CSN La orquesta radioactiva - Alfa 42 Revista Alfa

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Alfa 42

El primer número de 2020, trae a su portada el papel que desempeña el OIEA en la investigación de los peligros que amenazan la salud de nuestros océanos y las especies que los habitan. Abordamos también una nueva tecnología que está basada en la combinación de la tomografía por emisión de positrones y la resonancia magnética que está revolucionando la imagen diagnóstica. La matemática Emmy Noether se abrió paso entre los prejuicios sexistas del mundo académico de la primera mitad del siglo XX. A ella dedicamos las páginas de otro reportaje.
Entrevistamos a Francisco Martínez Mojica, microbiólogo descubridor del sistema CRISPR, una tecnología que permite activar, silenciar o corregir los genes de cualquier célula, y hacerlo de forma sencilla, rápida, eficaz y barata. Además, descubrimos el nuevo sarcófago de Chernóbil, cuya construcción finalizó en 2019.
La parte más técnica de Alfa está dedicada a la experiencia operativa, una herramienta de creciente importancia ya que nos permite prevenir la repetición de los errores. En el sector nuclear se realiza de acuerdo con protocolos internacionalmente reconocidos. Además, os presentamos Dosi-app, una aplicación diseñada por el CSN para gestionar las dosis de radiación recibidas por el personal que participa en emergencias nucleares y radiológicas.
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La orquesta radioactiva

14:46 horas del 11 de marzo de 2011, un terremoto de nueve grados en la escala Richter en el océano Pacífico paraliza once centrales nucleares en Japón, entre ellas la de Fukushima. Un día después, tras una fuerte explosión en esa central, el pánico a un nuevo accidente nuclear se instala en todo el mundo. Un poco más tarde, un grupo de científicos suecos se reúne y declara que están hartos de que solo se hable de temas relacionados con la radioactividad cuando se producen trágicos accidentes como este.

Texto: Sergio Ariza Lázaro | periodista 

A raíz del accidente y de la reunión de los científicos, el Instituto Real de Tecnología de Suecia, (KTH por sus siglas en sueco), y el Instituto de Seguridad Nuclear Sueco (KSU), comenzaron a acercarse a la radiación ionizante con una perspectiva totalmente original. Querían demostrar que la humanidad lleva conviviendo con esta radiación desde el principio de los tiempos. Está en la comida, el agua y el aire; en casi todas las fuentes naturales; en la Tierra y en el espacio exterior; pero, como ocurre con cualquier cosa que no podemos ver, oler o detectar con nuestros sentidos; conocer su presencia oculta agudiza y amplifica nuestros miedos. Así que estos científicos decidieron hacer algo que aparentemente se relaciona muy poco con la ciencia: magia.

¿Cómo suena un átomo inestable?

Como si en vez de físicos nucleares fueran alquimistas, estos investigadores suecos decidieron materializar esas radiaciones naturales y hacerlas atractivas al público. Lo hicieron con un proyecto que se iba a basar en el lema “crear los sonidos mágicos del núcleo de un átomo”. Fue así como comenzó a surgir la Radioactive Orchestra (Orquesta Radioactiva), un proyecto liderado por los profesores del KTH, Arne Johnson y Bo Cederwall junto a Karin Andgren, al que se sumaron el artista electrónico Kristofer Hagbard, que fue el responsable de crear una interfaz interactiva para la exploración de datos y la generación de bandas sonoras, y el DJ electrónico Axel Boman, que, en colaboración con los físicos nucleares Bo Cederwall y Torbjörn Bäck, fueron los encargados de la mágica transformación de la radiación en sonido. Su tarea fue musicalizar la radiación ionizante que nos rodea, pasando esa energía a notas en vez de a frecuencias. El resultado fue una especie de traducción de datos y patrones de la radiación ionizante; es decir, de las partículas y la energía emitidos por el núcleo de un átomo durante el proceso conocido como desintegración radioactiva. Esto se logra con unos algoritmos musicales basados en los modelos de los científicos de cómo se emite la radiación de varios isótopos. Boman fue el encargado de hacer la primera banda sonora, utilizando varios parámetros físicos y musicales —como la velocidad de desintegración y la escala musical— y usando sus dotes como DJ para añadir ritmos y texturas que hicieran más atractivo el resultado. Más allá de su valor como curiosidad científica, el efecto es, cuando menos, fascinante. Una etérea serie de notas que corresponden a la huella de radiación única de cada isótopo. Algunos producen pitidos abstractos y desarticulados mientras que otros tejen armonías más intrincadas. El proyecto terminó dando como resultado un disco publicado por el sello de Boman, titulado, sencillamente, ‘Radioactive Orchestra’. Además, en la página web del proyecto se permitió jugar con la descomposición de los átomos y que los usuarios pudieran explorar los datos científicos y auditivos, y crear sus propias composiciones. Se hizo un concurso y llegó a aparecer un EP con los ganadores del mismo, aunque la obra más interesante sigue siendo el disco de Boman. Para el oyente casual puede sonar hipnotizante, pero los físicos nucleares que ayudaron con el proyecto pueden percibir mucho más. Como explicaba el propio Boman, “lo increíble de poner esto a los físicos es que pueden entender lo que está sucediendo. Si les explicamos un poco sobre cómo creamos estas melodías, entonces pueden predecir cómo sonarán”. Para Bäck, uno de los físicos nucleares que han colaborado con el proyecto, la fascinación viene porque “realmente puedes oír lo que está pasando en el núcleo”. 

Pero ¿tiene algún tipo de valor más allá de su carácter de curiosidad científica? O dicho de otra forma, ¿se puede escuchar esto sin tener ni idea de física nuclear? Pues parece que la respuesta es sí; no en vano la revista online Resident Advisor (una de las Biblias de la música electrónica) puntuó al disco con un 8 sobre 10 escribiendo cosas como que “en lugar de la pura abstracción de la música basada en datos, Boman y Hagbard han optado por hacerlo escuchable e incluso, sí, bailable”. Pero es que, además, esta unión entre música y radioactividad nos resulta extrañamente familiar, y eso puede ser porque la elección de la música electrónica para ponerle banda sonora a la radioactividad ya había tenido un antecedente mítico, el Radioactivity de Kraftwerk. El grupo alemán, el más importante pionero de la música electrónica, lanzó en 1975 su quinto disco de estudio, llamado Radioaktivitat (Radioactivity, en su versión en inglés). La canción más recordada de aquel disco era la canción titular y mucha gente vio en esa canción, y en el disco entero, una apología de la energía nuclear, pero los alemanes estaban jugando con la ambigüedad al decir que “está en el aire, para ti y para mí”. Lo que sí queda claro es su capacidad para adivinar los sonidos del futuro y ser capaces de ver que algo como la radioactividad necesitaba una banda sonora futurista, siendo el primer disco en el que se olvidaban de instrumentos más orgánicos como la flauta, el violín o, más significativamente, la guitarra. Entre las otras canciones del disco había títulos alegóricos, como “Geiger Counter”, que simulaba los sonidos de un contador Geiger según se acerca a objetos radioactivos, y “Uranum”, una canción con una parte coral al teclado, que New Order incorporaría a su mayor éxito, “Blue Monday”, mientras que en la canción titular deletreaban la palabra radioactividad en código Morse. Es evidente que los creadores de “Autobahn” fueron unos adelantados a su tiempo.

Datos convertidos en música

Pero volviendo a la orquesta radioactiva, no fue este proyecto el primero que utilizó datos para transformarlos en música, ha habido muchos otros ejemplos. En el año 2000 el colectivo experimental UBSB (formado por Zbigniew Karkowski, Atau Tanaka, Edwin Van Der Heide y Ulf Bilting) experimentó con un agente de software Unix que utilizaba las comunicaciones de Internet y transformaron esa masa de datos en un disco de ruido abrasivo llamado Traceroute. Poco después John Cramer, físico de la Universidad de Washington, recreó el sonido producido poco después del big bang, utilizando los datos obtenidos por la misión del satélite Planck. Y después de que Boman y los suyos crearan la Orquesta Radioactiva, James Murphy, líder de LCD Soundsystem y uno de los nombres fundamentales de la música del siglo XXI, se asoció con el gigante informático IBM para un proyecto en el que, utilizando los datos algorítmicos generados por los partidos de tenis del Abierto de EE. UU., lograba crear unas etéreas piezas musicales capaces de poner a bailar al más estirado... aunque nuevamente vuelven a traer a la memoria a los omnipresentes Kraftwerk.

La sinfonía del universo

Lo que sí que está claro es que la relación entre música y ciencia viene de muy lejos. Se podría decir que la música es ciencia; en concreto, matemáticas. Pitágoras y Euclides ya hablaban de “una mística armonía matemática del universo”, algo que tenía que ver con el concepto de musica universalis (es decir, música universal), una filosofía que consideraba las proporciones en los movimientos de los cuerpos celestes, el Sol, la Luna y los planetas, como una forma de música. No era una música audible, sino más bien un concepto armónico, matemático o religioso. Ahora, música y ciencia siguen relacionadas a través de la teoría de cuerdas, que nos dice que las partículas elementales no son puntos, sino cuerdas que vibran a distintas frecuencias, como las notas de una guitarra. Pero, quizás, el que mejor haya descrito la relación entre la ciencia y la música haya sido el físico mexicano Gerardo García Naumis, que declaró que “más allá de las fórmulas, de los diagramas y de las ondas, hay un misterio esencial porque la música está en el origen de lo que somos”. En este contexto se entiende que fascinen y se aplaudan propuestas como las de la Orquesta Radioactiva, una iniciativa altamente positiva en la que se aprovecha la magia de la música para lograr acercar al común de los mortales contenidos científicos. Parece claro que los suecos cumplieron su objetivo y las melodías de la Orquesta Radioactiva han podido servir para encender el debate sobre la radiación y ver cómo es algo más que ese peligro en el que pensamos cada vez que pasa algo grave en una central nuclear. Por eso, un proyecto como éste ha recibido tantas alabanzas, ya que cualquier cosa que anime a la gente a investigar más es una gran noticia, y en este caso todavía más, siendo un medio alternativo y divertido para estimular el debate sobre las radiaciones ionizantes y animar a la gente a descubrir un poco más sobre ellas y su complejo mundo.