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Turismo nuclear, los nuevos ‘stalkers’

La energía nuclear ha generado múltiples aplicaciones para el ser humano, pero los lugares más visitados relacionados con ella son los conectados con su parte más destructiva, lugares marcados por la tragedia, como Hiroshima, Chernóbil o Fukushima, que han terminado convirtiéndose en destinos turísticos. Y es que si existieran el cielo y el infierno y hubiera visitas guiadas a ambos destinos, el infierno ganaría por goleada. El ser humano tiene una particular fascinación por sitios donde se han producido desastres; por eso pocos saben dónde se firmó la declaración de derechos humanos, mientras que el castillo de Drácula o Auschwitz son de los monumentos más visitados de Rumanía y Polonia. Texto: Sergio Ariza | Periodista

Posiblemente sea la curiosidad morbosa que nos hace mirar un accidente, aunque no queramos de forma consciente, ese momento en el que tras taparnos la cara, abrimos los dedos y miramos entre horrorizados y fascinados. No debemos olvidar que el Enola Gay, el avión que arrojó la primera bomba atómica, está en un museo y tiene su propia canción, pero ¿se podrá visitar la primera vacuna contra la covid en algún museo? Y, más importante, ¿iría la gente a verla?

Aun así no parece que este tipo de turismo tenga nada malo, siempre que se respete un mínimo de decoro en lugares donde se ha sufrido tanto, ya que lleva dinero a zonas que fueron devastadas y pone el foco en la descontaminación de unos lugares que, guste o no, tienen un fuerte poder de fascinación y que pueden volver a reactivar, tanto social como económicamente, territorios que han quedado casi como localizaciones fantasmas.

La Zona y los stalkers

Nuestro viaje comienza en Ucrania, cerca de la central nuclear de Chernóbil, en la que posiblemente sea la zona de exclusión más grande del mundo, una especie de círculo de 30 kilómetros, con 2.600 kilómetros cuadrados de extensión, al que los lugareños se han acabado refiriendo, simplemente, como La Zona. Antes del accidente del 26 de abril de 1986 vivían allí alrededor de 300.000 personas; ahora apenas quedan unas docenas, gente mayor que se negó a ser trasladada y samoselys, vagabundos y gente marginal del exterior que se metió a vivir allí de manera ilegal y quiere habitar en medio de la naturaleza salvaje, negando los problemas de salud derivados de la radiación o, simplemente, resignándose a ellos.

Pese a todo, los personajes más curiosos de La Zona son los stalkers. Al principio eran saqueadores que se introducían clandestinamente para llevarse todo aquello que los habitantes desplazados habían dejado tras de sí; pero, poco a poco, comenzó a haber gente que se introducía por pura fascinación, andaban decenas de kilómetros y se colaban en La Zona, donde permanecían hasta una semana, durmiendo en casas abandonadas y llegando a beber de los charcos. Todos ellos salían con grandes historias para contar, pero, también, con una esperanza de vida menor...

Se les llamaba stalkers por las conexiones con la novela de los hermanos Strugatski, Picnic extraterrestre, y, sobre todo, por la mística y filosófica adaptación cinematográfica que realizó Andréi Tarkovski, Stalker, una película, estrenada en 1979, que parecía predecir Chernóbil. Hubo una tercera adaptación, que cogía cosas de ambas, un exitoso videojuego llamado S.T.A.L.K.E.R. que salió en 2007. En esa época, Ucrania todavía no reconocía a Chernóbil como destino turístico, para el Gobierno era un lugar lleno de delincuentes y cazadores furtivos, pero, tras su explosión turística a partir de 2014, las cifras de visitantes empezaron a subir a un ritmo del 30 % cada año, un 40 % desde el estreno de la serie Chernobyl . Las cosas han cambiado y ahora el presidente Volodymyr Zelenskyy dice que es hora de dejar de considerarlo como algo negativo y convertirlo en un gran centro turístico.

Los stalkers originales han quedado muy reducidos, primero porque apenas queda nada de valor que saquear y segundo porque el Gobierno ucraniano ha visto el importante filón de un turismo que no hace más que crecer año a año. Los nuevos stalkers son los turistas nucleares.

La visita es toda una experiencia para los que se atreven a hacerla, todas las poblaciones de La Zona están siendo engullidas por la naturaleza, como la ciudad de Prípiat, la mayor de ellas, con 50.000 personas evacuadas a toda prisa en 1986. Ahora la naturaleza se expande por sus calles, con canastas engullidas por bosques o ramas entrando por las ventanas de los edificios y por su antiguo parque de atracciones. Es comprensible la fascinación de ver una ciudad a la que se le han extirpado los humanos, es un escenario postapocalíptico, con animales paseando por calles desiertas y árboles abriéndose paso a través el cemento. Es como si la naturaleza se hubiera deshecho de un organismo intruso no deseado, en este caso el ser humano, y estuviera borrando las huellas de su existencia.

¿Recuerdan esas imágenes durante el confinamiento de jabalíes paseando por la Diagonal de Barcelona? Pues quiten al ser humano durante más de 35 años, y no solo un par de meses, y esto es lo que pasa. Ahora mismo, La Zona es el lugar con mayor densidad de lobos de Europa, además de contar con otras especies que no existían en estos lares antes de 1986, como osos pardos o linces boreales.

Regreso a Fukushima

Tras visitar La Zona nos trasladamos miles de kilómetros al este para visitar el lugar que le ha robado a Chernóbil el dudoso honor como sitio más radiactivo del planeta, Fukushima. Fue allí donde tras el terremoto y tsunami del 11 de marzo de 2011 la central nuclear sufrió el más grave accidente desde el de Ucrania. Hubo que desplazar a más de 110.000 personas, de las cuales unas 70.000 todavía no han vuelto a sus hogares.

El Gobierno japonés quiere cambiar esto gracias al turismo y ha abierto visitas guiadas a la zona e incluso viajes en lancha hasta la central para demostrar que ya está descontaminada y la gente puede volver con seguridad. Las visitas incluyen todo tipo de alicientes, como charlas con residentes autóctonos que cuentan sus historias de ese día y, cómo no, también se puede alquilar un contador Geiger para saber en todo momento la radioactividad a la que te estás exponiendo.

La operación está saliendo relativamente bien, aunque todavía se pueden ver más turistas que lugareños. Claro que Fukushima no es, ni mucho menos, el único lugar relacionado con el turismo nuclear de Japón, y es que estamos hablando del único país del mundo que ha recibido, no una, sino dos bombas atómicas, en las ciudades de Hiroshima y Nagashaki.

Las bombas y la paz

Las dos ciudades están actualmente dedicadas a la paz, pero la más impresionante y representativa es Hiroshima, la primera en sufrir el impacto de una bomba atómica, llamada Little Boy, lanzada desde el bombardero Boeing B-29 Enola Gay, nombrado así por la madre de su piloto, Paul Tibbets, que se llamaba Enola Gay Tibbets. Cuando hablábamos al principio de la fascinación por el horror, uno se pregunta si Tibbets se paró a pensar alguna vez en qué clase de honor le estaba dando a su madre... 

Hiroshima cuenta con uno de los monumentos Patrimonio de la Humanidad de la Unesco más escalofriantes del mundo, el Memorial de la Paz de Hiroshima, llamado también Cúpula Genbaku. Se trata del edificio más cercano al epicentro de la explosión de Little Boy que quedó en pie, estaba a una distancia de apenas 150 metros en la horizontal y 600 metros en la vertical del edificio. Nada más terminar la guerra se decidió preservarlo exactamente como se encontraba después del bombardeo y en la actualidad sirve como representación de la devastación nuclear pero también como símbolo de esperanza en la paz mundial y la eliminación de todas las armas nucleares.

Se encuentra dentro del Parque de la Paz, un lugar que también alberga el Museo Conmemorativo de la Paz, en el que se relatan los hechos históricos que llevaron a Japón a la Guerra Mundial, los resultados de la bomba y los efectos que tuvo en su población. Es imposible permanecer impasible en este lugar o en el Cenotafio para las víctimas de la bomba atómica, lugar que contiene los nombres de todas las personas que murieron a causa de la explosión.

El Proyecto Manhattan

Dejamos el lugar que sufrió los efectos de la bomba y nos desplazamos al país que la lanzó, EEUU. Precisamente al lugar desde el que algunas de las mentes más importantes del siglo XX se reunieron para hacer posible su creación. El Proyecto Manhattan es uno de los grandes hitos científicos de la historia y se desarrolló en un remoto lugar del estado de Washington, en el noroeste del país, llamado el emplazamiento Hanford o Hanford Site, en un lugar en el que existía un pueblo del mismo nombre que fue evacuado y borrado del mapa en aras de uno de los proyectos más ambiciosos y secretos de la historia.

Fue allí donde se creó el primer reactor nuclear, responsable de la aparición de la bomba atómica pero también de la explotación de la energía nuclear. Ahora es posible visitar este lugar, que permaneció oculto y aislado a lo largo de la Guerra Fría, durante la cual llegó a albergar nueve reactores nucleares y cinco centros de procesamiento de plutonio. Desde 2009 se ofrecen visitas gratuitas, aunque restringidas, y ya han pasado cerca de 100.000 personas por sus instalaciones. Eso sí, debido a la pandemia de la covid-19 las visitas se encuentran actualmente paralizadas, aunque en su página web oficial (https://www.hanford.gov/ page.cfm/HanfordSiteTours) se ofrecen visitas virtuales a las instalaciones. Una pena para los stalkers que prefieran oír pitar su Geiger, pero un alivio para los más aprensivos, ya que Hanford sigue siendo uno de los 10 lugares más contaminados de nuestro planeta. Eso sí, desde hace años se desarrolla allí el mayor proyecto de limpieza medioambiental de mundo, con más de 10.000 trabajadores encargados de descontaminar el lugar. 

Chapuzón en Palomares

Y de EE UU saltamos nuevamente a Europa, en concreto a nuestro país, a un lugar que no es precisamente un destino turístico relacionado con la energía nuclear. En esta zona no hay ni una sola mención al incidente, suponemos que para no espantar a los más aprensivos, aunque es evidente que habrá algún stalker que se quiera bañar en la playa de Quitapellejos, el lugar en el que se realizó la foto más conocida del entonces ministro de Turismo del régimen franquista, Manuel Fraga, dándose un chapuzón junto al embajador estadounidense, Biddle Duke, cerca de una de las zonas más turísticas de Almería a pocos kilómetros de Vera, Garrucha y Mojácar.

La verdad es que aquello sigue sonando a ciencia ficción y podría haber dejado a otros desastres nucleares totalmente atrás, las cuatro bombas que cayeron carca de Palomares tenían una potencia 75 veces superior a la que dejó caer el Enola Gay sobre Hiroshima. La emisión de la serie Palomares: días de playa y plutonio ha vuelto a revivir y a despertar el interés sobre aquellos sucesos.

Peculiar parque de atracciones

El viaje puede terminar en una atracción turística relacionada con lo nuclear, pero sin desastre por medio. La central nuclear SNR-300, situada en Alemania, cerca de la frontera con los Países Bajos, se terminó de construir, tras 13 años de obras, en la época del accidente de Chernóbil. Las protestas desatadas por la catástrofe ucraniana hicieron que nunca llegara a estar operativa. Diez años después un inversor holandés tuvo una singular idea, comprar la instalación y reconvertirla en un parque de atracciones. Así nació Wunderland Kalkar, el único lugar del mundo en el que te puedes subir a una montaña rusa al lado de un reactor nuclear, y disfrutar de más de 40 atracciones distintas, con un tiovivo en la torre de refrigeración, un muro de escalada o un recorrido por la infraestructura de la instalación nuclear.

Y así, desde un lugar totalmente distinto al que iniciaba este recorrido, se cierra la ruta por algunos de los lugares más destacados del turismo nuclear, pasando del abandonado parque atracciones de Prípiat al de Kalkar, en pleno funcionamiento. Son dos imágenes contrapuestas, la noria abandonada y la montaña rusa llena de gente, pero para los stalkers, ambas son fascinantes.