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Antropoceno, la huella geológica humana

En el 2002, el premio nobel de química Paul Crutzen popularizó una nueva palabra, Antropoceno, para describir la etapa actual en la que la humanidad está provocando una gran degradación del medio ambiente. Desde entonces, los geólogos discuten si incluirlo como un periodo más de la historia geológica de la Tierra. Sus defensores lo consideran justificado, dado el aumento brusco de la temperatura media de la tierra, la concentración de gases de efecto invernadero, el desencadenamiento de la sexta extinción y la acumulación de deshechos, entre otros efectos de la acción humana. Los detractores, en cambio, consideran que dentro de millones de años no quedará vestigio del hombre, ni de sus plásticos, ni de sus grandes edificios... ni de sus residuos nucleares. La Unión Internacional de Ciencias Geológicas no ha tomado todavía una decisión al respecto. 

Texto: Elvira del Pozo | Periodista de ciencia

L a Tierra existe desde hace unos de 4.600 millones de años. El Homo sapiens apareció hace apenas 300.000. De momento, somos tan efímeros como nos parecen a nosotros las flores de un día. O menos: si condensamos la historia del planeta en un año —cada día simbolizaría unos 13 millones de años—, el hombre actual aparecería el 31 de diciembre sobre las 23:30 de la noche. Un parpadeo estelar. 

Sin embargo, la ciencia señala como decisivos a los descendientes del humano que creó la máquina de vapor y cubrió de hollín, literalmente, hasta el hielo de los polos. Nos considera responsables del cambio climático más drástico desde que existe el género Homo (2,5 millones de años) y de la posible sexta extinción masiva que ha conocido la Tierra. Nuestra especie, además, ha hecho lo que ninguna otra antes: ha creado nuevos materiales, como los plásticos; o como el plutonio239, el isótopo radiactivo creado artificialmente que provocó la explosión de Fat Man, la bomba nuclear que arrasó Nagasaki (Japón) y puso fin a la Segunda Guerra Mundial. Trazas de ambos, plástico y plutonio, se detectan ya en toda la superficie del planeta.

Tal es el enorme impacto de la civilización humana sobre los ecosistemas terrestres que algunos investigadores consideran que estamos inmersos en una época geológica distinta, el Antropoceno (del griego anthropos, hombre, y kainos, nuevo). La conocida como Edad del Hombre sucedería e incluso reemplazaría a la actual, el Holoceno, que comenzó hace unos 12.000 años, tras el retroceso de la última glaciación. La propuesta está ganando adeptos, aunque todavía no hay consenso entre la comunidad científica. 

La palabra Antropoceno la popularizó en el 2002 el premio Nobel de química Paul Crutzen. En pocos años, pasó de ser un término informal para describir la época en la que vivimos una gran degradación del medio ambiente por parte del hombre, a ser objeto de debate como un posible escalón dentro de la estratigrafía geológica de la Tierra. Palabras mayores porque cada periodo geológico tiene unas características y unos límites muy marcados. Tanto es así que dos décadas después, la Unión Internacional de Ciencias Geológicas, que es la que tiene la última palabra en la materia, todavía no se ha pronunciado. Entre las dudas está saber si esos cambios de origen antropogénico son suficientemente profundos, universales y duraderos... geológicamente hablando, claro, como para tener suficiente entidad reconocible dentro de millones de años. 

Según Ana María Alonso, directora del Instituto Geológico y Minero de España (IGME), en la conferencia que impartió recientemente sobre la materia, para saber si el Antropoceno tiene sentido hay que responder tres preguntas: “¿Ha cambiado la humanidad el sistema Tierra lo suficiente para que los depósitos geológicos que se están formando sean distintos a los del Holoceno? ¿Esto sucede en todo el planeta? ¿Perdurará en el tiempo?”. 

Las hojas del libro de piedra

Los geólogos estudian el origen, evolución y estructuras de la Tierra y para hacerlo miran algo que puede durar tanto como ella: las rocas. No el clima, no el agua, no la cantidad de animales y selvas que existen. Solo rocas. Éstas van creando capas, unas encima de otras, con distintas formas y composiciones en función de qué estuviera pasando a su alrededor en el momento de su formación, como los anillos de un tronco cortado. Cada estrato del suelo es una hoja de un libro donde se pueden leer millones y millones de años de historia de nuestro planeta. Eso sí, lo que no esté reflejado en él, no existe en geología.

¿El rastro humano aparece en esa novela de piedras? Aparece. “Se han identificado minerales nuevos de origen antropogénico a partir de elementos industriales como ladrillos, hormigón, plásticos... que al liberarse en el medio se han integrado en las rocas sedimentarias, en las superficies terrestres y en océanos de todo el mundo”. Alonso se refiere, por ejemplo, a los depósitos de varios metros de espesor de rocas sedimentarias formadas por escombros arrojados en zonas del mar Cantábrico durante años por las industrias siderometalúgicas y que pueden reconocerse en algunas costas del norte de España". 

También ha dejado huella la humanidad en el tipo y cantidad de sedimentos líticos. “Su actividad ha acelerado tanto los procesos erosivos que la sedimentación debida a la acción humana es 24 veces superior a la generada por todos los ríos del mundo”, cuenta Alonso. El principal responsable de este proceso sedimentario es el paso de la vida nómada a la agricultura de nuestros antepasados durante el Neolítico; poco después del inicio del Holoceno. En cambio, el hielo polar refleja cambios bruscos en épocas más recientes: “Concentraciones de CO2 , de metano, de nitratos y otros indicadores geoquímicos han experimentado un aumento importante desde la última mitad del siglo pasado, lo que diferencia a estos registros de los del resto del Holoceno”, apunta Alonso. 

Otro de los aspectos en los que hay evidencia científica de que el hombre moderno está directamente involucrado es en la actual desaparición masiva de especies: una de cada ocho está en riesgo de extinguirse en las próximas décadas, alerta el último informe de la Plataforma Intergubernamental sobre la Biodiversidad y los Servicios de los Ecosistemas (IPBES), impulsado por la ONU. Y, ¡sorpresa!, eso también está plasmándose en el registro geológico. “Se han observado restos de especies invasoras —una de las principales causas de este fenómeno— en registros sedimentarios”

Sin embargo, pese a todas estas evidencias, a escala de tiempo geológico, hay un sector de la comunidad científica que contempla que en realidad los humanos no están dejando un gran impacto en los cuerpos sedimentarios de la Tierra o que estos son extremadamente escasos. “Dentro de 100.000 años —que no es nada en geología—, ¿qué más dará lo que haya sucedido?”, se pregunta el geólogo y paleontólogo del Instituto de Geociencias del Consejo Superior de Investigaciones Científicas Juan Carlos Gutiérrez-Marco. En su opinión, no quedará resto de los llamados tecnofósiles, en referencia a los artefactos creados por el hombre como edificios y máquinas electrónicas. “No habrá plásticos, porque los más lentos tardan en descomponerse poco más de 1.000 años; tampoco quedarán restos de los isótopos radiactivos que se crearon durante las bombas nucleares porque el que más perdura desaparece a los 24.000 años. En definitiva, apenas va a quedar un testimonio geológico del paso del hombre por el planeta”. Y es tajante al declarar que “el Antropoceno no está escrito en las rocas, sino en la historia, en los periódicos, libros de historia o cualquier otro soporte de información”. 

Clavo dorado

A los defensores del Antropoceno les aparece otra piedra del camino: ¿en qué momento específico los humanos comenzaron a influir en los estratos de roca? Esto es vital para dar por iniciada la época. Todos los peldaños geológicos se definen por un límite inferior a escala global, es decir, cuándo empiezan. Se denomina GSSP a un estrato global que se marca literalmente con un clavo dorado e indica la manifestación física de un cambio que se registra en la señal estratigráfica. Puede ser la aparición repentina de determinados organismos o bien una señal geoquímica o geofísica que refleja un fenómeno que se produce a nivel global. A veces, no hay un límite claro y se acuerda una edad de consenso. 

La caída de un gran meteorito en la península del Yucatán (México) hace 65 millones de años quedó inmortalizada en una fina capa de unos tres milímetros de iridio, un metal escaso en alfa 48 | 9 | REPORTAJE | Restos industriales cementados. Playa de Azkorri, Getxo, Euskadi. la Tierra, pero común en los asteroides. El impacto, equivalente a 100 millones de bombas atómicas, cubrió toda la superficie del planeta de polvo y acabó con el 70 por ciento de las especies de aquel momento, entre ellas los dinosaurios. Esa capa es en realidad una fina línea rocosa, de apenas 5 mm en las zonas más próximas al impacto, aunque aflora en distintas partes del globo (en Europa es de 1 mm) formando el conocido como límite K/T (ahora denominado K/Pg), y marca el final de Cretácico y comienzo del Paleógeno. “Eso es lo que se busca: un límite igual de claro y global para el Antropoceno”, explica Alonso. 

Los geólogos debaten si el momento en el que empieza esta posible nueva etapa es cuando desapareció la megafauna con la glaciación de hace entre 55.000 y 100.000 años. Otros plantean que pudo ser cuando el Homo sapiens desarrolló la agricultura, hace unos 10.000 años, lo que supondría un mero cambio de nombre del Holoceno al Antropoceno. También, se plantea un momento mucho más reciente, pero de alto impacto en el sistema Tierra, que sería el choque entre el viejo y el nuevo mundo, allá por el siglo XVI, que acarreó un intercambio de especies a uno y otro lado del Atlántico. Otra alternativa es el límite que se asocia con la revolución industrial, a partir de mediados del siglo XIX, debido al gran impacto dejado por el comienzo de la combustión masiva de carbón, con mayor incidencia en el noroeste de Europa. Y aún más cerca de nuestros días, se considera que el Antropoceno podría comenzar en el momento de la detonación de las primeras bombas nucleares, que liberaron isótopos radiactivos persistentes. 

Para Gutiérrez, discernir entre si uno u otro momento es más representativo del comienzo del cambio ocasionado por la especie humana en la parte superficial de la Tierra es difícil, si no casi imposible. “¿Es más importante el paso del hombre prehistórico a la agricultura, que supuso la deforestación masiva y el aumento de los sedimentos? ¿O tuvo un mayor impacto el descubrimiento de la máquina de vapor, que cubrió con hollín hasta los glaciares polares?”

De todos los posibles inicios, parece que hay un mayor consenso en situar el límite del Antropoceno en el año 1950. Las voces críticas señalan que los cambios que originaron la era industrial no fueron culpa de todo el ser humano sino de aquella parte que vive en países ricos, bajo regímenes capitalistas, cuyo objetivo es el crecimiento permanente y sin tener en consideración las limitaciones del sistema Tierra. Por ello, algunos pensadores que se refieren al momento actual como el Capitaloceno, que incorpora además otros procesos humanos como el colonialismo, la globalización, el racismo y el patriarcado, como los verdaderos motores de un cambio de paradigma que estamos atravesando. Gutiérrez no duda en resaltar que, se llame como se llame, “se trata de un cambio social, económico, ecológico... pero no geológico”. Y, en cualquier caso, “se trata de una invención interesada para provocar un cambio radical en el comportamiento humano desde el miedo a los aspectos irreversibles de la sostenibilidad de nuestra especie y de los ecosistemas que habitamos”. 

Evento, no etapa

En un intento de solucionar un dilema que anda más de dos décadas enquistado, el pasado septiembre el antropólogo de la Universidad de Standford Andrew Bauer publicó una carta en Nature. En el escrito proponía que el Antropoceno pase a ser un evento geológico de los muchos registrados en la historia del planeta y no una etapa, que requiere un mayor encorsetamiento dentro de las reglas geológicas. Un evento fue la “Gran oxidación” de hace 2.400 millones de años, cuando las cianobacterias comenzaron a producir grandes cantidades de oxígeno atmosférico con la fotosíntesis, lo que provocó la extinción masiva de los microorganismos anaerobios dominantes entonces. También lo es “Gran biodiversificación del Ordovícico”, hace 466 millones de años.

“A diferencia de las unidades globales formalmente definidas, los eventos geológicos pueden abarcar la heterogeneidad espacial y temporal y los diversos procesos, ambientales y ahora sociales, que interactúan para producir cambios ambientales globales. Definir el Antropoceno de esta manera implicaría mejor cómo se ha utilizado y criticado el término en todo el mundo académico”, defiende la misiva que firman otros cinco investigadores. 

“Esto tiene mucho más sentido que forzar su clasificación en la Tabla Cronoestratigráfica Internacional, donde la mayoría de los grandes eventos (evolutivos, climáticos, isotópicos, oceanográficos, paleomagnéticos, etc.) no necesariamente coinciden con límites cronoestratigráficos”, señala Gutiérrez. Es como plantearse subir un piso más en lugar de cambiar de edificio. 

Por su parte, Alonso cree que sea o no finalmente considerado un término geológico, debemos plantearnos el concepto del Antropoceno. “Es innegable que estamos produciendo todos estos cambios en el sistema Tierra y nos llama a la responsabilidad y la reflexión, más allá de si es una época geológica o no, sobre cuál es nuestro papel en el planeta y qué estamos haciendo y dilucidar cómo arreglarlo. Aunque sea por egoísmo, porque nuestra supervivencia está amenazada”, concluye.