CSN Ciencia ciudadana: el abrazo de la sociedad y la investigación - Alfa 56 Revista Alfa

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Alfa 56

La demanda de radioisótopos para el diagnóstico y tratamiento de enfermedades crece permanentemente en todo el mundo y es el tema de portada de este nuevo número de Alfa. Otro reportaje está dedicado a las convenciones internacionales dentro del mundo nuclear y radiológico, donde juegan un papel importante. también se aborda la producción alimentaria. En este número, analizamos la ciencia ciudadana y la creciente implicación de la sociedad en los proyectos de investigación y la participación en su desarrollo. Dedicamos a Severo Ochoa la sección Ciencia con nombre propio y la entrevista en este número está protagonizada por Nuria Oliver, directora de la Fundación ELLIS Alicante, un centro de investigación sobre inteligencia artificial (IA). La sección Radiografía aborda los efectos de las radiaciones sobre las mujeres gestantes, a partir del documento informativo que el CSN publicó el año pasado sobre embarazo y radiación. Un artículo técnico se aproxima al análisis de accidentes mediante la descripción de las metodologías BEPU (Best Estimate Plus Uncertainties). El otro, trata de los planes de restauración de emplazamientos nucleares y su aplicación concreta a la central nuclear José Cabrera. Por último, la sección CSN I+D, recoge un proyecto de la Universidad de Santiago de Compostela sobre la percepción pública y la información ciudadana sobre el radón.

Atzealdea

Ciencia ciudadana: el abrazo de la sociedad y la investigación

Los proyectos de participación convierten a los ciudadanos en protagonistas del progreso científico. Pueden ayudar al avance de la investigación gracias a mediciones, recogida de datos y observaciones sobre el terreno en ámbitos tan variados como la computación, la meteorología, la arqueología o la salud. Codo con codo con los científicos, estos proyectos proliferan en España y Europa, el número de participantes crece y, aunque aún hay algunos retos pendientes que solventar, cumplen el objetivo principal, que es incrementar de manera profunda el interés de la sociedad por la ciencia.

Texto: Patricia Ruiz Guevara | periodista de ciencia 

En la década de 1990, los ordenadores domésticos tenían un aspecto que ahora consideramos vintage. En miles de hogares, hubo personas que cedieron esas computadoras personales para que, mientras no se estaban usando, se conectaran para analizar datos en busca de vida extraterrestre. Se llamó computación distribuida. Ordenadores de decenas de miles de terrícolas oteando el universo. Se trataba del programa SETI@home, Search for Extraterrestrial Intelligence, uno de los primeros proyectos que llamó a la participación de los ciudadanos y que dio lugar a lo que hoy conocemos como ciencia ciudadana. 

Desde aquella iniciativa, que arrancó oficialmente en 1999 y que echó la persiana digital en 2020, la ciencia ciudadana ha evolucionado hasta colonizar todo el mapa terrestre. No se ha encontrado vida en otros planetas durante estos años, pero sí una forma de impulsar la investigación científica y de acercar la ciencia a la sociedad en campos tan variados como la meteorología, el estudio de las mareas, la contaminación del aire, la medición de radiación o la computación. 

No hay una única definición de ciencia ciudadana. El Libro Blanco de la Ciencia Ciudadana en Europa la define como el compromiso del conjunto de la sociedad en actividades de investigación científica al contribuir activamente a la ciencia con su esfuerzo intelectual o dando soporte al conocimiento con sus herramientas o recursos. ¿Cómo? En el Green Paper on Citizen Science for Europe: Towards a society of empowered citizens and enhanced research explican que los participantes en estas actividades proporcionan datos experimentales e instalaciones a los investigadores, plantean nuevas preguntas y cocrean una nueva cultura científica. A cambio, los voluntarios adquieren nuevos aprendizajes y habilidades, y una comprensión más profunda de la labor científica. Como resultado, «se mejoran las interacciones entre ciencia, sociedad y política, lo que conduce a una investigación más democrática, basada en la toma de decisiones fundamentadas en pruebas». Un win-win en toda regla.

Desde el Ministerio de Universidades español coinciden en que la ciencia ciudadana debe ser el germen para democratizar el conocimiento y la ciencia que se produce en las universidades. Las semillas llevan años germinando en distintos proyectos a lo largo y ancho de España, Europa y del mundo y, para entender cómo, lo mejor es conocer ejemplos concretos de ciencia ciudadana. 

Proyectos en España 

España ha tenido y tiene proyectos de ciencia ciudadana para dar y tomar. Mosquito Alert, una plataforma de participación ciudadana para la investigación y gestión de mosquitos que puedan ser vector de enfermedades globales; Wikiesfera, para identificar y corregir las brechas que existen en la representación del conocimiento en Wikipedia; Observadores del Mar, en el que ciudadanos y científicos colaboran para investigar sobre el estado actual del mar; Flora Urbana y Alergias, para recabar datos sobre estas reacciones; LADA-UC3M, laboratorio de ciencia ciudadana para el tratamiento y análisis digital de datos arqueológicos; o D-NOSES, que investiga sobre la contaminación por olor. 

Pero no se puede hablar de ciencia ciudadana en España sin hablar de la Fundación Ibercivis, que nació de un proyecto nacional de computación voluntaria y atesora proyectos de referencia a sus espaldas, como Vigilantes del Aire, sobre medición de la calidad del aire a través de plantas de fresa usadas como biosensores, que se ha llevado a cabo en distintas provincias del país. Actualmente, trabajan en proyectos de ciencia ciudadana como Vigilantes del Suelo y ECHO, para medir la salud de los suelos, o Servet, en el que se desarrollan experimentos cercanos al espacio lanzados mediante globos sonda a la estratosfera. 

Además, en 2016 pusieron en marcha el Observatorio de la Ciencia Ciudadana en España, cofinanciado por la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (Fecyt) y el Ministerio de Economía y Competitividad (MINECO). En el portal web del Observatorio (https://ciencia-ciudadana.es/) se puede encontrar un listado nutrido de proyectos de ciencia ciudadana con participación española categorizados por áreas de conocimiento. 

Proyectos europeos

Si escalamos al continente entero, la lista de proyectos de ciencia ciudadana en activo no cabría ni en los márgenes de este reportaje (ya ni hablemos de si nos movemos a otros continentes, pero resulta estimulante buscarlos). Muestra de ello es la plataforma europea EU-Ci tizen.Science, para el intercambio de conocimientos, herramientas, formación y recursos para estas actividades. En la sección de proyectos, los curiosos pueden pasar horas buscando iniciativas por país o temática. Marine mammals, para recopilar datos sobre varamientos y avistamientos de mamíferos marinos en Bélgica; un proyecto sobre tiburones y rayas en Grecia y Chipre; o Looking for Cowslips, para buscar prímulas en Estonia y Letonia. En Países Bajos, estudian la polarización digital de los motores de búsqueda como Google, gracias al proyecto Digitale Polarisatie.

España participa en muchas iniciativas europeas de ciencia ciudadana. Greengage, para crear observatorios ciudadanos; Decido, de recogida de datos para influir en las políticas públicas; o Socio Bee, para medir la calidad del aire con dispositivos móviles que se pueden llevar en una bicicleta, son algunos de los proyectos en los que participa la Fundación Ibercivis. 

Otro proyecto europeo reseñable con participación española es CitieS-Health, dirigido por el Instituto de Salud Global de Barcelona (ISGlobal), del que nos habla Raül Toran, responsable de la Unidad de Cultura Científica del Instituto. «El objetivo es situar las preocupaciones ciudadanas en el centro de la investigación sobre salud pública y medioambiente urbano», y se hizo a través de cinco proyectos piloto sobre cuestiones medioambientales y salud: contaminación atmosférica por tráfico en Barcelona, ruido en Liubliana (Eslovenia), contaminación debida a la actividad industrial en Lucca (Italia), actividad física y urbanismo en Kaunas (Lituania) y quema de madera en Ámsterdam (Países Bajos). «La ciudadanía de los cinco lugares participó en todas las fases de la investigación, incluyendo la decisión de las preguntas de investigación, el diseño del estudio epidemiológico, el análisis y la interpretación de los resultados, la difusión de las conclusiones y la evaluación del proyecto», explica Toran. También se desarrolló un kit de herramientas de ciencia ciudadana para involucrar y guiar a las comunidades a desplegar acciones de este tipo. Herramientas que, según Toran, se pueden aplicar a cualquier campo de la investigación: biomedicina, biología, matemáticas o ciencias sociales. El cambio climático es otro reto que Europa debe enfrentar, y hacerlo desde la ciencia ciudadana tiene sus ventajas: «Hace que los participantes contribuyan en la generación del conocimiento y se empoderen, que sean más conscientes de lo que están investigando, y eso es muy importante para estar preparado y autoprotegerse», considera Montserrat Llasat i Botija, del grupo GAMA de la Universidad de Barcelona, que investiga en el proyecto europeo I-CHANGE. Se trata de una iniciativa que promueve la transición verde con el cambio de hábitos hacia comportamientos más sostenibles a través de living labs y ciencia ciudadana. «En I-CHANGE se monitoriza la calidad del aire y realizamos campañas para medir y evaluar fenómenos de temperaturas extremas e inundaciones; esto nos permite generar un mapa con observaciones y disponer de más información para comprender lo que pasó», ejemplifica Llasat i Botija. 

Europa avanza unida; sin embargo, hay «acusadas diferencias entre países a la hora de hacer ciencia ciudadana», considera Andrea Menéndez, de la Universidad de Oviedo, que ha estudiado la relación de las personas con grupos concretos de la ciudadanía; por ejemplo, grupos de trabajadores migrantes, en España, Francia y Noruega, desde un enfoque de ciencia ciudadana con una metodología participativa. Para Menéndez, lo más crucial es la actitud de la ciudadanía. «No todas las personas lo ven como un derecho ciudadano que tienen la libertad de ejercer. En Noruega, los contribuyentes sienten una corresponsabilidad con cualquier proyecto de investigación porque saben que es lo que permite a su país avanzar. En cambio, en Francia me encontré que una considerable parte de la población condiciona su participación a cambio de una remuneración económica», cuenta la investigadora. 

«En cada país, existe un contexto y una cultura diferentes, así como cambios en torno a problemáticas comunes», añaden desde Fundación Ibercivis. Por eso, hay variaciones sobre cómo diseñar un proyecto de ciencia ciudadana tanto en diferentes países de Europa como en diferentes regiones de España, señalan, aunque a nivel general las metodologías y las herramientas son adaptables. «A veces la percepción puede variar un poco, pero lo importante es que todos coincidimos en conseguir que la ciudadanía sea la protagonista y el alma de los proyectos», concluyen.  

Oportunidades y retos 

Los expertos coinciden en que la principal oportunidad de la ciencia ciudadana es realizar investigaciones que, sin la ayuda de la población, no se podrían llevar a cabo. La ciencia ciudadana da «puntos de vista que sin la participación ciudadana pasarían desapercibidos», considera Toran, y ejemplifica casos como detectar especies de insectos invasores o el proyecto europeo Making Sense, en el que vecinos y vecinas ayudaron en la medición e interpretación de ruidos de turistas y clientes de bares, y se tomaron medidas para disminuir el ruido en las plazas. 

«Para llevar a cabo investigaciones sin participación ciudadana se necesitan muchos más recursos, más tiempo y más esfuerzo para conseguir resultados», valoran desde la Fundación Ibercivis. Por ejemplo, en el proyecto FuenAragón, para localizar fuentes y manantiales en Aragón, personas de la región recogieron información sobre más de 700 fuentes de toda la comunidad en menos de un año. «Hubiese sido imposible que un investigador hubiese logrado esos datos en ese tiempo», afirman. 

Como no es ciencia ciudadana todo lo que reluce, también hay que mirar a los retos pendientes. Menéndez considera que, a nivel académico, «la ciencia ciudadana es todavía demasiado marginal» y que hay una carencia en concepción y aún más en su implementación, «especialmente en las ramas de humanidades y ciencias sociales». La investigadora cree que, aplicada en estos ámbitos, la ciencia ciudadana exige unos ritmos de trabajo muy distintos de otras modalidades de investigación, «un tiempo que, por lo general, en nuestra sociedad innecesariamente acelerada no tenemos». 

El dinero también puede ser otro problema, ya que Menéndez considera que un proceso de investigación de ciencia ciudadana es más costoso que otras modalidades, como la investigación de escritorio. Por ello, «es importante fortalecer las partidas presupuestarias con el fin de contribuir a incentivar su implementación en nuestra sociedad», señala la experta.

«Desde las instituciones públicas se está fomentando la financiación y el valor de los proyectos de ciencia ciudadana, pero todavía queda mucho por hacer», coinciden desde la Fundación Ibercivis. Para reforzarlo, consideran que «es necesario fomentar la ciencia ciudadana en los planes educativos y reconocer el valor de los datos aportados en proyectos de ciencia ciudadana». 

En este camino, Toran recuerda que no hay que perder de vista que lo importante es que «los datos sean de utilidad para el personal investigador y para cualquier persona que quiera utilizarlos en sus propias investigaciones», y que un proyecto de ciencia ciudadana ha de seguir el método científico y los principios éticos. 

En definitiva, todo suma: acerca la ciencia a la ciudadanía y mejora la investigación científica gracias a los ciudadanos. Sería un debate cualitativo decidir cuál de las dos partes gana más en esta actividad; baste decir que, si se hace bien, la sociedad y el progreso ganan