CSN Arturo Duperier, el genio relegado - Alfa 41 Revista Alfa

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Alfa 41

Juzbado, la fábrica del combustible nuclear

El Consejo de Seguridad Nuclear comienza una nueva etapa en sus casi 40 años de andadura con la renovación de algunos de los miembros de su Pleno. El nuevo presidente del organismo regulador nuclear, Josep Maria Serena i Sender nos traslada, en las páginas dedicadas a la entrevista, lasl íneas maestras de su mandato y sus primeras impresiones después de algunos meses al frente del garante de la seguridadnuclear y la protección radiológica.

El cumplimiento con las resoluciones emanadas del Parlamento, la mejora de la transparencia y la comunicación o el refuerzo del programa de Cultura de Seguridad son algunas de las cuestiones que enumera Serena en sus respuestas. Además, pone especial énfasis en los asuntos relacionados con el funcionamiento interno del Consejo; un organismo,según sus palabras “con un altísimo componente científico, que debe mantenerse en la vanguardia de la ciencia”. Cerramos el apartado divulgativo de ALFA abordando nuevas técnicas para el reciclaje de los isótopos radiactivos. Su producción es fundamental para el diagnóstico y tratamiento de enfermedades como el cáncer. Un proceso que genera residuos que amenazan la sostenibilidad de su fabricación. Un proyecto belga busca una forma de reutilizar este material, para reducir al mínimo los residuos nucleares.

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Arturo Duperier, el genio relegado

Parafraseando los versos de Jaime Gil de Biedma “de todas las historias de la historia (sin duda la más triste es la de España) porque termina mal”, puede hacerse sin problemas una traslación a la historia personal y científica de Arturo Duperier. Buena parte de los apelativos con los que ha pasado a la historia no se refieren a su excelencia como investigador, sino a las vicisitudes que se cebaron en su trayectoria. La exposición homenaje que le dedicó el pasado año la Universidad Complutense de Madrid fue titulada ‘Mártir y mito de la ciencia española’ y otros papeles dedicados a él califican su biografía como la historia más triste de nuestra ciencia.

Texto V. F. de B. Periodista

Todos los honores póstumos en forma de exposiciones, calles y centros educativos no son suficientes para remendar una biografía truncada, que comenzó el 12 de noviembre de 1896 en el pueblo abulense de Pedro Bernardo, donde el farmacéutico Adolfo Duperier y la maestra Eugenia Vallesa recibirían al único de sus tres hijos que sobrevivió a la infancia. La pérdida de sus dos hermanos –y de sus padres– a una edad temprana podría interpretarse como una de las pruebas con las que la vida forja el carácter de algunos individuos, pero es más razonable interpretarlo como un aviso de la predisposición familiar a las muertes antes de tiempo, que décadas después tendría una final y dramática confirmación.

Los años de estudiante de Duperier mostraron que también había heredado el apetito intelectual de sus padres, y más concretamente la inquietud de su progenitor, quien complementaba su formación como farmacéutico con una amplia curiosidad sobre todo tipo de materias. Su único hijo comenzaría sus estudios en ciencias en Valladolid, en 1912, y al año siguiente los continuaría en laUniversidad Central de Madrid. En pocos años obtuvo una cosecha excepcional: licenciado en Químicas, en 1916, con sobresaliente y premio extraordinario; en Físicas, en1919, con las mismas calificaciones, y número uno en 1920 en las oposiciones a Auxiliar deMeteorología del ServicioMeteorológico Español. Y, con todo, le quedó tiempo para dedicarse a otras actividades, que definirían losinicios de su carrera científicaDe forma simultánea a sus estudios, Duperier había comenzado a trabajar en el Laboratorio de Investigaciones Físicas de la Junta de Ampliación de Estudios. Era un puesto de auxiliar –que posteriormente se convertiría en doctorando–, y como tal, sin remuneración económica, pero muy rico en oportunidades de contacto profesional; de hecho, fue allí donde conoció a Blas Cabrera, otro nombre incontestable de nuestra Física, que reparó al momento en todo lo que aquel recién llegado tenía que ofrecer.Cabrera dirigió su tesis doctoral, Estudio termomagnético del agua y de algunas disoluciones de sales paramagnéticas, queDuperierleería en 1924, y comenzó con él un periodo de trabajo conjunto, que iba a producir algunas de las más brillantes trayectorias de investigación de la llamada Edad de Plata de la ciencia española, con laslíneas que separaban a alumno y maestro cada vez más desdibujadas.

Pero, lo que Cabrera no tenía eran plazas fijas, que le habrían permitido meter a su discípulo en plantilla y pagarle un sueldo. El motivo por el que Duperier se presentó a las oposiciones a meteorología fue tan prosaico como la necesidad de contar con losingresos mensuales que le proporcionaría un puesto de trabajo; pero, irónicamente, allí encontraría un nuevo campo de investigación que se convertiría en su camino propio, independiente del de su profesor y amigo, y en el que terminaría siendo reconocido como una de las primeras autoridades mundiales.

Losinicios de los años veinte vieron llegar una serie de publicaciones de calado firmadas por los dos científicos y centradas en campos en los que Cabrera llevaba tiempo destacando internacionalmente, como eran las tierras raras y el paramagnetismo. Y el principal de todos ellos probablemente haya sido el que enmendó la plana a la ecuación de Curie-Weiss, hasta el punto de convertir desde entonces su denominación a la de ecuación de Cabrera-Duperier del paramagnetismo. Hay que añadir aquí que elfrancésPierreWeiss era considerado la máxima autoridad europea en magnetismo, y que Cabrera había viajado hasta su laboratorio en Zurich (Suiza) para trabajar con él. Hubo una fuerte y sincera amistad entre los dos científicos y, del mismo modo en que el físico estadounidense y premioNobelJohnHasbrouck van Vleck dejó escrito, en 1978, que “en la historia del paramagnetismo, BlasCabrera será recordado como el físico que hizo los experimentos adecuados, en el momento adecuado”, también añadió que “las medidas de Cabrera y Duperier fueron esenciales en la confirmación de la teoría mecánico-cuántica”.

El apellido Duperier empezó a brillar en el extranjero con tres de sus trabajos publicados en revistas científicas francesas –uno, en Le Journal dy Psysique et le Radium, en 1924, y otros dos en Comptes Rendus de l’Académie des Sciences, en 1927 y 1929– y llamaron la atención fuera de nuestrasfronteras. En 1928, al puesto en el Observatorio Meteorológico del Retiro de Madrid que había conseguido en sus oposiciones se le sumó el de profesor auxiliar de Electricidad y Magnetismo en la Facultad de Ciencias, lo que le permitió dejar atrásla incertidumbre económica quehasta el momento le había acompañado.

Fueron los siguientes unos años de ingente desarrollo académico y profesional, pero también de un aislamiento progresivo en el campo más íntimo. En 1922, durante una visita que realizaba con sus padres a Ávila,su madre falleció de sopetón, y su padre sólo le sobrevivió cinco años más. Quedó Arturo Duperier sin familia, en una ciudad alejada de su pueblo natal, ingredientes que parecían pensados para desembocar de modo irremediable en el aislamiento y la soltería. Amigos y biógrafosrecuerdan aquella época suya como un deambular por habitaciones de pisos que alquilaban entre varios compañeros de profesión, donde se forjaron algunas amistadestan perdurables como las de los científicos Alejandro Familiar y Mariano Velasco.

En toda biografía hay años decisivos y Duperier vivió claramente uno de ellos en 1934. Por un lado, la estancia en Berlín y Postman le había servido para estudiar los métodos para la detección de rayos cósmicos, y regresó a España determinado a hacer de la radiación cósmica en la atmósfera su campo principal de investigación. Por otro, conoció a Ana María Aymar y Gil, que al año siguiente se convertiría en su esposa.

Camino del exilio

Llegaron nuevas publicaciones y el nombramiento de Duperier como presidente de la Sociedad Española de Física y Química. Preocupado por su trabajo y su familia antes que por avatares políticos o bélicos, la reacción de Duperier a la llegada de la Guerra Civil fue, sobre todo, asegurarse nuevas bases desde las que proseguir con sus lineas de investigación. Como otros muchos de sus colegas, no se había interesado en la política republicana más de lo necesario y esperable en un ciudadano de su categoría intelectual; y, al igual que esos colegas, pronto iba a descubrir que incluso aquella mínima implicación era suficiente para que la dictadura implantada tras la guerra le clasificara en la lista de losindeseables y le empujara camino del exilio.

Un repaso al expediente de depuración que le fue abierto en 1939 por el Tribunal de Responsabilidades Políticas sorprende porla ambigüedad de los cargos presentados contra él, que sólo puedenexplicarse si se lostoma como mera excusa o se engloban dentro de la corriente de revancha colectiva que sacudió la inmediata posguerra también en el campo científico:se le separó de su cátedra por no haberse “presentado a servir sus cargos de catedrático en el plazo fijado porlas disposiciones vigentes y cumplidoslos preceptosseñalados en la Ley de 22 de julio de 1918”. Más virulento fue el informe del vicerrector Julio Palacios:“izquierdista, afiliado a unpartido del Frente Popular y como tal es designado para formar parte del comité del Instituto (Nacional de Física) en septiembre de 1936. Deja de asistir al mismo en noviembre de dicho año, saliendo para Valencia”. No faltaron tampoco las esperadas acusaciones de masón, obviando hechos tan contrastables como que aquel izquierdista mantenía un catolicismo practicante, y que jamásfaltaba a su cita con la misa dominical, tanto en España como durante su posterior etapa inglesa.

Pero sí era cierto que había convertido a Valencia y Barcelona en los nuevos escenarios de sustrabajos, hasta que el final de la guerra le arrastró a una estancia en principio indefinida fuera de su país.

Fue uno de los cinco catedráticos, de los ocho con que contaba entoncesla Sección de Físicas de la Universidad de Madrid, que optó por exiliarse.Otro fue su maestro y amigo Blas Cabrera, aunque difiriendo en circunstancias y destinos: Cabrera terminó en México, como otrostantosinvestigadores huídos, pero cuando se estableció allí estaba claro que sus años más fértiles como científico habían quedado atrás. Duperier, en cambio, se instaló en Inglaterra, como resultado de una invitación. Según escribió Ángel Martín Municio, en 2004, “en 1939, el conocimiento preciso de las variaciones de intensidad de los rayos cósmicos al nivel del mar en el transcurso del tiempo era considerado de importancia fundamental en el campo de la investigación de la radiación cósmica. Los intentos realizados hasta entonces en Austria, Alemania y Estados Unidos no habían podido determinar as causas de estas complejas variaciones y, en tales circunstancias, el Departamento de Física de la Universidad de Manchester, interesado particularmente en la cuestión, invitó a Duperier a emprender un nuevo estudio”.

La etapa británica

Comenzó su etapa británica, que duraría quince años, con su categoría de autoridad en la radiación cósmica cimentándose en cada uno de ellos. Trabajó con Paul Maynard Stuart Blackett, primera figura inglesa en rayos cósmicos y futuro premio Nobel, y en su departamento desarrolló un nuevo método de técnica experimental, que continuaría en la Universidad de Londres. Gracias a su trabajo fue posible descubrir una serie de efectos atmosféricos y confirmar las teorías sobre la interacción de losrayos cósmicos en la materia; posteriormente, ahondaría en la asociación entre la intensidad y losfenómenos de actividad solar, y en la emisión de rayos cósmicos procedentes del Sol, entre otros campos. Todos sus descubrimientos se publicarían de manera regular en Nature y en la revista de la Royal Society of Physics.

Al éxito de sus experimentosse unió la llegada, en 1942, de una nueva hija, llamada, como la primera, María Eugenia, y que, esta sí, llegaría a la edad adulta y continuaría con la saga familiar. En 1945, tras el lanzamiento de la bomba atómica en Hiroshima, la BBC le llamó para que explicara a sus oyentes en español las características de la nueva arma, y ese mismo Cartel-homenajedela figurade Arturo Duperierysu relación con losrayoscómicos. 52 año la Physical Society le invitó a pronunciar la Conferencia Guthrie, uno de los más altos honores científicos a que se podía aspirar en el país, que hasta la llegada de Duperiersólo se había permitido invitar como orador a otro investigador de origen extranjero: Albert Einstein. Que solo un año antes, en España, el franquismo hubiera acordado inhabilitarle como investigador durante un periodo de cinco años queda para la historia como un imborrable estertor de mezquindad.

Regreso al ‘hogar’

En aquellos años, las ofertas para incorporarse a, o dirigir, equipos de investigación en las instituciones más respetables de la ciencia mundial, comenzaron a sucederse. Lasrespuestas deDuperierteníanunpunto en común: su prioridad por regresar a España, una determinaciónqueno deja de sorprender si se consideraba el trato que había recibido por parte del franquismo y de algunos de sus antiguos compañeros, así como su falta de vínculos familiares. Fue aquí cuando, por mediación del poeta Leopoldo Panero y sobre todo de la mujer de este, Felicidad Blanc, entró en escena Torcuato Luca de Tena, a la sazón corresponsal deABCen Inglaterra.Tras conocer a Duperier a través de los Panero y enterarse de su relevancia científica, el trato personal que con él mantuvo no le ofreció motivos para concebir que tuviera que continuar en el exilio, o incluso que hubiera habido alguna vez razones para que lo padeciera. Según recordó Luca de Tena, en una de sus conversaciones.“Tengo entendido que quien no tiene manchadaslas manos de sangre no tiene nada que temer. De otra parte usted nunca se ha metido en política. Yo creo que podría regresar con toda libertad”. “No –me respondió, muy afectado, Duperier–. Porque he sido destituido de mi cátedra.Y fuera de la universidad, no tendría de qué vivir”.

Una crónica de Luca de Tena aparecida en ABC, el 9 de abril de 1947, comenzó a allanar el camino para un eventual regreso. Con el título Un sabio español en Londres, calificaba a Duperier de “la principal autoridad” en rayos cósmicos, y mencionaba la oferta que había recibido de unobservatorio de Perú, y que había rechazado, porque “lo alejaría demasiado de España”. Con el paso del tiempo y la eficacia de las gestiones, el yugo del exilio se fue aflojando, como demuestra la timidez, expresada en breves titulares que aún no parecen saber bien a qué carta quedarse, con que la prensa española recogía sus primeras tentativas de regreso, o los primeros viajes a España de su mujer y su hija. Nada se dijo nunca, obviamente, en aquellas crónicas, de los motivos porlos que los Duperierse habían instalado en la capital británica. Duperiertrabajaba y esperaba, pero suritmo de vida,tranquilo y sin excesos, no fue suficiente para evitar un infarto que le sobrevino en 1951. Los médicos le recomendaron una cura de descanso que, gracias al acuerdo de las autoridades británica y españolas, pasó en Mallorca.

Su deseo por regresar se enfrentaba a lasreticencias que le despertaba lastrabas o zancadillas de sus compañeros de profesión. España seguía contando con científicosíntegros, empeñados en sacar adelante sus proyectos incluso en el nuevo aire de desprecio por la investigación y penuria económica; pero también estaban los otros, los que habían contribuido a los exilios, o callado cuando estos se hicieron efectivos, y aprovecharon el vacío de grandes investigadores para el desarrollo de sus propias carreras.

Así que, cuando por fin Duperier regresó de Londres, en 1953, para incorporarse a una nueva cátedra en la Universidad de Madrid, creada expresamente para él,se encontró con la escasa efectividad delrespaldo oficial frente a la malicia de los obstáculos oficiosos: su equipamiento científico quedó retenido en la aduaaLFa 41 Duperier regresó a España desde Londres en 1953, para incorporarse a una cátedra en la Universidad de Madrid creada expresamente a su medida. “En enero de 2013 se inauguraba unmonolito en el parque El Calero, en el madrileño distrito de Ciudad Lineal, lugar donde vivió (en el número 37 de la calle de Virgen del Portillo) y desarrollo gran parte de su carrera este destacado científico. na del puerto deBilbao, donde unastrabas burocráticasimposibles de salvarle impidieron acceder a él durante cinco años. Era imposible no entrever intereses ocultos en una situación que habría podido arreglarse con una simple llamada telefónica de la persona adecuada. Sin sus instrumentos, tuvo que dedicarse a la docencia; quienes asistieron a sus clases recuerdan su dedicación, tan entusiasta que tapaba para muchos la resignación que guardaba en su interior, y el progresivo desánimo ante la evidencia de losrencores que le seguían esperando en el país por el que dejó todo con tal de regresar.

Mientras, las invitaciones a Congresos en el extranjero se sucedían, y el peso internacional que seguía manteniendo Duperier quizá podría haber hecho pensar en una solución, que parecía avecinarse con su reconocimiento oficial como académico en la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. Pero el infarto que había sufrido en Londresse repitió con resultados irreparables en 1959, y el 10 de febrero Arturo Duperier falleció en su casa de Madrid, antes de tomar posesión.

Sí le fue posible asistir al homenaje que se le rindió en su pueblo natal de Pedro Bernardo; luego, los honores póstumos se multiplicaron, comenzando por el Premio de la Fundación Juan March en el mismo año de su muerte, confirmando la sentencia de Jardiel Poncela sobre lo bien que se entierra en España. Hoy en día su nombre esta presente en institutos, calles, bibliotecas y exposiciones conmemorativas. Probablemente quede por encima de cualquier otro testimonio el párrafo de la carta que, desde su recuperación en Mallorca, dirigió a su amigo Alejandro Familiar: “Me interesa hacerlo posible para que mi honradez en todos los campos quede patente, puesto que es el único patrimonio que puedo legar a mi hija. Esto, en el mundo en que vivimos, sé que es bien poco, pero es lo único”.