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Alfa 56
La demanda de radioisótopos para el diagnóstico y tratamiento de enfermedades crece permanentemente en todo el mundo y es el tema de portada de este nuevo número de Alfa. Otro reportaje está dedicado a las convenciones internacionales dentro del mundo nuclear y radiológico, donde juegan un papel importante. también se aborda la producción alimentaria. En este número, analizamos la ciencia ciudadana y la creciente implicación de la sociedad en los proyectos de investigación y la participación en su desarrollo. Dedicamos a Severo Ochoa la sección Ciencia con nombre propio y la entrevista en este número está protagonizada por Nuria Oliver, directora de la Fundación ELLIS Alicante, un centro de investigación sobre inteligencia artificial (IA). La sección Radiografía aborda los efectos de las radiaciones sobre las mujeres gestantes, a partir del documento informativo que el CSN publicó el año pasado sobre embarazo y radiación. Un artículo técnico se aproxima al análisis de accidentes mediante la descripción de las metodologías BEPU (Best Estimate Plus Uncertainties). El otro, trata de los planes de restauración de emplazamientos nucleares y su aplicación concreta a la central nuclear José Cabrera. Por último, la sección CSN I+D, recoge un proyecto de la Universidad de Santiago de Compostela sobre la percepción pública y la información ciudadana sobre el radón.
Un viaje por la ciencia ficción en el cine del siglo xxı
Cuando Georges Méliès llevó a los espectadores a la Luna a comienzos del siglo xx, el cine, un recién nacido, era casi visto como ciencia ficción en sí mismo, e hicieron falta 67 años más para que el hombre pusiera definitivamente el pie en nuestro satélite. En cambio, en el siglo xxi parece como si viviéramos ya en el futuro. Resulta fascinante mirar el último cuarto de siglo de películas de ciencia ficción y ver cómo los cineastas intentan mantenerse un paso en el futuro ante una realidad que corre mucho más deprisa que en los tiempos de Julio Verne para atraparles y se acelera y a veces incluso adelanta a la imaginación. La ciencia ficción de nuestro tiempo poco tiene ya que ver con la del siglo xx.
Texto: Sergio Ariza | periodista
En 2013 Spike Jonze nos contaba en Her como un humano se enamoraba de una inteligencia artificial, y apenas diez años después, a comienzos de 2023 una empresa, Replika, ha tenido que desconectar algunos aspectos románticos y sexuales de su aplicación, porque muchos humanos estaban llevando un paso más allá su relación con la IA, con algunos usuarios llegando a comentar que, cuando se produjo dicha desconexión, «fue el equivalente a estar enamorado y que tu pareja se someta a una maldita lobotomía».
Lo mejor que nos ha dejado el cine de ciencia ficción en el siglo XXI (hasta el momento) ha sido aquel que ha conectado sus ideas futuristas con las preocupaciones reales y universales que tiene la humanidad hoy. Nuestro lugar en el universo, la ética de la tecnología, la inteligencia artificial y nuestra propia naturaleza que nos hace ser un peligro para nosotros mismos y para todo lo que vive y, al mismo tiempo, nos coloca como la última esperanza de salvación Y aunque puede resultar reductivo, he decidido hacer este repaso al mejor cine de ciencia ficción del siglo XXI agrupando las películas en cuatro grandes bloques: viajes en el tiempo, inteligencia artificial, futuros distópicos y viajes espaciales, aunque muchas de ellas puedan tocar varios, como una de las más interesantes de estos años, el Interstellar de Christopher Nolan que está localizada en un futuro distópico y casi apocalíptico, tiene viajes en el espacio y en el tiempo, y también cuenta con la inteligencia artificial de CASE y TARS.
Y es que Nolan es una de las principales figuras de la ciencia ficción en este siglo, si bien Interstellar es su obra más ambiciosa y fascinante (y nos servirá de guía), la más redonda puede que sea Origen, y su arquitectura de los sueños. Se trata de una montaña rusa onírica y emocional, en la que la perfección técnica está al servicio de las emociones y personajes que pueblan este mundo de sueños. Tras varios visionados (es imposible no querer volver a verla) el espectador se seguirá preguntando, cual moderno Segismundo: «¿Qué es la vida? Una ilusión, una sombra, una ficción, y el mayor bien es pequeño: que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son». Claro que Nolan, al contrario que Calderón, ya ha visto cómo el potencial de las experiencias de realidad virtual iba aumentando y cómo un grupo de científicos ha explorado el uso de algoritmos de IA para descodificar y predecir el contenido de los sueños.
Inteligencia artificial
La inteligencia artificial (IA) se ha convertido en uno de los temas más discutidos en la tercera década del siglo XXI gracias a un desarrollo que no parece tener freno. Hasta el propio Nolan, que este año ha estrenado Oppenheimer, la convincente recreación de la vida del científico del título y del Proyecto Manhattan, ha hecho el paralelismo entre la bomba atómica y la IA, recordando una amenaza que ya se vislumbraba en uno de los clásicos rotundos de la ciencia ficción del siglo XX, Terminator, cuyo futuro distópico presentaba un futuro en el que máquinas inteligentes se rebelaban contra sus creadores y que en 2023 se ha convertido en una amenaza creíble, a la que los propios creadores de IA piensan que hay que poner freno. Claro que los avances en la inteligencia artificial son tan grandes que hacen que la maravillosa premisa de ¡Olvídate de mí!, otra de las mejores películas de este siglo, rodada en 2003, ya no suene tan lejana, y es que, si en Origen podíamos sumergirnos en sueños ajenos para implantar “ideas”, en la película de Michel Gondry, con maravilloso guion de Charlie Kauffman, podemos borrar recuerdos y personas de nuestra memoria. Así entre el genio visual de Gondry y el lírico de Kauffman construyen una de las más bonitas historias de amor del siglo, partiendo de una relación que se ha destruido. Pero ¿qué pasa si los recuerdos de esa relación son tan fuertes que se niegan a ser eliminados?
El resultado final es la reconstrucción de esa historia de amor en la mente del protagonista, mientras le va siendo arrebatada recuerdo a recuerdo. El estilo visual de Michel Gondry se adapta perfectamente al guion de Kauffman y consigue sacar, una vez más, un prodigio de actuación de Kate Winslet, algo que no parecía difícil, y de Jim Carrey, algo que un par de años antes de su realización casi todo el mundo hubiera tildado de, bueno ya saben, ciencia ficción.
Claro que otra de las grandes historias de amor del siglo ha sido la vivida entre el escritor de cartas personales a pedido Theodore Twombly (interpretado Fotogramas de Origen, Olvídate de mí y Oppenheimer. alfa 56 | 13 | REPORTAJE | con la solvencia habitual por Joaquin Phoenix) y una inteligencia artificial, dotada con la voz de Scarlett Johansson, en Her.
Tras este planteamiento, Jonze muestra la relación que existe entre hombre y tecnología, si estar más conectados nos hace sentirnos menos solos o no, el protagonismo cada vez mayor de esa tecnología en nuestra sociedad, en la que los humanos están cada vez más perdidos, a pesar de esa supuesta conectividad, incapaces de mantener relaciones unos con otros, pero sí con esa tecnología que es la que les mantiene aislados. Jonze, en su brillante doble rol como guionista y director, intenta también buscar respuestas sobre qué es el amor y por qué nos enamoramos. Puede que no las encuentre, pero hace que el espectador se plantee las preguntas adecuadas.
Modernos Frankenstein
También centrada en la inteligencia artificial se encuentra Ex Machina, la primera película de otro de los protagonistas de la ciencia ficción en este siglo, un Alex Garland que debutaba en la dirección para plantear otras cuestiones, principalmente la responsabilidad como creadores sobre esas criaturas. Garland monta un drama moral sobre la inteligencia artificial totalmente humano, en el que los diálogos son tan importantes o más que los excelentes efectos especiales. Se beneficia además de una nueva exhibición de Oscar Isaac, que da vida a un extraño científico a mitad de camino entre Steve Jobs y Victor Frankenstein.
Las conversaciones entre esos modernos Frankenstein y su criatura logran que el espectador se pregunte si lo que hay debajo de cada uno es carne y hueso o metal y, lo que es más importante, si eso realmente importa. Aunque puede que esa responsabilidad del ser humano sobre su creación y sobre si se la puede llegar a considerar humana o no llegue a su conclusión con otras dos fascinantes obras, Inteligencia artificial de Steven Spielberg y Moon de Duncan Jones.
En la primera, un proyecto de Stanley Kubrick que terminó realizando Spielberg tras la muerte del director de 2001, el sentimentalismo del creador de E.T. se ve atacado por el cinismo de Kubrick (ambos palabras mayores en el género), la forma en que los planteamientos de ambos cineastas luchan entre sí durante las más de dos horas de duración es muy interesante, contraponiendo a unos humanos capaces de tirar a la basura como un juguete roto a una máquina de inteligencia artificial que encuentra más calor humano entre otras máquinas. Eso sí, es irregular y al final Spielberg mete un desenlace que no parece que hubiera convencido a Kubrick.
jos en solitario en la Luna para una empresa y mezcla inteligencia artificial, la máquina es la única interlocutora del per- De arriba a abajo, fotogramas de Her, Ex Machina, Inteligencia artificial y Moon. sonaje interpretado por Sam Rockwell, con clonación, y es que el giro fundamental de la película nos lleva a ver que una compañía está utilizando clones para trabajar sin descanso en la Luna y conseguir valiosos materiales. Lo que pasa es que para que estos clones trabajen bien se les proporcionan unos recuerdos, casi al revés que en ¡Olvídate de Mí!, y una esperanza: terminar su trabajo para poder volver a la Tierra para reunirse de nuevo con su mujer y su hija La compañía no los ve como humanos y los va reemplazando unos por otros como si fueran las piezas de un engranaje, pero cuando uno de ellos es puesto en marcha sin haber acabado con el previo, estos descubren el engaño, para uno de ellos es evidente, el otro se aferra a ser el humano original. Duncan Jones se quita, con su espléndido debut cinematográfico, la etiqueta de hijo de David Bowie para convertirse en un referente del género. Cambio climático y distopías Moon plantea un mañana distópico, lo que nos mete en un nuevo bloque de películas que imaginan un futuro no demasiado halagüeño para la humanidad. Con las consecuencias del cambio climático cada vez más presentes en el día a día y los países industrializados sin tomar grandes medidas es normal que declaraciones como la del secretario general de la ONU, António Guterres, diciendo que «hemos abierto las puertas del infierno» se conviertan en películas como Snowpiercer del aclamado director coreano Bong Jong Hoo.
Aquí se imagina un futuro postapocalíptico en el que los últimos supervivientes de la humanidad sobreviven a una Tierra congelada alejándose a supervelocidad en un decadente tren propulsado por el “motor sagrado». Lo malo es que la sociedad no ha mejorado y sigue dividida en clases o, si lo prefieren, en el dinero que tiene cada uno. En la parte delantera del tren van los ricos con capacidad para comprar un billete de primera clase, a pesar de que obviaron todas las pistas del cambio climático y permitieron que el mundo se fuera al garete. En la parte de atrás viven apilados casi todos los demás, incluidos los trabajadores pobres a los que se les intenta convencer de que deberían estar agradecidos de poder poner el carbón que hace funcionar la “santa máquina” mientras son alimentados con sus propios residuos reciclados.
Es algo parecido a lo que imagina Neill Blomkamp en Elysium, una película en la que las élites ricas de la Tierra han abandonado el planeta y viven en una estación espacial llamada Elysium, con su propia atmósfera y campo «electromagnético», además de aire limpio, agua y todo lo necesario para vivir de forma segura, saludable y confortable. Algo que no tienen los pobres que viven en un planeta arruinado, lleno de residuos nucleares y herido de muerte por el cambio climático. En cambio, en Sunshine, dirigida por Danny Boyle con guion de Alex Garland, no es la Tierra la que se está muriendo, sino el Sol. En el argumento existe una teoría que dice que explotando en el Sol una bomba nuclear del tamaño de la isla de Manhattan se podría reactivar. Así que, tras un primer intento fallido, por causas desconocidas, se lanza una segunda nave para completar la misión, aunque esta vez es el último intento ya que en la fabricación de la bomba se ha utilizado todo el material fisionable restante de la Tierra.
Aunque puede que la mejor película que se haya hecho este siglo sobre una Tierra devastada sea una con un mensaje que se abre a la esperanza y que tiene la mejor hora inicial de cine puro del siglo xxi, casi mudo. Se trata de Wall-E, de los estudios Pixar, y comienza con un planeta devastado en el que ya no crece nada. Los humanos hace tiempo que lo abandonaron y ahora viven como obesos consumistas en una nave espacial en la que no hay nada que hacer más que comprar y mirar pantallas.
Pero en la Tierra todavía queda un viejo robot que parece más humano que sus creadores y que colecciona pequeñas cosas mientras sigue imparable con su tarea, amontonar cubos de basura. Una crítica social muy acertada en la que la humanidad se ve redimida por su creación. Y es que, si somos capaces de crear algo tan adorable como Wall-E, entonces, quizás, no merezcamos extinguirnos, ¿verdad? Es lo que piensa también Alfonso Cuarón en otra de las cintas imprescindibles de estos años, Hijos de los hombres, n la que un humano desencantado vive en una Tierra donde las mujeres han dejado de tener hijos, pero una misión le dará la oportunidad de recuperar su antiguo humanismo en una cinta maravillosa y sombría, que imagina una Gran Bretaña militarizada y cerrada a la inmigración en la que es difícil encontrar esperanza.
La esperanza, eso sí, no va con Lars Von Trier que en Melancolía convierte el fin de la Tierra y de la humanidad (con el choque con el planeta del título) en una de las secuencias más impresionantes del cine de los últimos tiempos.
Viajes interestelares
Así que, como parece claro que nuestro planeta no va a durar para siempre, uno de los objetivos de la ciencia ficción es encontrar planetas habitables o seres inteligentes que nos puedan ayudar. Lo primero es lo que buscan en Interstellar, donde tienen dos opciones, el Plan A, una teoría gravitatoria de la propulsión que permitiría el éxodo desde la Tierra a nuevos planetas. Mientras que el plan B es llevar 5 000 embriones congelados para colonizar un planeta habitable y asegurar la supervivencia de la humanidad. Eso sí, el logro de la película es cómo se consigue, viajes en el tiempo incluidos.
Lo segundo, encontrar vida inteligente, es lo que buscan en Ad Astra, una especie de adaptación de Apocalypse Now y El Corazón de las Tinieblas al espacio, protagonizado por Brad Pitt, en la que la Tierra también se ve amenazada por unas extrañas radiaciones que parece estar lanzando la misión que se envió para encontrar otros seres vivos en la galaxia. Como ocurría en Sunshine la forma de responder a ello involucrará una bomba nuclear y un poco de complejo de Edipo...
Claro que si existen otras formas de vida en el universo estas también pueden encontrarnos a nosotros. Esto fue una de las claves del cine de ciencia ficción de mediados del siglo pasado, los aliens que nos invadían. De ello bebe una de las películas más interesantes de esta década, Nop de Jordan Peele, una especie de mezcla de Encuentros en la tercera fase con Tiburón, metiendo en el guiso un poquito de spaghetti-western de Leone.
Pero también pueden venir en son de paz y que se acaben dando la vuelta las tornas y seamos nosotros los que seamos la amenaza, no en vano somos la especie que creó Auschwitz o el apartheid. Esto último viene totalmente al caso en la película del sudafricano Neill Blomkamp, Distrito 9, donde los alienígenas acaban recluidos en campos de concentración.
Eso sí, también pueden venir para ayudarnos y que seamos lo suficientemente inteligentes para no destruirlos, que es lo que pasa en La llegada de Denis Villeneuve, la tercera figura referencial, junto a Nolan y Garland, del género en este siglo. Una fascinante película que juega con el lenguaje y el tiempo, ya que no está contada en estricto sentido temporal.
Viajes en el tiempo
Y eso nos lleva al último bloque, el de los viajes en el tiempo, algo que nos lleva fascinando desde los tiempos de Julio Verne y H. G. Wells, a los que podríamos considerar como los padres del género, aunque fuera la teoría especial de la relatividad de Einstein la que le diera probabilidad científica.
Claro que Looper, la tercera película de Rian Johnson, juega con los viajes en el tiempo sin preocuparse mucho por Einstein y su relatividad; vamos, sin que haga falta una licenciatura en Físicas para entenderla, decantándose claramente por el entretenimiento y logrando una película muy disfrutable en la que es mejor no entrar en lo realista que sea científicamente. Por su parte, Donnie Darko es una película irregular y fascinante que retrata a la perfección el mundo de la adolescencia, pero a día de hoy se sigue discutiendo sobre si va sobre un viaje al interior de la cabeza de una persona con esquizofrenia o sobre viajes en el tiempo, agujeros negros y universos paralelos...
do de la adolescencia, pero a día de hoy se sigue discutiendo sobre si va sobre un viaje al interior de la cabeza de una persona con esquizofrenia o sobre viajes en el tiempo, agujeros negros y universos paralelos...
La que sí que se mete, literalmente, a fondo en un agujero negro es, nuevamente, el Interstellar de Nolan, esta vez buscando conseguirlo todo, entretenimiento, sentimiento y precisión científica. Lo que pasa es que, aunque los agujeros negros son uno de los reclamos favoritos del género, es complicado conocer sus características por las dificultades para detectarlos y estudiarlos. Según la teoría general de la relatividad de Einstein son posibles, así que la fascinante película de Nolan podría ser una de sus explicaciones, una en la que la humanidad hubiera logrado, gracias a ellos, trascender la dimensión del tiempo y podido escapar de ese ineludible fin que, como en este artículo, siempre acaba por llegar.