Contenido principal
Alfa 45
En este número de Alfa incluimos un texto sobre otro tipo de aceleradores de partículas, los adaptados a la medicina, de los que de momento, solo cinco países cuentan en sus hospitales con ellos. Sus enormes dimensiones requieren una gran inversión a largo plazo hasta que se consiga reducir su tamaño.
El futuro pasa por un pequeño pueblo de Granada, Escúzar, en el que se podría conseguir la fusión nuclear si finalmente es designado como sede de la instalación IFMIF-DONES. En este número de nuestra revista describimos cómo es este proyecto, que busca allanar el camino de la fusión nuclear.
Como cierre a la parte más divulgativa de Alfa ofrecemos un reportaje sobre la banda sonora de la era atómica en Estados Unidos. Desde Bob Dylan hasta Crosby, Stills & Nash repasamos la euforia inicial tras el lanzamiento de las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki hasta el temor cuando la URSS desarrolló esa tecnología pocos años después (aquí puedes escuchar las canciones que se mencionan en el artículo).
La semilla que germinó con la pandemia
“Cuarentenas, confinamientos, límite de movimientos... una serie de medidas extraordinarias e inimaginables se han sucedido en el último año como consecuencia de la expansión de un virus que ha provocado más de dos millones de muertes por todo el planeta y ha asestado el golpe más duro desde la II Guerra Mundial a las economías de todo el mundo. Pero esta pandemia, como un efecto secundario de sus catastróficas consecuencias, ha permitido que germinen las semillas de una innovadora forma de entender la vida laboral. El teletrabajo se ha alzado como una de las grandes alternativas para que los trabajadores se olviden de la eterna rutina casa-trabajo-casa, y puedan establecer un nuevo paradigma, en el cual deja de ser necesario desplazarse hasta el centro de trabajo. Una opción cuyas consecuencias psicológicas, económicas, sociales y ambientales apenas han empezado a esbozarse.
Texto: Hugo Barcia Cristóbal | Periodista científico
El 14 de marzo de 2020, cuando entró en vigor el estado de alarma decretado por el Gobierno para intentar contener la expansión del coronavirus SARSCoV-2, se instó a las empresas e instituciones a que adoptasen la modalidad del teletrabajo para todas aquellas actividades que no estuvieran incluidas en el reducido listado de las consideradas esenciales. Casi sin previo aviso, más de dos millones de españoles tuvieron que modificar sus costumbres laborales (o educativas en el caso de los estudiantes) y se unieron a los 950.000 trabajadores que ya desarrollaban su labor a distancia en 2019, según la consultora laboral Randstad.
Medio año después, la aceptación de este método de trabajo ha sido predominantemente positiva, tal y como indica la última encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas de octubre, donde el 68,8 % de los trabajadores afirma sentirse satisfecho o muy satisfecho con esta forma de empleo y tres de cada cuatro añadieron que era una buena opción para continuar trabajando una vez finalizada la pandemia de la covid-19. Sin embargo, estas cifras no muestran la dificultad de implementar una novedosa fórmula laboral que apenas se había desarrollado en España hasta este año. De hecho, de acuerdo con el barómetro, los trabajadores han tenido problemas para conciliar la vida laboral con la familiar, puesto que dos de cada tres afirmaron haberse sentido siempre o a veces “demasiado cansados después de trabajar como para encargarse del cuidado de los hijos o las tareas domésticas”.
Estas dificultades fueron consecuencia de la precipitada implantación del teletrabajo, debido a las circunstancias excepcionales, lo que supuso un cambio radical en todos los sentidos para los trabajadores. Porque lo que habitualmente se habría producido de forma gradual vino acompañado de un confinamiento que impedía salir a la calle (excepto para las necesidades básicas), cerró las escuelas e institutos y generó una gran incertidumbre en torno a un virus del que apenas se tenía conocimiento. Y la vida laboral tuvo que lidiar con todo ello a la vez.
Esta situación extrema provocó secuelas mentales y físicas en muchos trabajadores, incapaces de sobrellevar tantos cambios. Fruto de ese desgaste mental, los psicólogos jugaron un papel muy importante durante la cuarentena. Aunque ellos también se vieron obligados a adaptarse y ofrecer sus consultas por vía telemática -lo que para muchos profesionales dificultaba aún más su tarea-, acabaron siendo parte fundamental del proceso.
Es el caso de Mercedes Matons, psicóloga clínica, que ha vivido en primera línea el aumento de consultas desde marzo. Cuando se le pregunta acerca del impacto que puede tener el teletrabajo en la gente, no le quedan dudas: “el tema del aislamiento es fundamental, provoca una gran vulnerabilidad psicológicamente hablando”. Entre los trastornos más frecuentes que suele provocar esta situación cita “la ansiedad, el insomnio, la agresividad, bloqueos mentales, crisis de angustias y de llanto o la depresión”.
“Lo más importante es seguir un horario determinado, no estar ocho horas seguidas trabajando y poder parar a tomar un café” aconseja. Además, Matons recomienda utilizar estas pausas para charlar con alguien, aunque sea por teléfono en el caso de quienes viven solos, para evitar la sensación de aislamiento. Otra de las medidas que recomienda tomar es limitar los espacios de la casa, es decir, tener un lugar fijo de trabajo. Hay que evitar teletrabajar desde la propia habitación donde uno duerme o en el comedor, dos espacios que se deben relacionar con actividades que no guarden relación con la actividad profesional. “Esto es esencial para mantener los ciclos circadianos, algo importante para nuestro reloj biológico”, afirma.
Eso sí, Matons cree que el futuro del teletrabajo no tiene nada que ver con lo que se ha vivido en estos meses de pandemia. En situaciones normales, los hijos no pasan las 24 horas del día en casa, por lo que los padres pueden trabajar desde el hogar sin molestias. Por ello, la psicóloga opina que el teletrabajo debería seguir implementándose en el futuro, aunque siempre bajo un formato semipresencial, puesto que “las relaciones humanas y la presencialidad son fundamentales. Somos animales gregarios”, sentencia.
Una oportunidad para la España rural
Una de las posibles ventajas que presenta el teletrabajo, al no requerir que los empleados acudan a las dependencias de sus empresas, es que muchos de ellos pueden trasladarse a sus lugares de origen, o a sus segundas residencias, normalmente situadas en ambientes naturales alejados de la contaminación y el ruido característicos de las grandes urbes que albergan las sedes de las grandes compañías. Un claro ejemplo de ello es lo que sucedió en ciudades como Madrid durante la primera etapa de la pandemia.
En la capital se vivieron dos tipos de desplazamientos hacia otras ciudades o pueblos. Por un lado, el de las personas que trabajaban y residían en Madrid, pero no eran originarias de la capital, que se marcharon a teletrabajar a sus otras residencias. Esta situación se propagó principalmente entre los jóvenes, que evitaban así los elevados gastos que supone habitar en una gran ciudad. Por otro lado, se encontraban los trabajadores de mayor edad y con un poder adquisitivo superior, que les permite ostentar una segunda residencia en zonas más tranquilas como la montaña o la playa. En este segundo caso, la decisión de alejarse de la ciudad no era tanto económica, como en el caso de los jóvenes, sino más bien de confort. Por lo general, las segundas viviendas constan de más espacio, tanto en el interior del inmueble como de zonas verdes, que los pisos de las ciudades, lo que durante el confinamiento garantizaba una mayor libertad de movimiento, aunque siempre limitada.
Precisamente es el caso de las personas que ponían rumbo a sus segundas residencias sobre el que sitúa el foco Luis Antonio Sáez, profesor titular de economía de la Universidad de Zaragoza y especialista en demografía rural. En su opinión, “es muy poca la gente que ha quemado por completo sus naves en el mundo urbano”, e indica que la dinámica que más se ha extendido “es la de aquellos que han aprovechado su segunda residencia” para teletrabajar durante el confinamiento. Esto es consecuencia, según Sáez, de que la pandemia ha ayudado a “acelerar el proceso para bastantes personas de que lo que parecía que era una vivienda suplente o secundaria puede ser protagonista”.
Eso sí, también afirma que es necesaria una importante inversión para atraer a las parejas y familias de nuevo a las zonas rurales y poder retenerlas. “Lo que se requiere es más imaginación que presupuesto, más que subvenciones hay que generar nuevas plataformas” dice, y menciona varios ejemplos que serían beneficiosos para esa repoblación, como levantar escuelas, mejorar la red de transporte, crear clubes de actividades para los niños, o promover el uso lúdico del campo, por ejemplo, abriendo senderos que pueda atraer a los más interesados en la materia. “Hay algunos pueblos que solo hablan de la banda ancha y creo que deberían mirar también por la infraestructura social”, concluye.
De cara al futuro, Sáez cree que una parte considerable de la gente que optó por marcharse a estas zonas menos habitadas volverán a las grandes ciudades. Sin embargo, no duda de que esta situación ha generado “un impulso” para que la gente vea lo sencillo que sería trasladarse a estos lugares de forma permanente.
Otra de las consecuencias positivas que tendría la adopción del teletrabajo y la marcha a medios rurales sería la reducción de la contaminación y de las emisiones de dióxido de carbono a la atmósfera. De hecho, implantar el trabajo a distancia dos días a la semana disminuiría dichas emisiones hasta en tres millones de toneladas anuales, según cálculos realizados por la Fundación Másfamilia. Este descenso sería consecuencia, principalmente, de la disminución de los desplazamientos, que además permitiría rebajar el número de víctimas en accidentes de tráfico, una cifra que en 2019 en España se cerró en 1.098 personas fallecidas y que parece ser que en 2020 no superará el millar de defunciones.
Una nueva ley del teletrabajo
La gran pregunta que cabe realizarse ahora es: ¿qué futuro tiene el teletrabajo? Porque lo que ha quedado claro es que esta medida excepcional, que se implementó de forma precipitada y con muchas incógnitas acerca de su efectividad, tanto por parte de empleadores como de empleados, ha terminado por modificar nuestra idea de jornada laboral perfecta. No solo a nivel personal, para que los trabajadores realicen sus tareas desde el hogar de forma más relajada, sino también a nivel de eficiencia. El objetivo que el teletrabajo pretende lograr con su progresiva implantación es que las empresas sigan siendo igual de competitivas y que sus empleados no se vean obligados a desplazarse todos los días de la semana a la oficina, aliviando parte de su carga mental.
Para los trabajadores, la respuesta es clara. Según la última encuesta realizada por la Cámara de Comercio en junio de 2020, el 84 % de los españoles quería teletrabajar dos o tres días a la semana, y esta cifra aumentaba entre aquellos que creían que sus tareas podían realizarse completamente desde el hogar. En este último grupo, la opción favorita era la de trabajar a distancia hasta tres o cuatro días a la semana. Entre los principales atractivos de adoptar esta nueva modalidad de trabajo, un 62 % de encuestados lo preferían porque reducía el tiempo de desplazamiento, y un 59 % afirmaba que les ayudaba a ahorrar en gastos personales como transporte, ropa o alimentación. Todo eso a pesar de los aspectos negativos que ha conllevado, puesto que hasta un 50 % apuntaba a la falta de contacto social como el principal problema, seguido de la dificultad para separar el horario laboral y personal (un 44 %), la sobrecarga de trabajo (37 %) y la asunción de costes que debería cubrir la empresa (33 %).
A corto plazo, el teletrabajo ya es una realidad, y así lo confirma desde septiembre el Decreto Ley 28/2020 que constituye la norma que regula el teletrabajo desde el 13 de octubre, fecha de su entrada en vigor. De acuerdo con esta norma, el trabajo a distancia debe ser siempre voluntario para el trabajador y el empleador; es decir, debe ser fruto de un consenso entre ambas partes. Sin embargo, esta decisión es reversible, por lo que el empleador o el trabajador pueden escoger poner fin a esta fórmula en cualquier momento para retomar el trabajo presencial. Eso sí, esta norma no se aplica al teletrabajo que surgió como consecuencia de la covid-19, y tampoco se aplicará a quienes teletrabajen de forma esporádica. Tan solo podrán recurrir a ella aquellas personas que trabajen a distancia como mínimo un 30 % de su jornada en un periodo de cómputo de 3 meses. La mala noticia de este decreto ley es que no entrará en vigor hasta que no concluyan los convenios colectivos actuales de las empresas que ya tengan regulación del teletrabajo, lo que podría requerir de hasta un periodo de tres años.
Faltan medios e infraestructuras
Sin embargo, esta ley no es suficiente para María José Domínguez, economista y docente en la Universidad de Santiago de Compostela. En su opinión, la economía española no estaba preparada para la aplicación tan temprana del teletrabajo, a diferencia de otros países, y eso se debe a la “falta de medios y de infraestructuras en las empresas”.
“Actualmente solo unas pocas multinacionales en España, que eran las que ya habían comenzado a aplicar el teletrabajo, estaban listas”, afirma, y añade que el trabajo a distancia que se efectuó durante la pandemia no puede ser considerado como teletrabajo. “Eso no fue teletrabajar, los niños estaban en casa y requerían atención. No se podía estar a todo a la vez”, dice. También fue negativo para el bolsillo de los trabajadores, quienes tuvieron que hacerse cargo de todos los gastos generados por la nueva actividad. Por suerte para ellos, la nueva ley tiene en cuenta esta circunstancia y obliga a las empresas a hacerse responsable de proveer los medios.
Además del ahorro de estos costes directos, Domínguez asegura que las empresas también ganaron en competitividad, puesto que a raíz de la pandemia “aumentó mucho la productividad de los trabajadores”. Así lo confirma un informe de CaixaBank Research, que estima que la adopción del teletrabajo en España podría aumentar esa productividad entre un 1,4 % y un 6,2 %. Aunque, como menciona la economista, estos buenos resultados se lograron “a costa de que realmente no había ningún tipo de control sobre ese teletrabajo”. Precisamente ser capaces de gestionar el horario de los trabajadores es el gran objetivo que la economista señala para que esta nueva modalidad se implante en la economía española de manera efectiva, porque tanto las empresas “que comprobaron que efectivamente se podía aplicar el teletrabajo como norma general” como los empleados “que vieron que era maravilloso” están de acuerdo en una cosa: el teletrabajo ha llegado para quedarse.