especializada en fármacos contra algunos tipos de cáncer y primera española seleccionada por la Agencia Espacial Europea para sumarse a su programa espacial; Nerea Luis, experta en inteligencia artificial y divulgadora científica, o Cintia Folgueira, ganadora de varios premios por su investigación sobre la obesidad y la diabetes tipo 2, representan un futuro esperanzador para la ciencia española.